Es un hecho que la sociedad avanza hacia una digitalización transversal de la mayoría de servicios y ámbitos susceptibles a ello. El teletrabajo, las clases telemáticas, la virtualización de una gran parte de los procesos burocráticos... La pandemia ha acelerado esta nueva dinámica y dibuja una perspectiva marcada por la virtualización progresiva de cada vez más sectores. Esta nueva forma de vida globalizada y marcada por la red, además, parece irreversible tanto en los seniors como en los más jóvenes, crecidos en ambientes netamente digitales.
Los jóvenes nacen, prácticamente, con una pantalla frente a sus ojos. Según datos del Dossier de indicadores sobre el uso de TIC por menores en España, elaborado por el gobierno, el 66 % de los niños y niñas y entre 10 y 15 años disponían de móvil; el 89,7 % usaron el ordenador y el 92,9 % utilizaron internet en 2019. Y a medida que crecen, también se incrementa la tenencia de dispositivos móviles, que alcanza un porcentaje del 93,8 % a partir de los 15 años. Esta 'informatización' de la juventud, junto a las tendencias virtuales asentadas a raíz de la pandemia -clases telemáticas y teletrabajo, esencialmente- confirman una inclinación imparable hacia la digitalización de todos los sectores de la sociedad en adelante. Desde hace tiempo, hay voces que alertan sobre los posibles efectos adversos de pasar demasiadas horas delante de una pantalla, especialmente en los nativos digitales.
Si bien la literatura al respecto es extensa, pocos textos han generado tanta polémica como lo ha hecho 'La fábrica de cretinos digitales' un ensayo sobre el supuesto deterioro cognitivo de los nativos digitales por el uso excesivo de las nuevas tecnologías escrito por el neurocientífico Michel Desmurget. El especialista afirma que la generación de los nativos digitales es la primera que registra un coeficiente intelectual menor que el de sus padres, principalmente por el uso excesivo de las nuevas tecnologías que realizan en su vida cotidiana.
¿Es esto posible? ¿Significa que las generaciones anteriores son más inteligentes que las posteriores? ¿Cómo hay que gestionar la relación con las pantallas con los más jóvenes? Hablamos con la psicóloga Sara Treviño, del Instituto Psicológico Cláritas, especializada en pautas cognitivo-conductuales con niños y adolescentes y actualmente en formación en el campo de la neuropsicología, para que nos responda estas y otras dudas que surgen tras las tesis de Desmurget.
Para entender el desarrollo neurobiológico en los primeros años de vida, clave en el desarrollo cognitivo de los niños, hay que entender dos conceptos: la plasticidad sináptica y la plasticidad cerebral. Es este el punto de partida de Treviño. "Después del nacimiento, hay un proceso de plasticidad sináptica en el cuál se producen cambios en el sistema nervioso. La alteración del desarrollo de los circuitos neuronales viene provocada por factores ambientales y experiencias, que modifican las sinapsis nerviosas mediante el aprendizaje y la memoria", explica la psicóloga. Aquí entran en juego por primera vez las tecnologías, que forman parte de los factores ambientales y experienciales anteriormente comentados y terminan moldeando el sistema nervioso, clave en su desarrollo cognitivo.
¿Qué hay de la plasticidad cerebral? "Es la capacidad del sistema nervioso para cambiar a partir de su interacción con el entorno, para adaptarse a los cambios del ambiente". A medida que las personas crecen e interactúan con el medio, el sistema nervioso va estabilizándose progresivamente y alcanza su funcionamiento programado, destaca la experta. La tecnología , en este punto, alcanza una importancia primordial, siendo determinante en las primeras tomas de contacto experienciales en los últimos tiempos.
"La tecnología es un elemento complementario del aprendizaje, una herramienta que, bien empleada, estimula nuestra plasticidad cerebral", defiende. Y critica al mismo tiempo: "el uso excesivo de las mismas puede transformarse en una necesidad facilitadora, por lo que la experiencia de aprendizaje disminuye". En resumidas cuentas: nuestra curiosidad disminuye porque, al tener las soluciones muy cerca, no necesitamos explorar. Así, "pasamos nuestro periodo susceptible de mayor aprendizaje sin estar lo estimulados que deberíamos", lamenta.
Pero esto no significa que las nuevas generaciones nazcan con un coeficiente intelectual menor que el de sus predecesores, sino todo lo contrario. "Según el efecto Flynn, el coeficiente intelectual promedio aumenta entre dos y tres puntos cada década", aclara la psicóloga. Pero sí puede verse mermado si no se trabaja. Y en ello afecta, y mucho, tanto el tiempo como el uso de las tecnologías.
"El exceso de uso de las tecnologías en los primeros años de vida puede conducir a que no desarrollemos todo nuestro potencial intelectual", zanja.
Parece que no necesariamente si atendemos a la esfera académica. "Resulta un tanto reduccionista hablar de 'ser más inteligentes' y asociarlo de manera causal a un estilo educativo determinado", afirma Treviño. "Las generaciones pasadas tenían un método educativo más memorístico frente al interactivo actual. Ahora tenemos agendas electrónicas que nos indican cumpleaños, números de teléfono y horarios, donde antes teníamos que tirar de almacén de memoria y estrategias adaptativas".
Quizá esta forma de aprendizaje fomente el "esfuerzo cognitivo memorístico", pero no determina, en ningún caso, que las generaciones anteriores sean más inteligentes que las nativas digitales. Tampoco parece justo realizar esta afirmación en base a los resultados de un método como el cálculo de coeficiente intelectual. "Desde hace años la inteligencia se mide con una serie de baterías de cuestionarios estandarizados que determinan el funcionamiento intelectual, tanto en niños como en adultos". Pero no hay que olvidar de que se trata de una metodología que, si bien analiza el rendimiento práctico, limita la medición de otro tipo de virtudes. "Estos cuestionarios miden la inteligencia práctica, dejando de lado la inteligencia emocional o la inteligencia social, entre otros", cuenta la psicóloga.
La clave, a este respecto, sería un sistema que evalúe un amplio abanico de aptitudes sin discriminar otras. "El resto de las inteligencias se pueden ver excluidas dentro de los valores de medición. Por tanto, lo ideal sería realizar un análisis que abarque un espectro mayor, incluyendo pruebas multidisciplinares y adaptadas a los recursos del siglo XXI", defiende la experta.
Sabemos que el método tradicional de medición de inteligencia es parcial y no representa la realidad actual. También que un uso excesivo de las tecnologías puede llegar a mermar las capacidades cognitivas de los más jóvenes. Y por descontado, que nadie va a renunciar a las ventajas que ofrece la red en la vida cotidiana. Entonces, ¿cómo debe ser el equilibrio entre tecnología y juego tradicional en casa?
Treviño aboga por un modelo híbrido en el que el uso de dispositivos electrónicos esté medido y se combine con un estímulo de la imaginación mediante lo que define como "juego simbólico" (los juguetes no electrónicos de siempre). "Es necesario transmitir a la familia que, para el desarrollo sano de sus hijos, tenemos que estimular el máximo de áreas posibles, todo ello con horarios, rutinas y normas", recomienda. "El tiempo de exposición prolongada a dispositivos móviles genera una cierta dependencia por la tecnología y modifica la forma de relacionarse", agrega Treviño.
"No es casualidad que en las casas con un control parental con respecto a las tecnologías tengamos a niños con mayor rendimiento académico y mejor salud psicológica", alerta. Por ello establece una máxima a tener en cuenta a nivel doméstico: "hay que poner las tecnologías al servicio del niño".