Cada 40 segundos una persona se suicida en alguna parte del mundo. Según datos de la OMS, al año se suicidan 800.000 personas y por cada muerte se producen 20 tentativas. Tras el suicidio de alguien, ocurre una tragedia que afecta a familias, comunidades y países, con efectos duraderos para los allegados del suicida. Si atendemos a las cifras, el suicidio es ya un problema de salud pública, pero puede detectarse y prevenirse si se aborda de una manera global, con recursos médicos y con la participación de toda la sociedad.
En el año 2018 el suicidio se mantuvo en nuestro país como la primera causa de muerte externa (no vinculada a enfermedad), con 3.539 fallecimientos, un 3,8% menos que en 2017, según datos del INE. Por detrás se situaron las caídas accidentales (con 3.143 muertes y un aumento del 2,8%), el ahogamiento, sumersión y sofocación (con 3.090 y un descenso del 0,8%) y los accidentes de tráfico (1.896 personas, un 2,4% menos que en 2017)
Por sexo, el suicidio fue la primera causa de muerte externa en los hombres (con 2.619 fallecidos), seguidas por las caídas accidentales (1.693) y el ahogamiento, sumersión y sofocación. En las mujeres, el suicidio es la última causa de fallecimiento (920), precedido por las caídas accidentales (1.450 fallecidas) y el ahogamiento, sumersión y sofocación (1.460).
Por comunidades autónomas, Andalucía registró en 2018 el mayor número de suicidios (653 muertes), seguida de Cataluña (522), Comunidad Valenciana (396) y Madrid (342). Respecto a las edades, se confirma, como ya mostrábamos en un artículo reciente, que los mayores de 60 están más satisfechos con su vida que los otros grupos de edad. En consecuencia, el tramo entre 30 y 39 años anotó el mayor número de suicidios (396), antes de las personas entre 45 y 49 años (393) y las de 55-59 años (381).
Fuera de España, la situación es igualmente desoladora. Tenemos la falsa percepción de que acabar con la vida voluntariamente es una 'enfermedad' que se da en los estados desarrollados. Sin embargo, el suicidio no solo se produce en los países de altos ingresos, sino que es un fenómeno global que afecta a todas las regiones del mundo. De hecho, en 2016, más del 79% de los suicidios en todo el mundo tuvieron lugar en países de ingresos bajos y medianos, según informes de la OMS.
Estos mismos informes revelan que existe un vínculo entre el suicidio y los trastornos mentales, en particular los trastornos relacionados con la depresión y el consumo de alcohol, especialmente en los países de ingresos altos. Otros suicidios, sin embargo, se producen impulsivamente en momentos de crisis que ponen en peligro nuestra capacidad para afrontar las tensiones de la vida, tales como los problemas financieros, las rupturas de relaciones o los dolores y enfermedades crónicas.
Además, las experiencias relacionadas con conflictos, desastres, violencia, abusos, pérdidas y sensación de aislamiento están estrechamente ligadas a conductas suicidas. Las tasas de suicidio también son elevadas entre los grupos vulnerables objeto de discriminación, por ejemplo, los refugiados y migrantes, las comunidades indígenas, el colectivo LGTBI y los reclusos. Con diferencia, el principal factor de riesgo de suicidio es un intento previo de suicidio. En cuanto a métodos, alrededor de un 20% de todos los suicidios se cometen por autointoxicación con plaguicidas, y la mayoría de ellos tiene lugar en zonas rurales agrícolas de países de ingresos bajos y medianos. Otros métodos comunes de suicidio son el ahorcamiento y las armas de fuego.
En el suicidio intervienen factores psicológicos, ambientales, sociales y biológicos. Pero hay algunas causas muy bien determinadas que influyen en las conductas suicidas. Entre los niños y adolescentes son importantes la historia psiquiátrica familiar, las enfermedades mentales, la pérdida de un ser querido, la depresión, el aislamiento social y el abuso de drogas y alcohol.
Entre hombres y mujeres adultos, suponen un factor muy importante las relaciones con otras personas, la violencia doméstica o el estrés en el ámbito de la familia. En este caso siguen siendo muy importantes las enfermedades mentales, el consumo alcohol y drogas y los entornos familiares problemáticos. Por último, para las personas mayores son más importantes las enfermedades o los dolores físicos, así como la soledad o el aislamiento social y familiar.
Los suicidios son prevenibles. Para poder hacerlo, los expertos advierten de que la primera condición es romper el tabú y eliminar el estigma. El estigma, particularmente en torno a los trastornos mentales y el suicidio, disuade de buscar ayuda a muchas personas que piensan en quitarse la vida o han tratado de hacerlo. Por ello, no reciben la ayuda que necesitan.
Los informes de la OMS señalan que la prevención del suicidio no se ha abordado apropiadamente por no considerarlo, a pesar del impacto de las cifras, como un problema de salud pública principal, unido al tabú existente en muchas sociedades. Hasta el momento, solo 38 países han notificado que cuentan con una estrategia nacional de prevención del suicidio. Entre las medidas propuestas por la OMS, destacan:
Para prevenir e impedir un acto suicida es importante que exista una red de apoyo que esté alerta ante ciertas señales. En algunos casos, si ya hay una intervención médica, el psicólogo o psiquiatra pueden recomendar el ingreso del paciente en algún centro para poder controlar el impulso suicida. Si no hay tratamiento médico, existen pautas que deben alertarnos para buscar ayuda profesional. Estas son, según la Confederación de Salud Mental de España, algunas de las más importantes: