Vino, galletas o masturbación diaria: ocho uppers confiesan placeres que les están salvando en cuarentena
Hablamos con mayores de 45 años sobre esos vicios y placeres inconfesables con los que consiguen aligerar el encierro por coronavirus
La idea del placer culpable se ha hecho fuerte en estos días de cuarentena colectiva. En un marco de crisis en el que parecemos incomprensiblemente empeñados en mantenernos productivos y sacar algo de todo esto -mejor cuanto más creativo-, muchos se han buscado su propia válvula de escape para aliviar el peso y la gravedad de la situación. Pequeños gestos, rutinas o, directamente, vicios a los que aferrarse para aligerar este eterno día de la marmota.
Lo confirman los datos: hemos cambiado la sensación de seguridad que nos aportaba el papel higiénico por la evasión alcohólica. La compra de cerveza aumentó un 77,65% durante la tercera semana de estado de alerta respecto a la anterior, y la del vino, un 62,7%; recoge un estudio de la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados. La repostería se ha convertido en la mejor manera de matar el tiempo para más tarde calmar de paso la ansiedad a bocados: el consumo de harina se ha disparado en un 196%, apuntan desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Y esa sensación reconfortante de volver a la infancia -cuando no nos ocupábamos más que del presente-, a rutinas y espacios, también digitales, que nos resultan familiares, se ha plasmado en un incremento del uso de videojuegos. Hasta el triple, asegura Telefónica a partir de la medición de su tráfico de gaming. Consiguiendo ese efecto que la crítica cultural Amanda Hess describe así: "En un momento en que no puedo ir a ningún lado, [jugar a Myst] me hace sentir muy lejos". A continuación, varias personas confiesan sus placeres evasivos de cuarentena.
Galletas y vino de manera desenfrenada
Alicia (63) y Joaquín (61), realizadora de televisión y economista
"Ahora nos ha dado por hacer galletas y comérnoslas compulsivamente. En mi vida las he hecho. Vamos, las hice una vez hace 27 años", cuenta Alicia. "Las hacemos porque sí, por ansiedad… Nos las comemos en un par de días (y comeríamos más, pero estamos intentando controlarnos). Otra cosa que nos genera culpabilidad total y extrema: nos estamos tomando una botella de vino a mediodía cada día. Una botella entera. Y si encarta coger otra cerveza más, pues también te la bebes. Luego nos sentimos fatal porque decimos 'oh, alcohol, calorías innecesarias".
Masturbación: un gusto al cuerpo cada mañana
Blanca (46), profesora de yoga
"Mi momento de masturbación diaria no lo puedo dejar. Con mi hija de 13 años aquí todo el día, tengo una dificultad grande para eso. Yo suelo usar diferentes juguetes, pero en el silencio de la noche todo lo que vibra se escucha mogollón (nuestra casa no es muy grande). Pero cuando oigo por la mañana que ya se ha conectado al colegio y que están hablando, aprovecho para usar todos mis cacharritos, ponerme mis vídeos y dedicarme un rato. Y claro, me levanto más tarde que habitualmente, pero algún gusto hay que darle al cuerpo. Esto del confinamiento y de la distancia con mi pareja, que no vive conmigo y está pasando la cuarentena en su casa, es un poquito difícil. Además tampoco puedo hacer sexo telefónico con él porque lleva otro ritmo horario y, de nuevo, se dificulta mucho todo con mi hija por aquí todo el tiempo. Así que yo me he buscado mi hueco y todas las mañanas, cuando me despierto, me hago mis cositas y así estoy el resto del día más tranquila y relajada".
Enganchado al simulador de vuelo
Antonio (62), profesor jubilado
"Desde que me jubilé el año pasado tengo dos aficiones: cuidar mis bonsáis y hacer simulaciones de vuelo. Es curioso porque nunca me ha gustado volar. Ahora, con esto del confinamiento, como oficialmente no puedo salir porque además soy grupo de riesgo, ya no tengo que buscar excusas si quiero quedarme en casa y me entrego al simulador. Me puedo tirar fácilmente tres o cuatro horas por la tarde jugando. Me gusta dirigirlo, me resulta evasivo ver las vistas y los paisajes, más aún con lo que está pasando. Mi hija se ríe pero yo estoy encantado".
Azúcar, lácteos y vermú: rebeldía contra la dieta
Elena (63), periodista
"Antes de empezar la cuarentena hacía una dieta rigurosa. En tres meses había perdido siete kilos y medio con mucho esfuerzo. Ahora me siento cada día más culpable porque en un ataque rebeldía me estoy tomando todo lo que no me dejaba la dieta: azúcar, lácteos… Además, mi hija, que está aquí conmigo, cocina y hace repostería estupendamente. Los fines de semana también hacemos vermú y un aperitivo y por la noche, un vino. Me temo que voy a engordar.
Los periodistas tenemos una intensidad de trabajo por encima de lo normal, es una situación de estrés, por eso me da por ahí. Ya volveremos a la normalidad cuando todo esto pase".
Todo el día en Instagram por accidente
Mar (47), ejecutiva
"Me hice una cuenta de Instagram por un viaje escolar de mi hija, para seguir de cerca qué hacía. Pero ha sido como darse mechas: una vez que empiezas, no paras. Quería aprovechar la cuarentena para leer un montón y aquí estoy, en mi casa, enganchada a Instagram dándole todo el día al móvil. Siguiendo además cuentas de limpieza y orden, cuando habitualmente yo trabajo y me paso el día viajando y no soy quien limpia o cocina, tenemos a una persona en casa que se encarga de esto".
Una copa de vino y sexo todas las noches
Tamara, 50, auxiliar administrativo en asesoría fiscal
"En esta cuarentena estoy trabajando y tengo que ir a mi puesto un día sí y otro no; y el que no estoy en casa y trabajo desde aquí. Mi aperitivo me lo tomo a diario pero, sobre todo, por la noche no perdono mi copa de vino y una buena sesión de sexo con mi pareja, que se ha venido a mi casa a pasar el confinamiento. Eso es ya sagrado. Aunque no se me está haciendo especialmente duro todo esto porque salgo al trabajo (con mascarillas, guantes y siguiendo todas las precauciones) y porque por fortuna tengo una casa maravillosa con jardín, ese momento del día me desestresa y me da fuerzas para seguir".
Buscar en el baúl de los recuerdos (y volver a ponerme el vestido de novia)
Marta (45), profesora
"Me mudé en junio. El tiempo frenético que ha precedido a este periodo me ha impedido mirar las estanterías y reencontrarme con títulos de libros que me han hecho sonreír. O descubrir algún vinilo ochentero que ni recordaba que tenía. Aún quedaban cajas por abrir. Pero apareció el no tiempo y las cajas seguían ahí. Son viajes increíbles, reencuentros con un tú que ya no existe.
Apareció mi traje de novia. Es un adolescente, tiene 15 años. Ahora estamos encerrados los dos. Era el momento del reencuentro. Caminé hacia el salón intentando ser solemne, pero la sensación del paseo hasta el nuevo altar era muy distinta. Ahora era más agradable, más divertida y cotidiana. Los niños aplaudieron y Antonio me besó en la boca. Tuve que celebrar el momento".