Ser un genio está al alcance de muy pocas personas. El extraordinario poder mental de este tipo de perfiles no suele darse con frecuencia, pero sí hay algunas personas que destacan sobre el talento de los demás. Poseen altas capacidades y, al igual que los genios, tienen la posibilidad de cambiar su entorno de manera significativa.
Craig Wright, catedrático de la Universidad de Yale, se dedica a analizar la naturaleza de la genialidad. Para el experto, "el coeficiente intelectual y las notas académicas están sobrevalorados". Como explica en su libro, 'Los hábitos secretos de los genios', algunas características que asociamos con las personas muy inteligentes no son, en realidad, tan valiosas. En su obra, el experto señala que una gran inteligencia no está necesariamente relacionada con el éxito profesional. De hecho, este puede alcanzarse sin un talento especial.
Sin embargo, sí existen algunos hábitos o comportamientos que las personas de mayor inteligencia o de altas capacidades suelen presentar. Probablemente, no son en las que solemos pensar: ni capacidad de trabajo ni una gran cultura académica. ¿A qué prácticas nos referimos?
La genialidad puede practicarse. En realidad, el famoso momento 'eureka' es el final de un largo proceso que combina creatividad e inteligencia. La clave es sostener ese proceso en el tiempo, lo que nos lleva a la obsesión, entendida como combustible de la pasión. Esa obstinación por llegar a lo que nos hemos propuesto es el motor que conduce a la excelencia.
La obsesión, sin embargo, no tiene que ver con centrarse en un único interés. Ese 'eureka' se nutre de muchas experiencias, conocimientos y puntos de vista. La mayoría de las personas con altas capacidades practican el llamado 'pensamiento lateral': son capaces de ver distintas cosas de manera simultánea, desde muchos puntos de vista, lo que enriquece su visión de la vida.
Un estudio del Instituto Karolinska halló una correlación entre la alta sensibilidad sensorial y una inteligencia superior. El trabajo explicaba que las personas más inteligentes procesan la información sensorial de manera más profunda que el resto de personas. Esto explicaría por qué se sienten sobrepasadas por ruidos fuertes, luces brillantes y multitudes. Pueden, incluso, sentir una ligera agorafobia cuando están en medio de una aglomeración.
Por todas estas razones, quienes poseen altas capacidades prefieren trabajar a solas, en espacios tranquilos y sin grandes estímulos sensoriales. Es la única manera de que su inteligencia fluya tranquila.
Repetir frases sigificativas en voz alta es un hábito frecuente entre las personas con altas capacidades. Hablar solo puede ayudar a organizar los pensamientos y calmar los nervios: al verbalizar los problemas ayudamos al cerebro a resolverlos.
Articular un discurso contribuye a poner el foco en eso que nos preocupa, además de situarlo ante nuevas perspectivas. Al hablar en voz alta, según numerosos estudios, ponemos en marcha el sistema reticular ascendente, un mecanismo cerebral que nos hace 'rastrear' aquello que demanda nuestra atención. Dicho de otro modo, hablar solo en voz alta ayuda a organizar los pensamientos, mientras que verbalizarlos es el primer paso para hallar la solución ante un posible problema.