El coronavirus ha segado la vida de miles de vidas, casi siempre de un modo inesperado, improcedente, prematuro y arbitrario… En su dolor, a Carlos Casado (56 años), empresario del sector textil, se le agotan los adjetivos para definir la muerte de su gran amigo Ángel (55 años) a principios de año. Fue uno de esos fallecimientos que engrosaron los informativos durante la tercera ola. Para Carlos era esa persona a la que había confiado durante los últimos 30 años sus pensamientos más íntimos.
También para Ángel, Carlos era ese amigo con quien divertirse y a quien llamar sin que importase el día o la hora. "Era cómplice, amigo, hermano. Sin él, la vida no es igual. Cuántas veces tengo el impulso de llamarle, de creer que sigue ahí. Cuanto más tiempo pasa, peor. Le echo en falta cada día y no encuentro consuelo. Tengo un hijo, esposa, hermanos y otros amigos, pero como Ángel ninguno. Una parte importante de mi vida ha dejado de tener sentido. No recibiré más llamadas, ni tomaremos nunca más una caña juntos, ni haremos una de nuestras escapadas en moto. La melancolía es terrible", se lamenta.
Ana Muñoz Miguez, psicóloga especializada en el acompañamiento en procesos de duelo y cuidados paliativos, conoce bien por lo que está pasando Carlos. "La pérdida de esa persona con la que tenemos una relación de complicidad y cercanía implica la pérdida de un igual y nos lleva a la confrontación con la realidad de nuestra propia muerte". En su libro ‘Duelo por la muerte de un amigo’, el experto en duelo Harold Ivan Smith, deja una definición muy esclarecedora: "Es tener que decir adiós a lo único auténtico, sincero y gratificante".
Aunque la experiencia le dice que hay tantos duelos como personas, Muñoz Miguez menciona algunas respuestas que ocurren de manera natural ante la pérdida. "Hablamos de choque y negación. Nuestro cerebro necesita tiempo para asimilar lo ocurrido. Hablamos también de enfado, frustración, sentimientos profundos de tristeza y vacío". Insiste en que el proceso es dinámico y no siempre sigue un orden en sus fases, pero poco a poco llegamos a la reconstrucción y adaptación al mundo sin la persona fallecida.
También la ciencia ha estudiado cómo vivimos la muerte de nuestro mejor amigo. Investigadores de la Universidad de Melbourne (Australia) observaron una peor salud mental e incluso secuelas durante los cuatro años siguientes al fallecimiento. Esto es, inseguridades, altibajos emocionales, cambio de hábitos y, en general, un desequilibrio vital que deja una huella duradera. Son las mujeres quienes lo sufren de forma más dramática y experimentan un deterioro mayor en su salud mental, sobre todo a partir del séptimo o noveno mes después del fallecimiento y durante cuatro años más.
El estudio, publicado en PlosOne, lo achaca a la concepción de la muerte en la sociedad occidental. "Sin herramientas para afrontar este momento, nuestra vulnerabilidad provoca que los duelos se prolonguen más allá de lo razonable e incluso se acaben enquistándose", dicen los autores. Su conclusión es que aquellas personas con un carácter extrovertido manejan mejor su estrés emocional porque son más receptivas al apoyo de los demás.
Muñoz Miguez corrobora esta idea: "El proceso de duelo es íntimo, pero tiene un papel social y activo ya que la sanación se produce en el aporte que nos llega de la relación con los otros. Al igual que es importante hablar de lo que ayuda, también es importante saber aquellas frases que coloquialmente se dicen y no validan el dolor, tales como: ‘hay que ser fuerte’ o ‘no lo pienses que es peor’. La pérdida implica dolor y para elaborar e integrar ese dolor necesitamos no bloquear nuestras emociones, pues son las que nos sanarán". Cuando el fallecido es nuestro mejor amigo, implica, según la psicóloga, enfrentarnos a nuestros propios miedos y temores. "Será importante hablar de ello y aceptar la muerte como parte de la vida".
Igual a Carlos que a los profesionales del duelo, les llama la atención que, a pesar de que la muerte de nuestro mejor amigo es una experiencia humana universal, ocupa un lugar poco significativo en la jerarquía del duelo. En general, una amistad es considerada menos doliente que los parientes. Esto hace que se nos prive del derecho a duelo y, por tanto, nos resulte más complejo superar su impacto físico y emocional. La poca atención que recibe el duelo sin parentesco es algo en lo que se han detenido también los investigadores australianos: "A menudo no es reconocido ni expresado abiertamente y el impacto se trivializa o no se le otorga el mismo estatus que al duelo de un familiar". Añaden que contrasta con la expresión de la pena que aparece en las redes sociales después de la muerte de un amigo, manteniéndose incluso más allá del primer aniversario de la muerte. A pesar de que a las personas mayores les beneficia su madurez emocional, la sensación de soledad es más pronunciada que en los jóvenes.
La psicóloga Muñoz Miguez insiste en la importancia de acompañar a la persona que está en ese duelo para que pueda expresar cómo se siente, validar las emociones y hablar sobre el amigo que ya no está. Aconseja "recordar los momentos vividos, escribir un libro de recuerdos, utilizar símbolos o momentos especiales para recordar al fallecido Esto nos aliviará desde el corazón. Poco a poco, iremos conviviendo con el pasado para poder vivir el presente, recolocando emocionalmente el dolor, rindiéndole siempre homenaje".