Lo que el 'caso Plácido Domingo' puede enseñar sobre machismo a hombres de su generación
Tras meses negándolo, Plácido Domingo ha emitido un comunicado pidiendo perdón por el dolor causado a las víctimas que le acusaron de acoso sexual y abuso de poder
La imposición del modelo de masculinidad tradicional en la educación, a menudo dificulta a muchos hombres maduros entender los cambios que se están produciendo
Analizamos con un experto en masculinidades lo que significa que una figura tan representativa para toda una generación de hombres asuma su responsabilidad en este caso
Donde dije digo, digo mea culpa. Plácido Domingo ha emitido un comunicado en el que pide perdón a las mujeres que le acusan de acoso sexual por "el dolor" causado, aceptando "toda la responsabilidad" por los hechos y asegurando que está "comprometido a acometer un cambio positivo" para que "nadie tenga que pasar por lo mismo". Un hecho que marca un punto de inflexión para una generación que debe repensar sobre cómo en muchas ocasiones la masculinidad tradicional ha ejercido abusos de poder.
Tras meses de silencio, esta es la pública conclusión del tenor después de que el año pasado una veintena de mujeres del mundo de la música le acusara de acoso sexual, en una espiral que derivó en cancelaciones de contratos laborales de Domingo —tuvo que dimitir como director de la Ópera de Los Ángeles— y un amplio debate sobre si su actitud había sido aceptable o no en otros tiempos (y, por tanto, ‘perdonable’), como él alegó en su defensa.
MÁS
Resulta llamativo el cambio de postura de Domingo, que ahora sí reconoce que lo que hizo causó un mal. El mensaje de este referente cultural de 79 años, aceptando que provocó “dolor” y que esas mujeres pasaron por trances desagradables, muchas veces viendo truncadas sus carreras por no aceptar acostarse con él, puede servir —si es que algo positivo se puede extraerse del caso— para reforzar el cambio de paradigma en lo que a masculinidad se refiere.
La mayoría de los que poblamos ahora el planeta hemos aprendido a ser hombres en un contexto tóxico.
Hasta no hace mucho, los hombres gozábamos de unos privilegios que permitían el despliegue de excesos. "Debemos hacer una mirada histórica", expresa Ritxar Bacete, autor de 'Nuevos hombres buenos. La masculinidad en la era del feminismo' (Península, 2017). "Venimos de una época en la que se absolvía a los hombres que habían matado a sus esposas si argumentaban que era en defensa de su honor. En las fiestas de mi pueblo era habitual y divertido propasarse con las mujeres. La mayoría de los que poblamos ahora el planeta hemos aprendido a ser hombres en un contexto tóxico".
El jefe que atosiga a la becaria, el amigo aprovechado que abusa de la confianza de una amiga, el gracioso que hace un strip tease en la cena de empresa… Tal vez los episodios de Plácido Domingo o Harvey Weinstein sean más mediáticos, pero hombres con similares formas de tratar a las mujeres los ha habido siempre y en todas partes. “Ese tipo de hechos, que hace unos años eran normales, tolerables y que las mujeres tenían que aceptar, ya no lo son”, añade el experto. "Estamos en una nueva era. Han llegado a la calle las demandas de las mujeres, pero no se ha construido esa nueva identidad masculina, sobre todo en el ámbito de la sexualidad”.
Educados en la masculinidad tradicional: cómo encajar el cambio
Estamos, pues, en una etapa de transición, que pilla con el pie cambiado a toda una generación que no fuimos educados en valores de igualdad. En corrillos, son habituales las quejas: ya no saben, dicen algunos, si pueden abrir la puerta del ascensor a una mujer o decirle a una compañera de trabajo que está guapa. Aunque muchos de esos lamentos destilan ironía, el choque de pasado y presente genera en muchos de los mayores de 45 un conflicto que resuelven por el método de ensayo y error.
"El problema del buen trato es cuando tiene un sesgo de género", distingue Bacete. "Cuando le abres la puerta a tu compañero o le dices que está guapo, estás legitimado para hacerlo con una compañera. El problema es que solo lo haces con las mujeres. Cuando le abres la puerta a una mujer, está cansada de que muchos hombres hayan intentado facilitarle la vida para obtener algo a cambio". Porque, reconozcámoslo: en su origen, esa rancia galantería no era un servicial rasgo de civismo, sino que escondía unas ganas de gustar, de engatusar; no ayudábamos a un semejante desinteresadamente, sino a una mujer supuestamente susceptible de sucumbir a nuestras afectadas maneras de macho.
Los hombres que crecimos marcados por la vieja masculinidad vivimos a diario situaciones apuradas que no sabemos resolver. Aun estando muy lejos del caso Plácido Domingo, el periodista que escribe esto, de 53 años, recuerda cómo el pasado agosto, al subir a un tren, su vagón estaba vacío excepto por una joven que, acorde con las temperaturas, vestía minifalda o pantalón muy corto. Cuando examiné mi billete, comprobé que mi asiento era ¡el contiguo al de la chica! Entre sentarme a su lado, como me correspondía, a riesgo de hacerla sentir incómoda (“¡qué casualidad, que estando el vagón vacío se siente a mi lado!”, podía pensar), o acomodarme en cualquier otro asiento, exponiéndome a la vergüenza de ser levantado cuando el tren se llenase, elegí lo segundo. Y aún no sé si hice lo correcto.
La "masculinidad", como sostiene una revisión de la literatura científica sobre el tema publicada en 2013 en Open Journal of Social Science Research, no es un concepto natural:"Es una identidad de género construida social y culturalmente, histórica y política”. Cabe pensar que si ese contexto sociocultural cambia —como está ocurriendo— la idea de masculinidad tenga que adaptarse forzosamente a la nueva realidad.
Esta nueva masculinidad viene alentada por el renacer del feminismo, pero no es solo buena para las mujeres. Ser hombres del siglo XXI nos ayuda a realizarnos como personas, algo que sí están consiguiendo ellas. "Las mujeres son capaces de compartir problemas con sus amigas, se alimentan mejor, son las que más se cuidan, las que hacen terapia… Sin embargo, nosotros seguimos anclados en el siglo XX o incluso en el XIX. Eso hace que no tengamos la posibilidad de alcanzar niveles de plenitud que muchas mujeres están alcanzando, de poder jugar al fútbol y hacer gimnasia rítmica, de llorar en público y ser libres…", dice Ritxar Bacete. Por si fuera poco, hay razones de bienestar que refuerzan el nuevo canon masculino: "Está estudiado que aquellos hombres que cuidan más, que son más igualitarios, viven más, tienen mejores relaciones sexuales, se separan menos, reportan ser más felices. Ganancias hay muchas".