Cómo acabar con la violencia a través de la ciencia: “El comportamiento de hace 50 años era primitivo”
Antonio Andrés Pueyo, catedrático en psicología diferencial, nos aporta algunas claves sobre cómo ha ido evolucionando la violencia con el tiempo
No cree que exista una fórmula mágica para acabar con la violencia, pero apela a la ciencia para lograr reducirla en la sociedad actual
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Acabar con la violencia, que existe desde que el hombre es hombre, mediante la ciencia. ¿Se lo imaginan? No sería fácil, ni rápido, pero tampoco es una utopía irrealizable. Antonio Andrés Pueyo y Roberto Colom, Catedráticos en Psicología Diferencial, son dos eminencias en psicología forense, criminal y penitenciaria. Esto les coloca como dos voces más que autorizadas para hablar de violencia desde una perspectiva científica y en su último libro, ‘Cómo acabar con la violencia’ (Plataforma Editorial), exponen sus ideas sobre la posibilidad de dar pasos hacia una sociedad menos violenta.
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“Es difícil encontrar una fórmula mágica que elimine todo tipo de violencia, pero podemos hacer cosas para que se reduzca”, apunta para comenzar la charla Antonio Andrés Pueyo. Hay que dejar las bases claras para evitar confusiones, ya que la violencia es tan amplia y variada que uno no se da cuenta de todas las formas que pueden existir hasta que se detiene a pensar en ello.
Antonio y Roberto han centrado sus esfuerzos en la violencia interpersonal para evitar cuestiones, por ejemplo, políticas que vendrían del análisis de una guerra o de un conflicto internacional. “Queremos hacer divulgación a partir de la investigación científica. La violencia es una estrategia que el ser humano puede utilizar, pero, de igual manera, también puede optar por no hacerlo. Es una estrategia para resolver conflictos, ya sean reales o imaginados. El ser humano, como otros organismos, tiene recursos psicológicos, físicos y, en su caso, instrumentales para ejercerla. Sin embargo, la idea de que el ser humano es violento por evolución debe modularse”, analizan.
Antonio Andrés Pueyo nos explica, además, que es la propia ciencia la que nos indica que existen estrategias no violentas para resolver conflictos. “Cuando alguien comete un delito grave, la sociedad desea que no vuelva a ocurrir y que se haga justicia. Eso plantea un conflicto sobre cómo actuar: colgar al culpable o utilizar métodos de justicia restaurativa. Las estrategias violentas pueden resolver un conflicto, pero la ciencia nos dice que sus consecuencias suelen ser peores que el conflicto inicial”.
Las estrategias violentas pueden resolver un conflicto, pero la ciencia nos dice que sus consecuencias suelen ser peores que el conflicto inicial
Lo que está más que claro es que, viviendo en sociedad, los conflictos son inevitables. Lo que no lo está tanto es que la violencia sea una salida válida en ningún caso. "Los conflictos son prácticamente intrínsecos a la vida en sociedad. Sin embargo, la solución a esos conflictos puede ser violenta o no. A lo largo del proceso evolutivo, los humanos han desarrollado diferentes recursos para resolver conflictos sin violencia. Todo eso tiene que ver con la capacidad humana para buscar soluciones. La violencia ha sido históricamente una solución y, afortunadamente, el proceso evolutivo social ha sustituido muchas soluciones violentas por alternativas pacíficas”.
De normal a impensable
La reducción de la violencia, sin duda, es un hecho a lo largo de la evolución. Lo es tanto si miramos miles de años atrás como si lo limitamos a sólo unas décadas. Lo que se normalizaba en los años 60, 70 u 80 en España ahora sería impensable. “Hemos avanzado rápido en este proceso evolutivo. Si miramos nuestra propia experiencia, por ejemplo, en mi época era normal el castigo físico en el colegio y en casa. Hoy es impensable que un maestro pegue a un niño. El castigo físico sobre los niños ha desaparecido de manera casi total en Occidente, no solo por ser delito, sino porque ya no es una pauta cultural admitida. Se ha tomado conciencia de las consecuencias de la violencia”, explica Antonio.
“Hace 40 ó 50 años, el maestro no te trataba amablemente, pero además tu padre o tu madre remataban la labor. El castigo físico, la zurra, la bofetada, el coscorrón eran comunes. Y no hablemos de las peleas entre adolescentes. Era un comportamiento primitivo comparado con el de ahora”, continúa.
Hace 40 ó 50 años, el maestro no te trataba amablemente, pero además tu padre o tu madre remataban la labor. El castigo físico, la zurra, la bofetada, el coscorrón eran comunes
Los ejemplos, en este sentido, van mucho más allá de la escuela. “Los valores actuales priorizan la dignidad humana. La violencia contra mujeres y niños, por ejemplo, ha cambiado mucho. Este proceso no es irreversible, pero la tendencia histórica es a utilizar otras estrategias, como educar sin castigo físico”.
En cualquier caso, por mucho que hayamos avanzado, siempre queda camino por recorrer. La experiencia de Antonio como supervisor en un centro de psicología forense le da una perspectiva privilegiada al respecto: “He visto padres universitarios condenados por la justicia que consideraban legítimo golpear a sus hijos para mejorar su rendimiento académico. Lo hacían con buena intención, pero el juez los condenó a cursos de educación parental para que cambiaran sus actitudes. A menudo acuden al recurso de que a ellos también los educaron con castigo físico y les fue bien. Pero las normas y creencias cambian. Hace siglos, el tabaco se consideraba beneficioso para problemas respiratorios; luego se descubrió que no era así. Conforme avanzamos en el conocimiento, comprendemos que el castigo físico no solo no es bueno, sino que es perjudicial”.
