Comer y beber es un placer. De eso no cabe duda. Cuando probamos un plato que nos gusta, nuestro estado de ánimo mejora. Esto sucede debido a que el sistema nervioso utiliza para comunicarse entre sí unas sustancias químicas llamadas neurotransmisores, que se crean y sintetizan a través de lo que comemos. Entre estos se encuentra la serotonina. ¿Pero qué pasa cuando tenemos hambre? La sensación es completamente diferente, es más, seguramente conozcas a alguien a quien le cambia humor de forma radical, quizá seas tú mismo. Hablamos con la psicóloga Teresa Terol para que nos explique por qué ocurre esto.
La comida va ligada a la supervivencia y muchos momentos de la vida giran entorno a ella. Desde que somos pequeños la tenemos integrada en la vida cotidiana y en muchas ocasiones a los niños se les premia o castiga con esta. Esto provoca que generemos una relación muy estrecha de la comida que nos hace consumirla no solo cuando lo necesitamos físicamente, sino también cuando vivimos determinados momentos o sentimientos.
"Es muy importante distinguir entre el hambre fisiológica y el emocional, pero en ocasiones no es fácil porque la sensación de hambre es un aprendizaje que hemos adquirido desde pequeños", apunta la psicóloga. La primera se refiere a la necesidad de alimentarse para sobrevivir, la segunda es cuando entendemos la ingesta como una respuesta a estados afectivos.
Hablamos de ingesta emocional cuando usamos la comida como una vía para serenarnos, distraernos o no pensar, como una forma de lidiar con una emoción desagradable. "El hambre emocional no es que nos ponga de mal humor es que realmente lo que estamos atravesando es un episodio de ansiedad. Como esta ansiedad nos afecta a deshora, en la mayor parte de las ocasiones, intentamos reprimir esa sensación y eso nos genera un profundo malestar, porque realmente no hay hambre sino una sensación", explica Terol.
Este tipo de hambre aparece después de situaciones de estrés, de una discusión, está muy relacionado con el enfado y la tristeza. "Esto lo hacemos porque tenemos un aprendizaje previo en el que recurrimos a la comida para paliar sentimientos desagradables. Es muy interesante entender que la mayor parte de las veces que tenemos hambre, realmente no la tenemos, lo hacemos porque toca".
De hecho, el cuerpo está preparado físicamente para poder pasar largos periodos de tiempo sin comer y de ahí que los planes de ayuno tengan evidencia de ser beneficiosos para el organismo. "El cuerpo puede estar muchas horas sin comer, el problema es que como hemos distorsionado al cuerpo, tenemos muchos estímulos que generan hambre: entrar a la cocina, la hora de comer, ver la televisión, quedar con alguien. Es por el lugar, por el entorno, más que por la necesidad".
Sin embargo, cuando realmente nuestro cuerpo requiere energía, entra en juego el papel de la glucosa en la sangre. Científicamente, el nivel de esta juega un papel muy importante en la forma que nos sentimos tanto física como mentalmente. Cualquier cambio de los estándares normales nos producirán cambios de humor, depresión y ansiedad.
Así lo confirma un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad canadiense de Guelph y publicado en la revista 'Psychopharmacology'. La investigación analiza el impacto de una caída repentina de glucosa en el comportamiento emocional de ratas y se ha observado que los animales experimentaban ansiedad cuando tenían hipoglucemia, ya que su sangre contenía corticosterona, indicador de estrés fisiológico.
"Encontramos evidencia de que un cambio en el nivel de glucosa puede tener un efecto duradero en el estado de ánimo. Personalmente era escéptico cuando la gente me decía que se ponía de mal humor si no comía, pero ahora lo creo. La hipoglucemia es un fuerte factor de estrés fisiológico y psicológico", asevera el psicólogo Francesco Leri, uno de los autores del estudio.