Noelia de Mingo, la doctora que mató en 2003 a tres personas en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, ha sido detenida este mediodía tras apuñalar a la cajera de un supermercado y la empleada de una farmacia en El Molar, en la sierra madrileña, donde vivía desde hace años junto a su madre, octogenaria, y donde recibía tratamiento ambulatorio para tratar su esquizofrenia, una enfermedad mental grave considerada crónica. De Mingo ha sido detenida por agentes de la Guardia Civil.
Hace 18 años Noelia de Mingo mató a tres personas e hirió a otras cinco tras sufrir un brote esquizofrénico. Fue absuelta del homicidio por padecer esquizofrenia paranoide, aunque se estableció para ella una medida de 25 años de internamiento en un psiquiátrico.
De Mingo comenzó en 2011 a disfrutar de salidas terapéuticas durante varios años. Los permisos habían sido autorizados por un juez de vigilancia penitenciaria. En ninguna de estas salidas tuvo problemas.
Cuando se le diagnosticó la esquizofrenia, un psiquiatra le prescribió unas pastillas para combatir los cuadros de manía persecutoria que sufría esporádicamente. Fuentes de la investigación afirmaron en aquel momento que a la enferma nunca se la trató de manera presencial. Cuando sufrió el brote psicótico en la Fundación Jiménez Díaz, llevaba casi cuatro meses sin tomar la medicación. Durante ese tiempo, crecieron los demonios que llevaba dentro y que desencadenaron la tragedia. "Todos me espían" era su mantra.
Según refirieron personas de su entorno, vivía en su propio mundo. No tenía novio ni amigos. Tampoco tenía relación alguna con los compañeros de trabajo: siempre comía sola, y cuentan algunos de sus colegas del hospital que alguna vez la vieron escribir en un ordenador apagado del hospital.
Hace 18 años el suceso puso de manifiesto el aspecto más negativo de la enfermedad mental y los agujeros de un sistema que no supo ver la tragedia que se estaba gestando. Cuatro uppers nos cuentan cómo lo vivieron.
Es psicóloga psicoanalista, así que para Teresa Urbina, de 61 años, el caso de Noelia de Mingo siempre fue algo más que un suceso. "No recuerdo qué pensé en aquel momento, pero sí me acuerdo de comentar qué terrible irte un día a trabajar y que te apuñalen. Qué pena que nadie se hubiera dado cuenta de las señales que tuvo que haber para que le pusieran un tratamiento, tanto terapéutico como psicológico".
Para Urbina, casos como este no son del todo raros. "Los medicamentos no pueden controlar por si solos la enfermedad mental, sobre todo cuando es así de grave. La clave está en que el paciente no comprende lo que le pasa. No es objetivo respecto a la gravedad de un hecho. Lo importante es que conozca sus subjetividades. Por ejemplo, si alguien se cuela en la cola de un supermercado, en estos enfermos pueden despertarse sentimientos terribles". En opinión de esta experta, "solo ciertas psicoterapias que miran al inconsciente pueden ayudar a comprender la propia subjetividad". Para Urbina, una situación de estrés sostenido, como el que vivimos en esta pandemia, puede contribuir a este tipo de sucesos: "sí, puede agravar patologías existentes. Lo que está larvado puede salir a la luz".
Tiene 66 años y acaba de jubilarse. Desde su nuevo estado, recuerda el suceso de la Jiménez Díaz como si fuera hoy. En el caso de Ángel, primero hubo "incredulidad y una sensación de mundo al revés. Después viví aquello con alarma porque se trataba no solo de un crimen múltiple, sino de un crimen en un hospital, el sitio donde vas para que te curen, no para que te ataquen".
Ángel es un lector informado y eso hizo que la noticia le impactara aún más. "Normalmente la noticia es que algún paciente agrede a su médico, pero nunca que el médico sea el agresor. Lo que pensé en el momento es que algo en el sistema de vigilancia no había funcionado".
Carlos, un periodista de 56 años, recuerda sensaciones muy parecidas a las de Ángel. "Lo que pensé aquel día fue que algún filtro había fallado en el sistema. ¿Cómo se puede controlar a un empleado público que tiene contacto con la gente? También pensé en cómo era posible que ningún compañero hubiese dado la voz de alarma. ¿En un hospital ningún médico se dio cuenta del peligro?", reflexiona en alto.
Para Carlos, el episodio no tuvo mayor relevancia hasta ahora, cuando de Mingo ha vuelto a protagonizar un suceso parecido. "¿Cómo es posible? ¿No se puede hacer un seguimiento? Si la medicación no basta, ¿qué se puede hacer? ¿Qué podemos hacer para que este tipo de cosas no ocurran?".
Esta abogada que acaba de cumplir 50 años recuerda como el primer día el triple crimen de la médico. "Acababa de entrar a trabajar en una multinacional. En aquel momento ya conocía a todos los compañeros y debo reconocer que alguno me parecía bastante raro. El crimen de Noelia de Mingo me impactó. De alguna forma, el lugar de trabajo le había vuelto loca y yo, en aquel momento, en pleno auge de los ejecutivos agresivos, veía a muchos que parecían haber perdido la cabeza", explica hoy desde su despacho en la misma multinacional.
¿Cómo han sido estos años? ¿Sigue viendo a personas perturbadas en su oficina? "Somos más mayores y hemos madurado. Ya no hay tanta ambición ni tanta agresividad, pero recuerdo que durante un tiempo, en situaciones extremas, recordábamos el crimen y pensábamos que, de pronto, cualquier día, podría surgir entre nosotros un arrebato parecido. Empezamos a ver a Noelias por los pasillos".