Lo dice la lógica social, pero, insistimos, también la ciencia: “Ahora sabemos que maltratar a la pareja tiene consecuencias en su funcionamiento cerebral. Hoy, estos conocimientos colocan más peso en la balanza contra el uso de la violencia, aunque los conflictos sigan existiendo. El equilibrio que planteamos en el libro es avanzar en la eliminación de la violencia y buscar soluciones no violentas para los problemas de la vida cotidiana".
Ahora sabemos que maltratar a la pareja tiene consecuencias en su funcionamiento cerebral
Otro ejemplo es el que apunta a los niños: “Con la violencia, no sólo no se aprende más matemáticas, sino que además logras que el niño tenga problemas de autoestima, lesiones y que aprenda estrategias inadecuadas. Aunque solo sea a nivel de costo-beneficio, no lo utilices. Ahora también sabemos que no es inocuo que un niño vea a su padre insultar o golpear a su madre; tiene consecuencias bien objetivadas”.
Antonio continúa rememorando ejemplos del pasado que en su momento eran vistos con normalidad y ahora serían inviables: “Ver al primo de Zumosol ahora sería inviable, pero era una gran metáfora de cómo evolucionan los niños, que cuando son muy pequeños pegan y se defienden pegando, pero luego evolucionan y usan otras estrategias como inculcar el miedo a que el que pegue sea el primo de Zumosol”.
Ver al primo de Zumosol ahora sería inviable, pero era una gran metáfora de cómo evolucionan los niños
Antonio y Roberto, escrito está, defienden todas sus afirmaciones respaldándose en la ciencia, a través de la que tratan de explicar determinados comportamientos. “La violencia muchas veces se percibe como un fenómeno emocional, pero, sobre todo, hay un componente cognitivo, es decir, una creencia. Los elementos de la estrategia para resolver problemas son primero cognitivos, mentales. Estos componentes mentales son importantes porque dirigen la conducta. El componente emocional puede hacer que alguien pierda los nervios, pero lo primero es hacia dónde dirige uno su conducta”, analizan.
Nacen o se hacen
Y si todos tenemos los recursos para ejercer la violencia, ¿es que somos violentos por naturaleza?: “Más que estar predispuestos, tenemos la posibilidad de usar la violencia. En el desarrollo biográfico, los usos del comportamiento violento se pueden magnificar, crecer o reducir. Observamos que en la guardería, los niños muestran niveles de violencia física que no se ven en primaria, secundaria ni en la universidad. Con el aprendizaje, uno convierte la violencia en algo excepcional”, nos comenta Pueyo.
De hecho, los estudios apuntan a que “la mayoría de las personas, con el tiempo, tiende a reducir la violencia física, especialmente con la madurez psicológica. Las personas mayores, en general, no usan la violencia física”. Es decir, con 50 somos menos violentos que con 20. Y si, de repente, se produce un cambio radical, hay que observarlo con detenimiento porque puede haber algo grave detrás: “Si una persona mayor sin antecedentes violentos comienza a agredir, puede asociarse a problemas neurológicos o demenciales”.
Si una persona mayor sin antecedentes violentos comienza a agredir, puede asociarse a problemas neurológicos o demenciales
Y si de violencia hablamos, no queremos dejar pasar la oportunidad de preguntar a un experto en el campo sobre los incidentes sucedidos en Valencia con motivo de las visitas institucionales a las zonas más afectadas por la DANA. "En este momento, la respuesta general que daría cualquier científico sobre la violencia en Valencia es que no está justificada. Comprender y explicar lo que ha pasado no es lo mismo que justificarlo. En Valencia, la gente necesitaba ayuda y las autoridades, al ir, interrumpieron por horas la llegada de maquinaria necesaria para atender la emergencia. Esa fue la fuente de conflicto. Se trató de una conducta ritual: la gente no quería hacer daño real al Rey, pero lo convirtieron en símbolo de su frustración y le exigieron que actuara. La mayoría solo quería que el problema se solucionara de inmediato".
La violencia dirigida hacia las autoridades en Valencia fue simbólica. La gente estaba en un estado de estrés extremo y es comprensible como una reacción emocional. Es común en situaciones de desesperación, pero no está justificada
Antonio Andrés Pueyo profundiza en el asunto: "La violencia dirigida hacia las autoridades fue simbólica, una forma de protesta intensa. Nadie se acercó a agredir al Rey físicamente; solo le insultaron desde lejos. Esto es propio de una protesta colectiva. La gente estaba en un estado de estrés extremo, sin soluciones inmediatas. Es comprensible como una reacción emocional. Los manifestantes sentían que las figuras de autoridad tenían la solución, aunque no fuera racional pensar que se resolvería así. Es algo común en situaciones de desesperación".
Y para terminar, un caso extremo conocido a nivel mundial. ¿Cómo ven los expertos las políticas adoptadas por Bukele en El Salvador? Antonio tiene una opinión muy clara basada en su conocimiento. "La realidad de la violencia homicida en El Salvador es compleja y la respuesta ha sido drástica. Han encarcelado a miles en condiciones que vulneran la dignidad y los derechos humanos. Esta situación es insostenible y anticipa numerosos problemas. Es una mala solución, aunque de forma transitoria haya dado una especie de tregua a la violencia. Tendrán que reconsiderar pronto cómo revertir esta situación".