Ser puntuales es propio de personas bien educadas. Al menos, es lo que siempre se ha dicho porque lo cierto es que a nadie le gusta esperar. Ser impuntual implica que priorizamos nuestro tiempo frente al de los demás. Llegar tarde denota, por tanto, cierta prepotencia y falta de respeto. Pero quizá no siempre se produce por estas razones. La psicología analiza la puntualidad desde otros puntos de vista.
El concepto de puntualidad o impuntualidad varía según las sociedades. La puntualidad germánica es precisa (ni un minuto antes o después de la hora fijada), mientras que en España siempre se dan cinco minutos de cortesía en cualquier evento. Los usos sociales también cuentan a la hora de valorar si somos puntuales. En actos muy formales hay que respetar rigurosamente las horas y, si es posible, ir con cierto adelanto. Sin embargo, en entornos más íntimos (por ejemplo, una cena o una comida en casa de amigos) se considera que lo educado es acudir 10 minutos más tarde de la hora de la invitación. Esos 10 minutos, de hecho, no se consideran un retraso, sino una cortesía hacia los anfitriones, que dispondrían de unos minutos extra para recibir sin prisas de última hora a sus invitados.
Como casi siempre, la virtud está en el medio: si nos obsesiona llegar pronto, al punto de no poder estar tranquilo las horas previas al acto o comprobar mil veces el estado del tráfico o del tiempo, tenemos un problema. De esta misma opinión es el psicólogo y experto en gestión de tiempo Oliver Burkeman.
Como explicó el experto en una entrevista ante la BBC, las personas que siempre llegan tarde "quieren estar en control de la situación y ser el centro de atención cuando llegan". Esta necesidad puede indicar que hay un interés desmedido por recibir los cuidados de los demás.
Pero llegar con demasiado tiempo de antelación también puede ser negativo. El experto señala que las personas que son siempre puntuales pueden albergar "la preocupación excesiva por agradar siempre a los demás". De hecho, la voluntad de querer gustar a todo el mundo no es propio de las personas mentalmente fuertes.
Como explica este psicólogo, la puntualidad está relacionada con nuestra necesidad de controlar el tiempo, eso de lo que precisamente no somos dueños. Por eso, quizás, nos afanamos tanto en gestionarlo.
En ese sentido, tanto llegar tarde como pronto muestran diferentes actitudes ante un mismo hecho: la necesidad de ser tenido en cuenta por el otro. Cuando llegamos tarde, estamos demostrando cierto poder ante los demás (según las normas protocolarias, las personas de mayor precedencia son las que llegan más tarde) y cuando llegamos pronto, demostramos que nos adaptamos a las normas y que queremos agradar. De alguna manera, estamos diciéndoles a los demás que somos tipos de fiar. ¿Pero quizá demasiado?