La mencionadísima "nueva normalidad" en la que nos adentramos es un terreno difuso, tan relativo y plural como lo era la normalidad a secas. No sabemos cómo cambiarán las cosas, pero sí que, al menos en su forma y durante los próximos meses, seguiremos experimentando primeras veces. Con ellas nos hemos familiarizado durante este mes y medio de encierro en casa, en muchos casos viviendo una situación crítica, excepcional y desconocida de consecuencias trágicas -en el momento de escribir este artículo se han registrado 25.428 fallecimientos en España causa del virus-. Aún en ese punto intermedio de paulatina desescalada y con algunos datos epidemiológicos más optimistas sobre la mesa, cabe preguntarse (entre otras tantas cosas) qué impacto tendrá esta crisis sanitaria y económica en la salud mental colectiva.
"Todo el mundo en Wuhan padece algún tipo de trauma", contaba a El País Liu Xianlang (seudónimo), psicóloga de las líneas de atención que se habilitaron en la ciudad tras su cierre. Mirar al epicentro de la crisis sanitaria en busca de respuestas sobre lo que está por venir es inevitable a pesar de las diferencias estructurales y culturales. Los estudios que salían allí mientras nosotros experimentábamos los primeros días de confinamiento apuntaban al aumento de la ansiedad y los síntomas depresivos, y según recoge una investigación de la Naval Medical University de Shangai, la prevalencia de síntomas asociados al estrés postraumático se daba en un 7% de la población de las ciudades más castigadas por el virus un mes después del brote. ¿Cómo lo vivimos aquí y qué nos espera?
En España se han puesto en marcha estudios para medir el impacto de la situación durante el confinamiento por COVID-19. Una investigación realizada por un grupo de psicólogos de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid ha estado evaluando semanalmente el estado de la salud mental de la población española desde que se decretara el estado de alarma. Ya en su primera semana advertían que un elevado porcentaje de personas presentaban en un alto grado reacciones de ansiedad (14,2%) y estrés traumático (23,3%). Y en menor medida pero también presentando mucho nivel, insomnio (un 9,2%) y síntomas depresivos (8,4%).
"En esta situación de confinamiento e incertidumbre es normal que aparezcan reacciones de ansiedad, estrés traumático, síntomas depresivos o insomnio. Son mecanismos de regulación habituales en situaciones excepcionales y al principio, como hemos visto en el estudio, es corriente que haya un pico inicial de estos; es lo normal y adaptativo", cuenta a Uppers Paula Ruiz-Zorrilla, una de las psicólogas investigadoras de la UCM que lo ha llevado a cabo. "De cara al futuro, lo que la crisis hará, más que perpetuar estas respuestas, será detonar los factores de riesgo en determinados casos demográficos (familias en situaciones vulnerables, personas en situación de riesgo laboral…) que tienden a acentuar esa sintomatología mencionada anteriormente y analizar en qué casos esta puede activar un problema de salud".
En esa misma línea, atendiendo al impacto del estatus socioeconómico en la salud mental durante el confinamiento, se está realizando un estudio independiente no financiado que lo medirá aplicando un modelo de Inteligencia Artificial que no sesga a la población a priori, sino a partir de los resultados. Una de las hipótesis de partida de los investigadores, la psicóloga Blanca Mellor del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y el científico de datos Alberto Nogales, del Instituto CEIEC, es que "las personas pertenecientes a niveles socioeconómicos más precarizados (situación de calle, desempleo, hacinamiento, menos espacio durante la cuarentena, bajos ingresos, personas dependientes a cargo…) habrán acusado más los efectos de la cuarentena en términos de salud mental independientemente de sus atributos personales y las variables demográficas evaluadas".
Conforme avanza la situación y el confinamiento se flexibiliza, la vista y el análisis se van poniendo también en las consecuencias a medio y largo plazo. El estudio de la Universidad Complutense de Madrid mencionado anteriormente se enfoca ahora de manera más específica sobre el ámbito del trabajo atendiendo a la sensación psicológica de inseguridad laboral de las personas -no tanto que hayan perdido el empleo, sino que teman que ocurra o que empeore su situación en él-. A este respecto, el equipo ha observado "un repunte en mayo con un crecimiento de la sintomatología más elevado", explica Ruiz-Zorrilla.
De nuevo, el contexto es clave. "En términos generales, los riesgos psicológicos a los que la ciudadanía es vulnerable en esta situación no van a ser los mismos si estás con o sin trabajo, si has tenido o no una pérdida de algún ser querido, si has estado enfermo grave o si tus condiciones de vida van a ser parecidas o totalmente distintas a partir de ahora", concede a Uppers Guillermo Fouce, presidente de la Fundación Psicología sin Fronteras y vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid en intervención social y emergencias.
"Poblaciones que en principio son más vulnerables, como las personas mayores, posiblemente van a tener más miedo, respeto al virus y van a intentar protegerse más". Los enfermos crónicos y las personas que ya tenían en su mochila algún problema de salud mental y que durante este periodo han tenido su atención sanitaria "en stand by" también están expuestos a una posible "reaparición o agravamiento", explica Fouce. A nivel de efectos psicológicos generales, el experto apunta a que, al producirse "una desestructuración del entramado social que ahora hay que reconstruir y no sabemos cómo se va a poder hacer", aparece la incertidumbre ("el peor enemigo de la ansiedad"). Una situación que exigirá "un esfuerzo por reinventarnos y un pico de estrés pero con buena adaptación".
