Sin casa, sin dinero y 1.000 kilómetros para caminar: el reto que cambió la vida de Raynor Winn a los 50
Con su marido, enfermo, recorrió el Sendero de la Costa del sur de Reino Unido por tener un objetivo vital
La británica ha relatado su dura experiencia en el libro ‘El sendero de la sal’, ‘best seller’ en su país y recién publicado en España
Hablamos con Raynor de sus motivaciones y las lecciones que aprendió en su exigente aventura: “Haces lo que sea por sobrevivir”
El verano de 2014 fue un verdadero calvario para Raynor Winn y su marido, Moth, que entonces tenían 50 años. Casi al mismo tiempo que a Moth le diagnosticaron una enfermedad degenerativa incurable, perdieron su casa y todos sus bienes por unas malas inversiones. De la noche a la mañana, estos dos británicos, que vivían desahogadamente y tenían un negocio propio, se convirtieron en homeless. Raynor no podía buscar trabajo porque debía cuidar de Moth. Sin un techo bajo el que cobijarse y sin nada que hacer -y con un presupuesto semanal de 48 libras de la Seguridad Social-, se echaron a andar.
Durante aquellos meses estivales recorrieron el sur del Reino Unido, en la parte que se conoce como el Sendero de la Costa: una especie de Camino de Santiago de 1.010 kilómetros entre escarpados acantilados y frías playas donde el misticismo del apóstol se sustituye por la leyenda del Rey Arturo.
MÁS
Sigo jugando con maquetas de trenes a los 50: "Todo el amor que le das, te lo devuelve con creces"
El consejo de Richard Branson que te ayudará a superar las dudas y tener más confianza en ti mismo
Tus lunares bajo control con la regla del ABCDE y la visita al dermatólogo: ¿por qué es importante el seguimiento?
Podrían haber elegido entre dormir en cajeros automáticos de su ciudad o ponerse en movimiento; lo último les daba algún sentido a su vida en mitad de tan severa crisis: constituía un plan que seguir. "Perdimos la casa, que no solo era una casa: era un hogar, el lugar donde invertimos veinte años de nuestra vida", nos cuenta Raynor por videoconferencia.
"La compramos cuando era una ruina, el tejado se caía, había agujeros en las paredes… Era, además, nuestra fuente de ingresos: la convertimos en un alojamiento vacacional. Tuvimos la sensación de haberlo perdido todo, de haber malgastado veinte años de trabajo. Y por encima estaba el diagnóstico de Moth. Sentimos que no había una razón para vivir. Y pensamos en recorrer el sendero. La idea era seguir una línea en el mapa. Nos daba un motivo para seguir adelante y tener algo que hacer al día siguiente".
Descartados hoteles y albergues por su escasez pecunaria, dormían en una pequeña tienda de campaña, que levantaban en cualquier recodo del camino, a veces bajo furibundas tormentas. Pasaban hambre: en los pubs, en vez de cerveza pedían agua caliente para poder prepararse su té. Cuando podían se daban un festín de noodles envasados. Según se desprende de El sendero de la sal, el libro que Raynon Winn escribió relatando su experiencia (éxito de ventas en su país y recién publicado en España por Capitán Swing), el Sendero de la Costa es duro; la ruta, abrupta. Y Moth estaba enfermo.
"La fuerza nos la dio el sendero", explica Raynor. "Empezamos a caminar en un estado de ansiedad, despecho y miedo por el futuro; pero había algo en el sendero, que a un flanco mostraba el mundo real y al otro el horizonte sin fin del mar. Dar el siguiente paso, y el siguiente, era un reto, un logro en sí mismo, y permitió que ese despecho empezara a difuminarse, dejando en su lugar el sendero y la siguiente parada".
Sobrevivir sin hogar
A lo largo de su aventura (o desventura), Raynor y Moth comprobaron cómo es sentirse al otro lado; el de los desarrapados. Lugareños, mochileros y turistas los veían sucios, andrajosos y hambrientos. El nido de pájaro que Raynor tenía por pelo habría hecho parecer el de Amy Winehouse un alisado japonés. También sospechosamente desocupados. Eran homeless de manual. Quien no les trataba con desdén lo hacía con indiferencia; solo algunos les ayudaban.
"Mucha gente volcaba sobre nosotros sus prejuicios sobre lo que es ser un homeless. Y supuso un shock para nosotros. Otros nos daban lo que tenían. Si algo he aprendido es que todos somos iguales de muchas maneras: compartimos las mismas emociones, los mismos temores, y solo cuando la gente se enfrenta con algo que le da miedo, como los homeless, reacciona movida por el espanto".
Llegaron a saltarse la ley para sobrevivir. Para empezar, la acampada libre está prohibida en Reino Unido. En el libro, Raynon describe una escena en la que roba unas chocolatinas, y en otra, realmente memorable, cómo Moth -a quien por alguna razón todos confunden con un poeta famoso- decide pasar el sombrero en la calle (sin licencia) mientras recita unos versos (a resultas de lo cual obtienen unas suculentas 20 libras).
"Haces lo que sea para sobrevivir. Es un escenario muy complicado. Es muy fácil estar aquí después de haber comido una tostada y bebido un té y decir: 'Estuvo mal'. Pero cuando te ves en esa situación y sientes que no hay alternativa, la línea para saltarse la ley es muy fina. Me han dicho: '¡Robaste en una tienda! ¡Es lo más terrible que alguien puede hacer!' Te convierten en un estereotipo de homeless. Aquella mañana nos despertamos y no teníamos comida; rebuscamos en los bolsillos y solo encontramos un caramelo, que dividimos por la mitad.
