Enrique lanza furioso una patada durante un partido de fútbol, Carlos inicia una pelea de gallitos en la puerta de casa y Laura aguanta, por parte del profesor en una clase extraescolar, un "deja que él monte el lego y tú le das las piezas". Cosas de la testosterona, alegamos (al menos hasta hace poco). Y lo dejamos estar.
Tradicionalmente se ha colocado la testosterona como un parapeto en la educación del niño, y se le ha acabado tratando como un pequeño monarca autoritario. "Es tanto como darle un pase al mal comportamiento y otro al éxito. A esta hormona se la culpa de todo, desde la agresión masculina hasta la ventaja en la competencia deportiva", advierte Katrina Karkazis, antropóloga y bioética de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Pero "no existe", recalca, "ninguna razón biológica que eleve al varón y deje atrás a las niñas", igual que tampoco se puede buscar en la testosterona la causa de las ganancias de los titanes de Wall Street.
Durante siglos hemos dejado que esta hormona marque el molde de una virilidad a la que tiene que ir ajustándose el niño en su crecimiento, ligada en el futuro a un apetito sexual insaciable, agresividad y hábitos que ponen en riesgo su propia salud. ¿Hasta qué punto el cerebro infantil está dirigido por la testosterona?
La psicóloga británica Cordelia Fine, autora de Testosterone Rex, habla claro: "La idea de que los hombres estén dominados por la testosterona es ciencia anticuada. Las diferencias entre sexos son más dinámicas de lo que nos han hecho creer. En muchos casos son simples convencionalismos".
Ahí va un ejemplo: cuando Cholo, fuera de sí, dio un manotazo a su ayudante por no hacer el cambio de jugadores esperado al final de un partido contra el Bayern de Munich, enseguida se achacó a un subidón de testosterona. Los niños observan y aprenden que, ante un bombardeo hormonal, no hay más opción que reaccionar. Reciben el gran mandato de ser 'un hombre de verdad' con licencia para usar la violencia si la situación lo requiere.
La subida de testosterona empieza poco antes del nacimiento y unos meses después del parto se produce una escalada transitoria. En la adolescencia remonta de nuevo para quedarse así hasta bien avanzada la edad madura. Tampoco la configuración del cerebro es exactamente igual en ambos sexos. ¿Todo esto quiere decir que los hombres están programados biológicamente para identificarse con el azul, los juguetes de construcción o la belicosidad?
Para responder, Fine echa mano de algunas especies de ave. El área de canto de los machos duplica en tamaño al de las hembras, pero es menos activa, lo que lleva a que ambos canten igual. Trasladando la idea al ser humano, argumenta que existen rasgos peculiares y diferencias hormonales que no deberían impedir un comportamiento o resultado similar en todo ser humano, aunque niños y niñas lo expresen de modo diferente.
El debate es intenso y la masculinidad es mucho más que los estereotipos que ha marcado la dichosa testosterona, sobre todo porque disponemos de un poderoso mecanismo: la cultura. La conclusión de un trabajo de la Universidad de Zúrich (Suiza), publicado en Nature, va en esa línea. "La testosterona induce al comportamiento antisocial en los seres humanos, pero más a causa de nuestros propios prejuicios sobre sus efectos que por una actividad biológica real". Pero hay algo más que han advertido sus autores: "la testosterona incrementa la capacidad de discernir con equidad y con justicia".
Con estos datos, Daniel Gabarró, pedagogo y autor de 'Transformar a los hombres: un reto social', se niega a aceptar que las diferencias biológicas se conviertan en desigualdades o injusticia. En su ensayo asegura que le parece nefasto tener modelos rígidos sobre cómo deben ser los hombres y cómo deben ser las mujeres. "Creo que debemos avanzar hacia una sociedad donde haya formas que nos inviten a ser más iguales desde la diferencia individual y única de cada persona".
Su propuesta no es convertir esto en un asunto individual en el que cada hombre tenga que buscar su propia solución. "Debemos comprender -indica- que se trata de un tema social que tiene consecuencias sociales. No solo afecta a algunos hombres sino a su totalidad y, no hace falta remarcarlo, también a la totalidad de las mujeres". Hay en marcha iniciativas que, como dice Gabarró, pueden romper esa dicotomía rígida entre hombres y mujeres para alcanzar una sociedad compuesta de personas que colaboren desde la igualdad, la diversidad y el respeto mutuo.
Patios de recreo inclusivos
Muchos centros educativos están transformando sus aulas y lugares de juego en espacios que permiten una nueva masculinidad. Es un gran reto social que exige paciencia. Enrique Javier Díez Gutiérrez, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León, anima y ayuda a crear espacios que combaten la dictadura de la pelota que invade la mayor parte de los patios y, en su lugar, introducen juegos inclusivos e igualitarios.
Algunos colegios han limitado el fútbol con iniciativas como el día sin balón una vez por semana impulsado por el colegio Belia de Belchite, en Zaragoza. A cambio incentivan otro tipo de juegos, como baloncesto, baile o malabares. En Madrid, el proyecto Micos está desarrollando la idea de patios inclusivos en Usera, San Blas y Moncloa, con espacios en los que los alumnos pueden jugar de manera más libre y entre iguales. El objetivo es deconstruir y cambiar la hegemonía masculina que a veces deriva de las actividades típicamente masculinas.
Videojuegos sexistas fuera de su alcance
Los contenidos violentos y sexistas de muchos videojuegos, que presentan a la mujer como un objeto sexual, disminuyen la empatía hacia el dolor de la mujer víctima de la violencia machista, según un estudio publicado en la revista Plos One por un equipo de científicos italianos y estadounidenses. "Vimos que aquellos chicos que habían jugado con títulos violentos y agresivos se identificaban con el personaje principal y con creencias como que la masculinidad implica agresividad", señalan los autores.
El teatro como alternativa
La directora de escena Susana Martín Cuezva se ha comprometido también con esta nueva identidad masculina con la fundación Teatro que Cura, cuyo propósito es usar la dramatización para desarrollar nuevos modelos de comportamiento basados en la igualdad con personajes que favorecen la adquisición de valores, eliminación de estereotipos y nuevos patrones en las relaciones de pareja entre adolescentes. "Trabajamos en institutos y colegios enseñando a identificar a los alumnos, a través de la escena, los distintos niveles de violencia de género, desde el más sutil hasta el más explícito. Dejamos que ellos mismos planteen sus propias opciones", explica la directora.
Son solo algunos modelos reales de cómo implicarse y construir una nueva identidad masculina para que ser hombre se transforme en algo deseable para los niños y los adolescentes. "Este nuevo modelo -describe Gabarró- debe incluir la energía, la fuerza, la asertividad y la potencia. Pero también la ternura, el cuidado, las emociones y los sentimientos. Que incorpore las diferencias como enriquecimiento personal y consiga que la violencia pierda su legitimidad social como prueba de algo que humilla y degrada a quien la utiliza". Bien dijo Simone de Beauvoir "no se nace hombre, se llega a serlo".