La neurociencia (en un estudio publicado por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos) sorprendió a todo el mundo hace unos años cuando declaró a Matthieu Ricard el hombre más feliz del mundo. Ricard y otros meditadores de larga experiencia fueron sometidos a un exhaustivo experimento con escáneres cerebrales para medir las consecuencias de un tipo de meditación concreto, en el que se genera un estado de amor y compasión pura no enfocada a nada ni nadie en particular. Los resultados mostraron niveles por encima de lo conocido hasta entonces de emoción positiva en el cortex prefrontal izquierdo del cerebro, mientras que la actividad en el lóbulo derecho, justo en el área relacionada con la depresión, disminuía, como si la compasión fuera un buen antídoto contra la depresión. Y también disminuía la actividad de la amígdala relacionada con el miedo y la ira.
Para alcanzar ese estado de felicidad, la vida de Ricard dio un giro inesperado a los 21 años, cuando viajó desde París a la India, y conoció a los grandes maestros espirituales que habían huido del Tibet tras la ocupación china. En aquellas personas extraordinarias encontró algo difícil de explicar. Algo relacionado con la sabiduría, la paz interior, la compasión. Según Ricard, aquellas personas eran el ejemplo de lo que enseñaban. No tenían nada, pero parecían estar por encima de todo. Desprendían una serena autoridad, una especie de iluminación interior que nunca antes había visto, y durante seis años, mientras acababa su doctorado, viajó varias veces a la India para aprender de ellos. Hasta que decidió quedarse allí, en el monasterio de Shechen Tennyi, donde vive desde entonces como un monje más.
Para alcanzar ese estado de equilibrio, de armonía con el mundo y con los demás, Ricard se introdujo en el universo de la meditación. Los maestros le enseñaron a descubrir el elemento luminoso de la mente. "Es como una antorcha, la luz no se ve modificada por lo que ilumina. Si ilumina un montón de basura no se vuelve sucia. Si ilumina un montón de oro, no se vuelve más cara. La naturaleza de la conciencia no está determinada, tiene el potencial de ir en cualquier dirección, y eso permite la transformación de la mente, permite que tú seas capaz de cambiar tu mente, y como consecuencia, también tu manera de ver y entender lo que te rodea", cuenta Ricard, que intenta hacerse entender con esta metáfora: "si tienes espinas en los ojos, sólo verás espinas en tu camino. Si tienes flores, verás flores".
La idea es sugerente, cambiar tu manera de percibir el mundo a través de la meditación. Pero para nuestro cerebro occidental, tan alejado del mundo espiritual, y constantemente bombardeado por estímulos de todo tipo, llegar a ese estado de relajación no es fácil. Pero tampoco imposible. Ricard muestra el camino. "Es necesario utilizar un objeto de concentración para estabilizar la mente. Puedes concentrarte en cualquier cosa, una flor, un objeto, una imagen mental... pero resulta bastante útil concentrarse en la respiración. Por qué. Imagina que te dijera que te concentraras en una luz roja centelleante. Podrías quedarte mirándola, pero tu mente seguiría deambulando. Mientras que si te concentras en la respiración, no puedes verla. Es muy sutil, y si dejas de concentrarte, es como si lo perdieras, así es que fácilmente puedes ver si te distraes o no. Con la respiración solamente tienes una ligera sensación en los orificios nasales, y se trata de quedarse sentado tranquilamente, pensar en la respiración, y notar el aire que sale y que entra, unos diez minutos. Hacerlo permite calmar la mente. Puede que a los tres minutos te hayas distraído, pero es normal, tu mente no está entrenada, y si no perseveras, nunca conseguirás nada. No hay que rendirse, en cuanto veas que te has distraído, no pasa nada, tienes que volver a la respiración. Si lo haces durante un rato y lo repites regularmente, verás que la mente se calma, y se vuelve más clara, más flexible", explica el maestro.
