Aprendió de su madre que guardar secretos es un mecanismo de supervivencia y que negar la realidad cuando es tan dolorosa ayuda a sobrevivir. Pero también le enseñó que es aceptable y necesario cuestionar los dogmas de la fe si son dañinos y perjudiciales para la dignidad humana. Este es el principio que ha guiado en los últimos años al psiquiatra infantil y juvenil Miguel Hurtado (1982) para denunciar los abusos sexuales que sufrió de niño en la Abadía de Montserrat, en Barcelona, y emprender una lucha sin tregua contra la pederastia en la Iglesia.
A los 16 años, durante unas jornadas de scouts en Montserrat, le confió la crisis vital típica de la adolescencia al hermano Andreu Soler, un monje benedictino de 60 años muy respetado, que resultó ser un depredador sexual. "Comenzó a pasarse a mi cuarto por las noches y a hablarme de temas sexuales como la masturbación. Usando un tono pedagógico, pretendía darme clases prácticas de educación sexual. Hasta que un día cruzó una línea que rompió mi adolescencia, que me quebró por dentro", escribe en su libro 'El manual del silencio' (2020).
A su denuncia le han seguido otras que han permitido destapar uno de los escándalos más graves de agresiones sexuales infantiles cometidas por religiosos en nuestro país. Según un informe de la Comisión de Transparencia, su agresor siguió abusando de niños durante 30 años, a pesar de que la abadía lo sabía. Una vez fallecido, fue cuando se informó al Vaticano. El monje murió sin cumplir un castigo.
Tu esfuerzo ha servido para que hablen otros hombres que también fueron abusados y violados por religiosos. No son casos individuales, sino un problema estructural. ¿Se está entendiendo así?
Es una realidad que no admite dudas, aunque se haya mantenido en silencio y encubierto a lo largo del tiempo, permitiendo que el número de víctimas sea cada vez mayor. Es así en muchos países, pero en España el elemento diferencial es el vínculo tan fuerte que sigue existiendo entre la sociedad y la Iglesia. Cuesta entender que un sacerdote pueda ser pederasta. Ha sido más cómodo mirar hacia otro lado, pero en los próximos meses y años veremos cómo todo lo que ha ocurrido irá saliendo y la caída, sin duda, será estrepitosa, mucho más dura que en cualquier otro lugar.
¿Qué piensa un niño cuando el abuso ocurre en un lugar como la Abadía de Montserrat, por parte de una persona de confianza y en una institución en la que uno deposita su sistema de valores y creencias?
La primera sensación es de traición. Se derrumba ese sistema de valores y toda una estructura en la que confiaba y que tenía la obligación de protegerme, educarme, guiarme. Todo lo que me habían inculcado se desmorona en un momento tan importante de crecimiento y de desarrollo como ser humano. Entonces tuve que buscar otra estructura para reconstruirme y la encontré en la lucha por los derechos humanos y la buena gente. En ellos tengo ahora mi fe, pero el proceso de reconstrucción es muy largo, con muchos años de terapia y un dolor que se mantiene en el tiempo. Avanzando con muchas pequeñas victorias, a veces insignificantes.
¿Por qué decidiste contarlo?
Por salud mental. Después de muchos años de terapia, sentí que había tocado techo. Necesitaba el paso definitivo, que era hacerlo público, Con 17 años, se lo dije a un monje de Montserrat y este se lo transmitió al abad, pero no tomó medidas. No pasó el caso a la policía, ni le suspendió de sus funciones. El abusador continuó un año más como responsable del grupo de jóvenes. Ahora, antes de contar la verdad, necesitaba saber que mi denuncia tendría una buena repuesta social. En un año mejoré de una forma brutal. Me sentí más fuerte, empoderado, tranquilo y sin miedos.
Y conseguiste que más gente hablara
Es muy importante que las víctimas rompan su silencio. Es terapéutico y reparador. Además, cuanta más gente salga, más fácil será romper ese secreto colectivo que ha amparado al abusador.
¿Cómo nos fortalece como sociedad escuchar el relato del abuso en primera persona?
La gente se está permitiendo por fin hablar de algo que no tenía permitido, de poner palabras a lo que hasta ahora era innombrable y empatizar con las víctimas. La conversación está en la calle, en la política y en los medios de comunicación. Hablarlo significa crear unas habilidades para escuchar y comprender, para que exista solidaridad social y una posibilidad de restauración colectiva. Esos mismos obispos y religiosos que obligaron a los padres a dejar el asunto en manos de las autoridades eclesiásticas tendrán que entender que el secretismo y la impunidad nunca solucionarán el grave problema de los comportamientos sexuales y delictivos del clero. Ya no van a poder mirar hacia otro lado.
Nos referimos a los abusos como cosa del siglo pasado. ¿Todavía hoy se están cometiendo agresiones sexuales infantiles sin que se detecten?
Ahora existe en el entorno una disposición mucho mayor a actuar de inmediato, pero no caigamos en la complacencia de pensar que estas cosas no pasan. Lo peor sigue siendo que esas víctimas que ahora son niños pueden tardar varias décadas en denunciar y en expresar qué les ocurrió. El abuso sexual es siempre un abuso de poder. Cuanto mayor sea la asimetría de poder, cuanto más grandes sean ellos y más pequeño seas tú, más difícil es denunciar públicamente los abusos.
La creación de una comisión de la verdad divide al Congreso. ¿Por qué hay esa negativa a investigar la pederastia en cualquiera de sus ámbitos, no solo en la Iglesia?
Es muy necesario investigar a todas las instituciones y entornos, pero debemos entender que algo muy complejo. Por una parte, hace falta un colectivo de víctimas que quieran hablar, algo que de momento no existe fuera de la Iglesia. Por otra, se necesita una red asistencial para ofrecer un tratamiento a largo plazo. España no está preparada para una investigación de tal dimensión.
Existe un porcentaje muy alto de población que sufrió abuso infantil y permanece en silencio. ¿Cuáles son secuelas?
Las secuelas tienen que ver mucho con las características del abuso: cuánto duró, de qué tipo fue esa agresión, a qué edad ocurrió, por parte de quién, en qué entorno, si la víctima lo contó y qué respuesta tuvo, si encontró apoyo o si se le ofreció tratamiento psicológico. El trauma y sus secuelas son muy heterogéneas. La pederastia ha provocado incluso suicidios, por eso sería bueno escuchar también a los familiares de las víctimas.
¿Tus conocimientos como psiquiatra te han ayudado a entender qué lleva a un ser humano a semejante brutalidad?
Lo que nos ocupa ahora es saber cómo actúa un pederasta y, fundamentalmente, es una persona absolutamente integrada en la sociedad que lo hace beneficiándose de la impunidad y la asimetría de poder con respecto al niño. El pederasta busca menores en situación de vulnerabilidad y actúa porque se siente con tranquilidad de saberse seguro. No ve razón para controlar su impulso.
¿De qué modo podemos ahora, como sociedad, resarcir a esa persona que fue violada en los primeros años de su vida?
Tenemos que dar apoyo para acabar con la impunidad del abusador y el paso previo es conseguir que el delito no prescriba. Lo razonable es que el plazo de prescripción comience a contar a partir de los 50 años de la víctima. Nuestra sociedad no se puede permitir que un depredador sexual muera sin pisar la cárcel.