Lo estamos viendo: el temor de muchas personas mayores a salir de casa. Abuelas que temen ir al centro de salud para hacerse la prueba del sintrom, el anticoagulante que se pauta, prácticamente, semana a semana, o mujeres mayores, confinadas y solas, a las que les aterroriza salir a la calle para comprar lo que no se atreven a pedirles a sus vecinos, por ejemplo, las compresas contra las pérdidas de orina. Son casos reales. El miedo al coronavirus y a las personas que pueden contagiarnos ya estaba aquí. Superarlo después de la pandemia va a llevarnos, al menos, otra cuarentena. Y va a ser especialmente difícil entre los mayores.
"Los miedos y fobias tienen una prevalencia entre el 5% y el 10% entre los adultos mayores de 65 años. Es el grupo de pacientes más numeroso, seguido por las personas de entre 40 y 50 años. Están asociados a altas tasas de suicidio. Por lo tanto, es importante tratarlos; y, sin embargo, frecuentemente se identifican mal tanto por los profesionales médicos como por el personal asistencial", explica la psicóloga Raquel Pérez Díaz en un estudio sobre fobias sociales.
La ansiedad fóbica es la que se presenta ante situaciones bien definidas o frente a objetos específicos que no son en sí mismos peligrosos, pero que el mayor los ve como tal. En consecuencia, el paciente trata de evitar los objetos fóbicos o bien los afronta con un temor excesivo que puede llegar al ataque de pánico.
En estos días en que el mundo exterior es potencialmente peligroso, el distanciamiento social tiene un efecto perverso: hacernos creer que nuestro semejante supone una amenaza. Y cuando son muchos semejantes, una pesadilla. Así se llega a la agorafobia, caracterizada, según esta profesional, por la “aparición de ansiedad en lugares donde escapar puede resultar difícil, o donde, en caso de aparecer una crisis de angustia puede no disponerse de ayuda”.
El arco que va entre el miedo adaptativo, el que sirve para superar obstáculos, y el patológico se reduce en las personas mayores porque son conscientes de que su respuesta física puede ser insuficiente en situaciones de estrés. En el caso de la agarofobia, la mala movilidad es un vector de máxima importancia en el desarrollo de la fobia. El temor de tener que huir y no poder hacerlo es, según los expertos, motivo frecuente de ansiedad.
“El adulto mayor sabe que el envejecimiento va a traer unos cambios que no siempre acepta: enfermedades, eventos biográficos que pueden perturbarle, como los traslados de vivienda, pérdidas afectivas y psicosociales, jubilación, nuevos roles familiares, pérdida de capacidades físicas o polimedicación, entre otras circunstancias”, señala la psicóloga. A este escenario se suma la asunción de una nueva realidad: una pandemia y las condiciones impuestas por ella, para las que nadie estábamos preparados.
¿Cómo evitar una escalada de fobia social? De nuevo, la clave está en el apoyo de toda la comunidad. “Si la persona mayor tiene una buena preparación para estos cambios, cuenta con buenas redes de apoyo social, tiene un proyecto de vida, y asume actitudes positivas ante las adversidades, será capaz de superarlo”, afirma Pérez Díaz.
Los síntomas de la agarofobia, y en general de cualquier miedo patológico, son la intranquilidad, la inhibición motora y la dificultad en la expresión verbal. Sin embargo, en las personas mayores estas características pueden formar parte de su dinámica habitual. Por ello, es frecuente que los cuidadores o sanitarios los ignoren o crean que son consecuencia de algunas enfermedades o de algunos medicamentos.
Para saber cuándo estamos ante un trastorno del comportamiento hay que valorar otros síntomas, fisiológicos y cognitivos:
Al margen de que el psiquiatra pueda prescribir una medicación para casos extremos, las técnicas cognitivo-conductuales, las que mejoran las habilidades sociales, fomentan la asertividad y ayudan a la resolución de conflictos son eficaces para superar la mayoría de las fobias.
La terapia cognitiva considera que el pensamiento y las creencias condicionan las emociones y las conductas. Su objetivo es que el paciente conozca sus deformaciones cognitivas y sea capaz corregirlas. ¿Cómo? Ofreciéndole alternativas y nuevos modelos de conducta. Los estudios realizados hasta el momento revelan que los pacientes tratados de esta manera tienen menos recaídas que los tratados con medicamentos.
Las terapias de exposición son otra herramienta eficaz. En el caso de la agarofobia consisten en hacer que la persona mayor vaya acompañado durante un tiempo breve al lugar que le angustia. El acompañante tendrá que tranquilizarle para que paulatinamente aumente su tiempo de exposición y logre rebajar el miedo.
La terapia conductual considera la ansiedad como una conducta aprendida que puede reaprenderse a través fundamentalmente de la relajación y de un tratamiento holístico del trastorno en el que se incluyen aromas o imágenes para conseguir un tono de reposo que propicie la adquisición de nuevos hábitos. Algunos profesionales incluyen la hipnosis en la terapia conductual. Respecto a la relajación, un mecanismo curativo para la mayoría de las personas, no siempre es beneficiosa. En el tratamiento de fobias, está contraindicada en algunas enfermedades mentales.
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