Hombres que bordan y tricotan: ¿por qué nos sigue extrañando?
Reunirse para tejer se ha convertido en un modo de reivindicar una nueva masculinidad y un espacio propio
Hablamos con hombres como César Henríquez que, después de enfrentarse a muchos tabúes, hoy saca sus agujas en cualquier lugar
Alejandro Alcaraz ha pasado de ser criticado a recibir elogios por sus creaciones de ganchillo
Nada tendría de particular ver a seis hombres tejiendo con sus toscas manos y en absoluto silencio alrededor de la mesa, igual que hacían nuestras abuelas hasta que caía la tarde en las solanas de su casa. Sin embargo, la imagen, grabada en 2016, dio la vuelta al mundo y desató un movimiento de hombres tejedores que no deja de crecer. De Sudamérica a Europa y de Europa a cualquier otro continente. No ocurría nada más que el gesto repetitivo de sus manos. Algo simple, pero poderoso porque la escena tenía la particularidad de la valentía. Tejer, bordar, tricotar… son tareas ligadas desde siempre a la mujer. Hacerlo en público con absoluta naturalidad, tal y como hacen los miembros de Hombres Tejedores, un grupo que nació en Chile, reuniéndose en pequeños grupos en parques, bares o plazas es un puntapié directo a los estereotipos de género. Significa que, entre puntada y puntada, tejen una nueva masculinidad y destejen un prejuicio. Enseguida empezaron a recibir centenares de mensajes de apoyo y solicitudes para unirse al grupo. El vídeo tiene ya millones de reproducciones.
Tejer tiene algo de transgresor
Con las agujas estos hombres trenzan una nueva sociedad más libre e igualitaria. Nos sorprendería saber cuántos comparten este gusto. Las redes sociales son un excelente escaparate de sus creaciones y esto está animando a quienes aún no se han atrevido a hacer pública esta afición. Son personas que tienen sus familias, sus profesiones y sus vidas. Las agujas les permite evadirse y, de paso, crean un espacio único para ellos y un momento de encuentro con el que crean vínculos.
En España, uno de los grupos más activos está en Canarias y cada año aprovechan el Festival de Lana de las islas para hacer su propia performance, tejiendo en silencio, tanto en recintos cerrados como en la calle reivindicando su derecho a tejer. Sus miembros comparten este gusto y, de paso, aprenden nuevas técnicas y habilidades. Charlan, se ríen, exponen sus preocupaciones y puntos de vista sobre diferentes temas. Es una masculinidad más amable, tierna y fraternal a partir de una actividad que, además, relaja, mejora la concentración, trabaja la motricidad fina y estimula el cerebro.
"No es tarea para hombres", le dijeron a César
La historia con las agujas de todos ellos es muy similar a la que relata el chileno César Henríquez, de 45 años, uno de los impulsores de Hombres Tejedores. La primera advertencia que le hizo su madre cuando, con solo 12 años, le dijo que quería tejer, fue clara: "No es tarea para hombres". Lejos de desistir, se empeñó en aprender y, además, en adquirir su misma destreza que ella. Desde los ocho años, el crío ya venía observándola durante aquellos largos ratos que la madre pasaba entre lanas y palillos. "Le pedí que me enseñase a urdir los puntos en dos agujas. A mí me entretenía mucho y a ella le quitaría una tarea un poco tediosa". Aprendiendo, le quitaría la tarea de tener que tejerle cada año una bufanda, un gorro o un chaleco nuevo". Finalmente, la madre cedió, pero con una sugerencia: sería mejor que lo hiciera en casa, "a escondidas de mi padre".
Pero el padre llegó un día, sin previo aviso, y le sorprendió tejiendo junto a su madre. Los progenitores lo hablaron y, desde ese día, "pude tejer sin preocupaciones y conversar sobre las prendas y nuevos puntos". Otra cosa fue el entorno, la calle. "Tejer fuera de casa no estaba bien visto. Solo en círculos cercanos y cerrados me atrevía a contar mi afición y en muy pocas ocasiones me mostré tejiendo". Al entrar en contacto con la asociación Hombres Tejedores y descubrir que no era el único, se animó a tejer delante de la gente". Todavía recuerda aquella primera vez: "Estaba muy nervioso, fue en el metro, camino al terminal de buses, sentí las miradas de la gente sobre mí y escuché un par de comentarios de la gente. Una señora me preguntó qué tejía y eso fue todo". Desde entonces teje sin pudor en el transporte público o en cualquier otro lugar. Las agujas le han permitido vivir y visibilizar la masculinidad fuera de los patrones comunes. Con más color, creatividad y rompiendo estereotipos que se han perpetuado durante siglos.
Alejandro Alcaraz: "Alguien me tildó de homosexual"
Para el barcelonés Alejandro Alcaraz, de 48 años, la costura es una actividad individual, pero no por ello lo ha tenido más fácil. Se define ganchillero o crochetero especialmente hábil con la técnica de los amigurumis o muñecos populares hechos a ganchillo. "El ganchillo -dice- me llamó la atención desde bien pequeño, viendo a mi madre y a mi abuela que tejían tapetes para la mesa. Hasta los 9 años no se me ocurrió practicar". Le animó a hacerlo la imagen de Pluto, su personaje favorito de Disney, tejido a ganchillo con una técnica japonesa. "Empecé por los puntos básicos, siempre de forma autodidacta, y continué con figuras más básicas, como frutas y verduras. Cuando adquirí suficiente pericia, tejí mi propio Pluto. Seguí practicando y depurando técnicas y empecé a interpretar patrones".
Asegura que en su entorno encontró todo tipo de reacciones. "Desde admiración por mi trabajo hasta quien me tildó de homosexual por tejer a ganchillo". Su mayor satisfacción le llegó cuando tejió un caballo que representaría a la clase de su hijo Iñaki, de cinco años. Desde ese día, no dejó de recibir peticiones. Aunque no dispone de mucho tiempo, procura sacarle un par de horas al día. Cualquier idea que a uno se le ocurra él lo crea con sus manos con la técnica del crochet o amigurumi.