Estábamos a días de poder conseguir algo más de dinero. Moth tenía la necesidad deseperada de comer algo. Y me llevé las barras de chocolate de esa tienda. Nos las comimos y huimos corriendo a la playa como adolescentes gamberros. Aunque Moth nunca lo supo hasta que lo leyó en el libro… Hacer camping libre está prohibido, pero si eres cuidadoso, no estás a la vista de la gente y no dejas basura… Bueno, lo hicimos y ya está".
El sendero de la sal es muchas cosas: un relato de aventuras, un libro de autosuperación y una historia de amor. En sus páginas, y a pesar de las adversidades, Raynor y Moth nunca discuten. Como cualquiera que haya llegado a cierta edad sabe, las desgracias solo tienen dos efectos en las parejas: o las unen más o las destruyen. En su caso, fortalecieron su vínculo afectivo.
"Somos afortunados en muchos aspectos: estamos juntos desde que éramos adolescentes, y todos los problemas de la vida los hemos pasado y superado juntos. Esto fue algo que afrontamos en equipo. Nos sentíamos como una unidad tratando de sobrevivir. Y tampoco había mucho de lo que discutir, a no ser sobre si íbamos a comer noodles o arroz seco o si nos quedábamos sin agua", explica Raynor.
Parar y 'resetearse' llegados los 50
En el transcurso de su accidentado itinerario, Raynor repite varias veces: "¡No somos tan mayores!". A sus 50, su estilo de vida libre (aunque obligado) causaba sensación. "Esa reacción venía sobre todo de gente joven", explica la escritora. "Estábamos haciendo algo que no sueles verlo en gente madura. Íbamos cargados con mochilas y sacos de dormir. Era como decir: Aún podemos hacerlo".
Su proeza demuestra que a los 50 es posible reinventarse, empezar de cero, porque nos hayamos quedado sin trabajo, haya cambiado nuestra situación sentimental o cualquiera que sea el motivo. "Nosotros no tuvimos más opción, porque lo habíamos perdido todo", dice. "Creo que si no hubiéramos hecho el sendero habríamos acabado mal. Esa rabia y esa amargura que sentíamos al principio podría habernos consumido. Pero el camino nos permitió salir de eso y nos hizo ver que había otras posibilidades. Otros modos de vivir. Nunca es tarde para cambiar tu vida. Puedes hacerlo a cualquier edad".
De hecho, Raynor cree que el medio siglo es un buen momento para parar, reflexionar y ordenar prioridades. "Es una fase en que nuestra vida empieza a cambiar, y hay cosas que antes hacíamos que quizá no podremos seguir haciéndolas. Nuestros hijos tal vez son mayores… y te encuentras con nuevas responsabilidades. Es una etapa en que todos consideramos algún tipo de cambio. Es bueno evaluar el equipaje que llevamos, porque puede convertirse en una carga. Hay pesos emocionales o materiales que pueden atenazarnos, y si somos conscientes de que no nos queda tanto tiempo por delante como el que ya hemos consumido, ¿por qué perderlo en cosas sin sentido?".
La historia termina cuando, a principios de aquel otoño, una amiga de Raynor les ofrece vivir en un cobertizo a cambio de realizar trabajos domésticos y chapuzas. Les faltaban 400 kilómetros para completar el itinerario, pero la llegada del frío desaconsejaba continuar. Aceptan, y Raynor encuentra empleo como esquiladora. Moth decide matricularse en la universidad para reinsertarse en el mercado laboral. Con mejor ánimo, el verano siguiente deciden reanudar el sendero, solo que a la inversa: desde el punto final hasta donde lo interrumpieron. Entonces una chica les ofrece un piso de alquiler, con la beca de Moth como aval: el piso está en Polruam, justo donde desistieron de seguir la primera vez. El círculo, pues, se cierra.
Al principio del libro, la pareja se cruza con un ciego que, en tono profético, les augura: "Saldréis de esta más fuerte". Raynor opina que acertó. "Sí, sin ninguna duda. Emocional y físicamente, mucho más fuertes. Más resilientes con lo que la vida nos depara. Cosas que antes nos parecían un mundo ahora son otra pequeña valla que saltar. La vida se ha hecho más fácil emocionalmente para nosotros desde entonces, porque después las cosas no son tan duras". No han abandonado el hábito de caminar. Acaban de terminar una marcha de cuatro meses que empezó en el noroeste de Escocia y terminó en la costa sur. "Ahora somos mayores que cuando hicimos el Sendero de la Costa, y nos damos cuenta de que aún podemos cambiar, crecer, desarrollarnos en facetas que no esperábamos. Es un buen momento".
Por cierto… ¿qué hay de Moth? "Tuvo una recaída el invierno pasado", responde su esposa. "Entonces fuimos al norte de Escocia y recorrimos a pie todo el país, sobre todo quizá porque yo estaba muy empeñada en probarlo de nuevo. Y él tuvo la bravura suficiente de intentarlo. Y ahora mismo está mejor que en muchos años". Raynor, que ahora tiene 57 años, publicó en 2020 en el Reino Unido The wild silence