Ganamos memoria y perdemos alegría: ¿cómo influye la luz otoñal en nuestro cerebro?
El descenso de luminosidad provoca que el cerebro entre en un estado de somnolencia que se intensifica con la caída de las hormonas responsables de la felicidad
El otoño nos sorprende, sin embargo, con esa otra cara que es el imperio de los sentidos, especialmente el olfato, cuyo efecto sobre la memoria es en esta época extraordinario
Marina e Iriate aprovechan estos días para rescatar recuerdos. La primera lo consigue usando los olores del otoño con sus pacientes de alzhéimer. La segunda rescata su patrimonio olfativo y diseña fragancias
Con los primeros fríos, entramos en esa época de tono más intimista que nos impulsa a una mayor reclusión, pero también al imperio de los sentidos. Las combinaciones cromáticas, un componente esencial del otoño, son la mejor metáfora de ese doble efecto de pérdida y ganancia de esta estación sobre el ser humano. Por una parte, el desplome de las horas de luz provoca que las hojas cambien su verdor por ocres, pardos, amarillos, cobrizos y anaranjados. Por otra, la naturaleza se va aclimatando para cumplir una nueva función. También nosotros vamos adaptando paulatinamente el cuerpo y nuestros ritmos circadianos a esa disponibilidad de luz, cada día más escasa.
La primera señal es el decaimiento
El primer impacto lo recibe el cerebro. Las horas de oscuridad aumentan la producción de melatonina, la hormona que controla nuestro reloj interno de sueño y vigilia, lo que nos lleva a un estado de somnolencia mayor. Al mismo tiempo, nuestros niveles de dopamina y serotonina, los neurotransmisores que regulan la ansiedad, la felicidad y el estado de ánimo, se ven golpeados por esa misma falta de luz. Su efecto directo es pérdida de atención, apatía generalizada y claro riesgo de algún episodio depresivo. Esta podría ser la causa, según la Asociación Americana de Psicología, de al menos un 10% de los casos de depresión.
Como contraste, el otoño nos empuja al cambio
Pero el otoño es también un tiempo de transición que nos anima al cambio, también en el inconsciente colectivo. F. Scott Fitzgerald escribió que "la vida comienza de nuevo cuando se pone fresca en el otoño". Los cerebros se ponen en marcha y, si no nos dejamos abatir por ese desequilibrio hormonal, puede ser el periodo más estimulante. No tenemos el Oktoberfest alemán, ni los espectáculos japoneses en los que celebran la cosecha de arroz con desfiles y la danza del dragón, ni tampoco el Día de Acción de Gracias de los estadounidenses, pero sí el mejor festival de sabores y olores que nos regalan los productos de temporada.
"La vida comienza de nuevo cuando se pone fresca en el otoño" (F. Scott Fitzgerald)
La calabaza ha creado una nostalgia colectiva
De todos los sentidos que azuza el otoño en nuestros cerebros, el olfato es el más propicio para la memoria. Ayuda a revivir la felicidad pasada y crea recuerdos para el futuro. Investigadores de la Universidad John Hopkins acaban de confirmar ese poderoso efecto sobre la memoria que desencadena un aroma que, en el caso de la calabaza -el alimento que han escogido para su estudio- en Estados Unidos ha conseguido crear una nostalgia nacional.
El olfato devuelve a la gente entrañables recuerdos de familia. "Es un aroma que se asocia en esta época del año con recuerdos positivos como el Día de Acción de Gracias en familia, el susurro de las hojas a punto de caer o los primeros días de escuela", dicen sus autores. La percepción olfativa activa regiones del cerebro muy próximas a las zonas que procesan la memoria permitiendo evocar sensaciones pasadas.
Un olor nos transporta de un salto a un lugar o un momento que parecía totalmente olvidado. Puede ser el que desprende un libro viejo, la tierra húmeda, un perfume o un guiso. A partir de ahí, las emociones se suceden en cascada. A medida que cumplimos años, es algo que se repite con mayor frecuencia e intensidad.
Los olores del otoño nos hacen viajar en el tiempo
Memoria y olfato están íntimamente ligados en el cerebro. Neurobiólogos de la Universidad de Toronto (Canadá) han identificado el mecanismo que permite al cerebro que los olores que hemos experimentado en nuestras vidas se recreen en la memoria, lo que explica que podamos recordar el olor del pastel de manzana de la abuela cuando entramos en su cocina. "Al oler -aseguran-, las moléculas van directamente al cerebro límbico, encargado de crear, regular y almacenar las emociones y vivencias. Por esta razón, es el principal vehículo para acceder a esos momentos con el paso del tiempo".
Buen momento para trabajar con pacientes de alzhéimer
Marina Preciado Hortigón, fisioterapeuta del centro Alzhéimer Tierra de Barros, nos explica en primera persona esa conexión tan fascinante entre olfato y memoria. A ella el olor a limón le devuelve a su infancia: "En casa de mis abuelos había un limonero enorme y su aroma está asociado a momentos muy felices de mi infancia". Explica que los olores permanecen asociados a momentos de nuestra vida desde siempre, como algo innato, primitivo. "Ya desde el mismo nacimiento reconocemos a nuestra madre por el olor. Al hacernos mayores aparece la nostalgia junto con el recuerdo, por eso nos emocionamos más".
Con esta idea, la fisioterapeuta aprovecha estos días de otoño para trabajar el poder del olfato con pacientes enfermos de alzhéimer. "Estimulando sus sentidos, conseguimos una respuesta cognitiva. No solo buscamos el reconocimiento del aroma, sino rescatar de la memoria un recuerdo asociado a él". Dice que es increíble cómo un simple olor se convierte en un ejercicio de reminiscencia espléndido, capaz de despertar sentimientos incluso en fases más avanzadas de la enfermedad.
Este despertar a través del olfato es ancestral
"A través del olfato podemos viajar en el tiempo y revivir momentos con toda su intensidad gracias a ese patrimonio olfativo que hemos acumulado con el paso de los años", confirma Irati Herrero, creadora del laboratorio Me Mi Mo Lab, Para ella, el diseño de nuevas fragancias se ha convertido en un modo de exploración creativa muy potente. "Es algo así como escribir un libro, componer una sonata o pintar un cuadro".
Personalmente, se queda con ese olor de su equipaje al volver a casa: "Cuando viajo transporto conmigo olores de los que no soy consciente hasta que regreso y abro la bolsa. Es entonces cuando noto que los aromas del lugar siguen ahí. También reconozco el olor de mi propio hogar únicamente en ese momento. Es curioso. Sucede justo en el instante de descorrer la cremallera del equipaje. Los olores que he traído conmigo escapan de las aberturas".
Lo más asombroso es que conservemos intacta esa capacidad olfativa que, según los antropólogos, se remonta a épocas muy lejanas, cuando nuestros ancestros reconocían la presencia de agua en el entorno como anuncio del fin de la época seca y el despertar de una naturaleza repleta de posibilidades para la supervivencia.