Lola López Mondéjar, la escritora que se pregunta a dónde vamos sin relato: "El cíborg ya está aquí"
La autora de 'Sin relato', premio Anagrama de Ensayo, nos habla de cómo la presencia constante de los dispositivos digitales ha hecho que nos comportemos como indican los algoritmos
Lejos de mejorar la humanidad, piensa que la tecnología nos ha hecho perder inteligencia, autonomía y autoconciencia
Nos propone volver a cultivar las relaciones presenciales, aunque sean necesariamente conflictivas y llenas de fricción
¿De qué está hecho nuestro mundo interior? No hace tantos años, cualquiera habría respondido echando mano de sus pensamientos, creencias, actitudes, valores y emociones. Casi todo ello se desprendía de lo cotidiano. Ahora, en el mejor de los casos, tendríamos que ir a los sótanos de nuestra mente a rebuscar todo ello y lo haríamos con el pavor de no saber qué encontraríamos allí. Así andamos, igual que pollo sin cabeza, sin ser capaces de elaborar un relato sobre nosotros mismos. Todo esto nos lo explica mejor Lola López Mondéjar (Molina de Segura, 1958), psicóloga clínica, psicoanalista y escritora, en su ensayo 'Sin relato', premio Anagrama de Ensayo 2024.
A la escritora murciana le preocupa la deriva que va tomando el ser humano a causa de lo que llama capitalismo digital, incapaz de contarse y explicarse a sí mismo, de conversar o de rozarse con el otro. Lo cuenta con detalle en esta entrevista y nos incita a pensar si la tecnología nos está volviendo menos humanos o si nuestro empeño de ignorar nuestra fragilidad para encajar en un perfil virtual no nos estará enfriando afectivamente.
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Su ensayo 'Sin relato' nos alerta del riesgo de convertirnos en cíborgs psíquicos. ¿Qué nos está pasando?
La presencia casi constante de los dispositivos digitales en nuestras vidas ha hecho que adoptemos comportamientos que se asemejan a los de sus algoritmos. Por ejemplo, huir de la fricción. El cíborg está ya aquí, pero sus efectos son contrarios a lo que pretendía el ideal transhumanista, la mejora de la humanidad, y lo que se ha producido ha sido una pérdida de inteligencia, de autonomía, de autoconciencia y reflexividad; hoy somos una sociedad más heterónoma, una población guiada por normas externas que busca el entretenimiento fácil y niega los problemas que nos afectan. Nuestra dependencia de la tecnología digital es tal que apenas podemos separarnos de nuestros aparatos, como si fueran una prolongación de nuestro cuerpo y de nuestra mente, de ahí el término "mente extendida" que acuñara Clark y Chalmers, los dispositivos son prótesis tecnológicas que se han incorporado a nuestro comportamiento.
Los dispositivos son prótesis tecnológicas que se han incorporado a nuestro comportamiento
¿Cómo sería esa sociedad habitada por cíborgs?
Que nos tratemos a nosotros mismos como un producto, como máquinas, buscando rendimiento, eficacia y productividad, y, por tanto, que tratemos al otro como producto también, como alguien que ha de satisfacer nuestra necesidad, nos acerca a un uso mercantilista de los demás. El descenso de la atención provoca un deterioro de la memoria y de la capacidad de contarnos, pues no hay tiempo para que se creen y se marquen en nosotros los acontecimientos biográficos, los recuerdos, todo lo cual nos va vaciando poco a poco de mundo interior. No poder mentalizar, es decir, no saber identificar las propias emociones y las del otro produce también un descenso de la empatía.
¿No somos conscientes de estar perdiendo nuestra identidad?
Estamos habitados por un vacío que pugna por llenarse de todas las formas posibles. El capitalismo aprovecha ese vacío y propone llenarlo con productos cuya obsolescencia programada (técnica e imaginariamente) los hace caducar, por lo que necesitamos que sean sustituidos por otros. El deseo no tiene objeto y el mercado propone un objeto tras otro, sin darnos tiempo a pensar si lo necesitamos o lo deseamos. La capacidad de reflexionar y la autoconciencia nos ayudarían a identificar ese vacío, que produce angustia, y a buscar formas de aceptarlo, habitarlo y atravesarlo sin que caigamos en él. Pero hoy la adhesión a las propuestas que vienen desde fuera, que calman esa angustia, nos indican otros caminos a seguir: el consumo.
