Durante la pandemia, Gonzalo, un empresario de la herboristería de 56 años, se enjuagó la garganta con agua salada durante 15 días seguidos para prevenir el coronavirus, alertó a su círculo de los supuestos riesgos de la vacuna y finalmente acudió a administrársela sin haber sido aún convocado. Son solo algunos de los efectos colaterales de su whatsapp, que no deja de lanzar fake news (noticias falsas). Su mujer, Lola, se puso seria cuando, hace un par de semanas, retuiteó una información sobre una banda que merodeaba por el barrio drogando con detergente al personal. "Me tiene muy advertido del peligro de creer todo lo que me llegue, y una y otra vez me digo a mí mismo que no volveré a dar pábulo a nada, pero siempre hay algo que parece veraz y me hace picar. Nunca me tuve por inocente, más bien al contrario. ¿Por qué me pasa esto?".
Esta misma pregunta se la hace la ciencia desde la Antigua Roma, porque no olvidemos que algunos de los cambios políticos y sociales más significativos de la historia han venido auspiciados por bulos y mentiras. La probabilidad de engaño se dispara en situaciones de miedo como las actuales, que nos hacen mucho más susceptibles y ávidos de explicaciones y datos. El 52% de los ciudadanos se ha informado tres o más veces al día sobre la evolución del coronavirus, según un estudio de la Universidad Ramón Llull y el 80% ha recibido noticias falsas o de dudosa veracidad, casi siempre a través de las redes sociales o de los servicios de mensajería instantánea. El 68% a través del whatsapp. De esos porcentajes, el 26,6% no ha podido resistir la tentación de compartir contenido falso sin saberlo, pero sin cotejar.
Dar por válido un bulo no deja de ser un atajo cognitivo de nuestro cerebro, demasiado emocional y demasiado perezoso para desarrollar un pensamiento crítico. Volviendo a la pregunta de Gonzalo, ¿qué nos hace más susceptibles? Investigadores de la Universidad de Harvard destacan el sesgo humano. Tendemos a validar todo aquello que coincide con nuestras opiniones, gustos o creencias, más aún si la mente está en alerta por un fenómeno que nos afecta directamente. Por otra parte, el uso masivo de dispositivos digitales, herramientas de conexión e información que tendemos a consumir de forma instantánea y casi indiscriminada no facilita someter cada noticia al escrutinio crítico.
Gonzalo se identifica con cada una de estas conclusiones de los científicos de Harvard y añade la satisfacción que le da hacer creer que, al compartir lo que le llega, sabe algo más de lo que realmente sabe. Es la ilusión del conocimiento, algo que aprovechan los mismos promotores de la desinformación para acomodar lo que quieren difundir a lo que el destinatario quiere leer. Una investigación del Reuters Institute, dirigida por el profesor Rasmus K. Nielsen, señala que las personas con bajos niveles de educación suelen confiar más en las redes sociales y aplicaciones de mensajería puesto que les falta el hábito de informarse a través de los medios de comunicación.
Los bulos más comunes ponen el foco en el cambio climático, las vacunas, alimentos, nutrición, origen de la vida, salud, armas, líderes mundiales, medicamentos, enfermedades, energía nuclear o inmigración. La pandemia ha sumado una cantidad ingente de fake news que juegan con la incertidumbre, el miedo y el afán de saber. El 59% son informaciones erróneas y torcidas a partir de una ya existente. El resto son noticias que nacen completamente desde cero.
Hasta 1.500 rumores, bulos y teorías conspiratorias identificó un equipo de investigadores de diferentes universidades entre 1 de enero y el 5 de abril de 2020. Su trabajo, publicado en 'The American Journal of Tropical Medicine' revela que aproximadamente 800 personas murieron por beber alcohol altamente concentrado con la esperanza de desinfectar sus cuerpos; 5.900 fueron hospitalizadas después de consumir metanol y 60 quedaron ciegas como resultado de la ingesta.
Los uppers somos los mayores propagadores de informaciones falsas. Nos delata el estudio mencionado de la Universidad de Harvard con un dato más que elocuente: el 80% de la difusión de estos contenidos ficticios que circulan por Twitter es responsabilidad de los mayores de 50 años. Los mayores de 65 leen siete veces más noticias falsas en Facebook. Al indagar en su motivación, los investigadores han detectado que principal es la falta de educación digital por su incorporación algo más tardía a este entorno. El carácter institucional o formal de estas noticias, que a menudo vienen acompañadas de imágenes manipuladas o falsas estadísticas hace aún más difícil la detección de lo que es falso. La OMS reconoce también que es muy complicado discernir.
Rafael San Román, psicólogo de la plataforma ifee, define las fake news como un tipo de patógeno que crece en el cerebro de algunos humanos. "Empieza colonizando nuestra comunicación y acaba afectando al resto de nuestros órganos sociales". No son simples rumores. Al contrario que el rumor, que puede ser o no verdadero, "el bulo siempre es algo falso transmitido con una finalidad, normalmente generar daño". En su opinión, son invenciones deliberadas envueltas de algún elemento de verosimilitud. "Lo que para uno puede resultar una burda invención para otro, por su estado emocional, nivel cultura, ideología o su capacidad de sugestión, puede resultar verosímil".
El consejo de este profesional es poner en tela de juicio todo aquello que nos llegue, verificar de dónde procede y tratar de contrastar con alguna otra fuente más fiable. Por último, recomienda prudencia antes de compartirlo. Gonzalo toma nota y se compromete a seguir estas pautas cada vez que una nueva notificación suene en su móvil. ¿Su promesa caerá de nuevo en saco roto?