La otra fuerza que mueve a este científico reciclado en monje es la generosidad. El altruismo es poderoso. El monje defiende que tenemos que ser altruistas, enseñar a serlo, fomentar el altruismo. Él lo llama la revolución pacífica del altruismo. Lo cierto es que las investigaciones científicas sobre el cerebro y en psicología social muestran que cuando uno se siente altruista, generoso, benévolo, amable, se encuentra en el estado mental que más activas la zona del cerebro asociada con el bienestar. Por tanto es un doble logro, el bien de otros y el tuyo propio, así es que ¿por qué no practicarlo? "A mis 74 años, después de 50 años en el Himalaya, entre todas las cualidades humanas que en conjunto contribuyen a la felicidad estoy absolutamente convencido de que la más importante es tener una mente bondadosa, es decir, desear el bien a los demás en la medida de nuestras posibilidades y aliviar su sufrimiento", afirma.
Puede parecer una idea buenista sin mucho recorrido, pero si se analiza en profundidad, llega mucho más allá. Las teorías budistas que sigue Ricard consideran que el reto principal de la humanidad es reconciliar las aspiraciones y las necesidades en una escala de tres tiempos. En el corto plazo, por ejemplo ¿cómo voy a dar de comer a mis hijos mañana? eso es lo que nos preocupa. Luego está el medio plazo: una generación, una vida entera, una carrera, una familia. Ahí, la aspiración natural es prosperar en la vida. "Si una nación es la más poderosa y la más rica, pero es infeliz, o lo mismo para un individuo, ¿de qué sirve? No sirve para nada", reflexiona. Por último se plantea un tercer reto, el largo plazo. "Somos el mayor actor de cambio del planeta y del destino de las generaciones futuras. Tenemos una gran responsabilidad. Necesitamos un concepto en común para trabajar juntos y construirnos un futuro mejor, y con egoísmo no se logrará. Lo único que funcionará es ser más considerados con los demás. Si hacemos eso, a corto plazo creamos una economía solidaria, una economía al servicio de la sociedad y no una sociedad al servicio de la economía. En el medio plazo hay que buscar aumentar la felicidad nacional, el bienestar. Poner el bienestar de los ciudadanos como prioridad. Es algo muy evidente a lo que debemos aspirar. Y finalmente, si somos considerados con los demás, cuidaremos de las generaciones futuras. En este sentido, el altruismo, la benevolencia no es una mera idea utópica, casi irreal. Es el único concepto, y el más pragmático, para construir un mundo mejor", termina su teoría Ricard.
Pero toda la arquitectura mental de Ricard no se queda en teorías. No tiene casa, ni tierras, ni posesiones. Sólo unos zapatos, dos vestidos de monje y vive en un pequeño cuarto del monasterio. Pero a mediados de los 80 fundó Karuna-Shechen, una ong que pretendía mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la zona. Hoy, la organización desarrolla programas en India, Nepal y el Tibet, que alcanzan a 250.000 personas, en clínicas de salud, programas de desarrollo rural y conservación de la cultura, y escuelas de educación.
Unas escuelas que priman la educación en valores. "Cuando educamos a los niños esperamos convertirlos en seres humanos buenos, personas que sean felices en la vida, ¿acaso basta con desarrollar su inteligencia y llenarles la cabeza de información sin desarrollar ninguna cualidad humana?" se pregunta. Y es crítico con la educación que estamos dando a nuestros hijos. "Solamente estamos construyendo herramientas. La inteligencia es una herramienta, la información es una herramienta y una herramienta se puede utilizar de un modo constructivo, de un modo destructivo, o se puede desaprovechar. Una herramienta por sí misma, sin una intención, sin una actitud, sin un valor, no es absolutamente nada", concluye.
La vida del hombre más feliz del mundo se sustenta en dos pilares al alcance de cualquiera de nosotros, la meditación y la generosidad, y a juzgar por la risa que se le escapa cada dos por tres, dan ganas de probar.