¿Qué encontramos en las redes sociales?
Nos facilitan rápidamente una identidad, sin necesidad de interrogarnos, y ese es el beneficio que obtenemos del uso adictivo de las redes sociales: nos homogenizamos con los demás y obtenemos una identidad mimética que nos sostiene y nos evita la percepción de ese vacío estructural del que huimos, proporcionándonos una identidad mimética que sirve para llenar en parte esa oquedad. Pascal decía que todos los problemas de la humanidad parten de nuestra incapacidad para sentirnos solos y en calma en una habitación. Al experimentar la soledad, podemos salir lentamente de la habitación con un proyecto subjetivado y una identidad narrativa, o agarrándonos con urgencia, como a un salvavidas, a las identidades que nos proporciona los medios digitales, siguiendo a modelos que ponen el dinero y el éxito como meta.
Pascal decía que todos los problemas de la humanidad parten de nuestra incapacidad para sentirnos solos y en calma en una habitación
¿Qué armas tenemos para recuperar nuestra propia narrativa?
Creo que recuperar un tiempo más humano, más lento y demorar las respuestas rápidas a las cuestiones que nos inquietan sería una forma de recuperar la atención, de que nuestra memoria retenga recuerdos y que podamos contarnos a nosotros mismos. Pero el capitalismo de la atención colabora en contra de esta propuesta, si bien hay esfuerzos de sectores de la población para salirse de este tiempo loco, poblado de estímulos que nos desbordan. Hay asociaciones de padres y profesores que proponen espacios libres de móviles, y la UE y España están legislando para limitar el uso de las redes sociales a los niños y adolescentes, con lo que, esperamos, se pueda recuperar la demora necesaria que requiere la creación de una identidad narrativa.
¿Sabemos exactamente que nos define?
Creo que no somos animales racionales, como hemos pensado siempre, y compartimos con otros animales el lenguaje, si bien el lenguaje humano abstracto es lo que nos caracteriza, así como la capacidad de ponernos en el lugar del otro (mentalización, empatía, solidaridad, son los derivados de esta capacidad humana), y la capacidad de innovar y crear. Ser criados por humanos garantiza la transmisión de estas y otras capacidades, entre ellas la de identificar los aspectos connotativos del lenguaje, esto es, los afectos que subyacen en los intercambios humanos. Pero la socialización actual se hace desde edades muy tempranas a través de las pantallas y esto tiene consecuencias.
La deshumanización es efecto también de la precarización y la fragmentación de la vida laboral
¿Somos, entonces, menos humanos ahora?
Una de las consecuencias de lo anterior es la deshumanización de las relaciones humanas, la dificultad para observar los sentimientos del otro. Deshumanización que es efecto también de la precarización y la fragmentación de la vida laboral, y que se ha incrementado desde el uso de las redes sociales y la polarización que ha traído consigo, es decir, la rápida identificación de chivos expiatorios y la proyección en ellos del odio. Las cámaras de eco, que reproducen y nos ofrecen nuestras preferencias, nos unen imaginariamente a un grupo que supuestamente piensa como nosotros y nos aleja de otros de forma peligrosa, sin matices, con trazos gruesos.
¿Qué puede hacer el psicoanálisis por nosotros?
El psicoanálisis va contracorriente, pues propone la creación de identidades reflexivas, narrativas, que puedan mentalizar y generar deseos que se alejen de las propuestas de los mass media y de las redes sociales. Por fortuna, si bien más tarde que en otros lugares, en nuestro país un numeroso grupo de intelectuales jóvenes está abrazando el psicoanálisis como una teoría que da cuenta de la complejidad de lo humano, con todos los matices y sutilezas necesarias.
¿Puede ayudarnos a recuperar el relato?
El psicoanálisis ha influido en las llamadas terapias narrativas, que intentan de distinto modo, individual, grupal y comunitariamente, en instituciones de salud tanto privadas como públicas, recuperar el pensamiento crítico y la capacidad para contarnos y dar a nuestra vida un sentido, generando un pensamiento crítico e invitándonos a volver a cultivar las relaciones presenciales, necesariamente conflictivas y llenas de fricción, pero también, por tanto, espacios de aprendizaje y de surgimiento de lo nuevo.