Parece que hoy no te has levantado con buen pie. El despertador no ha sonado, un atasco te hace llegar casi una hora tarde a la oficina, un compañero te habla mal y, para colmo, se te derrama el café en la camisa. Sientes que se te acelera el corazón, la respiración, se tensa parte de tu cuerpo, se abren las fosas nasales y aumenta la circulación sanguínea. Eres un volcán a punto de entrar en erupción. ¿Te suena? El origen del enfado se encuentra en la sensación de hallarse amenazado. Tras esta emoción se activan dos diferentes respuestas: la lucha (física o verbal) o la huida. Y no, el problema no es enfadarse; de hecho, puede servirnos como motor de cambio. El verdadero inconveniente es que esta mala leche pase a ser crónica. Aprender a gestionar el enfado puede evitar que perdamos los estribos y que la amargura se convierta en un amigo inseparable de nuestras vidas. En este nuevo episodio de 'Psicología para ir tirando', Nacho Coller explica algunas técnicas para evitar el estallido del volcán. Dale al play.
Cuando nos enfadamos, nuestro cerebro queda 'secuestrado' por nuestras emociones. La corteza prefrontal, esa región relacionada con las funciones ejecutivas, y el pensamiento analítico, lógico y reflexivo, reducen su actividad. Quien lleva ahora todas las riendas se encuentra en el centro emocional, localizado en el sistema límbico. Se activan otras áreas en el cerebro que liberan noradrenalina, que aumenta la presión arterial y el ritmo cardíaco; y corticotropina, necesaria para liberar el cortisol (la hormona del estrés) en la sangre. Nuestro cerebro puede soportar el enojo una media hora más o menos; después de ese tiempo puede ser perjudicial para su salud.