Es en el caso de las personas que hayan atravesado algún tipo de experiencia traumática en este periodo en el que, coinciden los expertos entrevistados, sí puede darse una situación de estrés postraumático (como el propio nombre indica). "Son susceptibles de padecer este trastorno (TEPT) aquellos que han vivido situaciones muy graves y determinantes, que ponen en peligro su vida y la de otras personas, con temor a contagiar y ser contagiados (sanitarios, personal de limpieza, intervinientes…), quienes han pasado la enfermedad en un estado crítico o han perdido a algún familiar o ser querido de manera inesperada y con las peculiaridades de la situación que dificultan el duelo, mujeres que han convivido con su agresor en casos de violencia machista o maltrato por parte de algún conviviente; esto conlleva características muy diferentes a otros problemas de ansiedad", apunta a Uppers María Paz García-Vera, catedrática de psicología la UCM y coordinadora de los teléfonos de asistencia psicológica dispuestos durante la crisis por el Ministerio de Sanidad y el Consejo General de la Psicología.
"No se clasifica el riesgo por haber estado o no confinados, sino por cuál es realmente la situación amenazante que se ha atravesado o el tipo de estrés que se tiene. La mayoría de la gente que esté confinada no tiene por qué tener ningún problema de salud cuando salgan", aclara García-Vera, académica electa de la Academia de la Psicología de España.
Lo hemos visto en redes sociales, donde se ha abierto la veda más allá de los centennials y algunos millennials en aquello de hacer de sus publicaciones una forma de compartir el malestar generacional y de apoyo mutuo. Lo han recordado pensadores y escritoras como Olivia Laing, autora de La ciudad solitaria (Capitán Swing), en entrevistas como la que dio a S Moda y en la que afirma que, al experimentar todos por primera vez y de manera colectiva el aislamiento y la soledad, "se quitará el estigma a la soledad y entenderemos que nos pertenece a todos". Y lo han visto en primera línea de asistencia desde la plataforma de teléfonos de apoyo psicológica para ciudadanía, intervinientes y familiares de afectados; que estos días brinda soporte a la vez que evidencia las carencias de atención a la salud mental en nuestro sistema sanitario. "No se está poniendo refuerzo de personal en salud mental por parte de Sanidad", dice Guillermo Fouce. "Esto dice bastante del peso que se le da".
María Paz García- Vera, que coordina el equipo de 45 psicólogos especializados en gestión emocional en situaciones de crisis que desde esos teléfono atienden más de 300 llamadas diarias, resalta el cambio que se está produciendo. "Hay una gran cantidad de personas mayores, habitualmente más reticente a pedir ayuda psicológica, que llaman cada día. Nos llaman ellos directamente o desde sus residencias, sus hijos o sus nietos para que hablemos con ellos y les demos apoyo. Están con mucha tristeza, muchos lamentando no poder ayudar ni ver a sus hijos o deshogándose con nosotros precisamente para no preocuparlos". Entre esas llamadas en busca de herramientas y alivio, la psicóloga señala que la mayoría relativa son de personas que en efecto están atravesando situaciones traumáticas. "Sanitarios que llaman diciendo que creen que no van a aguantar más porque están agotados y muchos familiares de afectados y fallecidos".
"Hoy en día nos gusta que vaya todo muy rápido pero hay que procesar y darle un tiempo a lo que nos ocurre, por ejemplo al duelo, que normalmente ya lo requiere de por sí", apunta la psicóloga e investigadora Paula Ruiz-Zorrilla. "Creo que de alguna manera esto es algo que como sociedad nos podría ayudar a ver que procesamos muy mal las emociones negativas y que hemos buscado todo el rato elevar mucho lo positivo", apunta.
Un ejemplo de esto lo deja el lema reconvertido en etiqueta y mantra #TodoIráBien, que estos días cuelga junto a dibujos de arco iris en muchos balcones y se usa también desde empresas e instituciones. Más allá de arrancar sonrisas o levantar el ánimo momentáneamente, son varios los expertos que señalan que el optimismo ciego que promulga puede crear falsas expectativas y volverse en contra de quienes lo usan por su falta de realismo respecto a las consecuencias previsibles de la pandemia. Es "vacío, ingenuo y simplista", afirma en un texto analizando el mensaje de la periodista Begoña Gómez Urzáiz para Ideas el psicólogo Edgar Cabanas, coautor junto a Eva Illouz de Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestra vida (Paidós). Y proponen, como apunta en el mismo artículo y desde su balcón la escritora Bel Olid, un optimismo moderado que sí recoja las dificultades a las que tanta población se enfrenta en estos momentos: "No sabemos si todo irá bien pero haremos lo que podamos".
"Es necesario naturalizar, concluye Ruiz-Zorrilla. "Esta situación nos ha puesto frente a nuestros monstruos".