Más allá del duelo: cómo renacer de manera saludable cuando has perdido a un ser querido
Lorena Alonso, psicóloga: "En el duelo perdemos lo que tenemos y recuperamos lo que hemos perdido"
En opinión de esta experta, cada duelo es la preparación de nuestra propia muerte
"El mindfulness y la compasión nos proporcionan estabilidad, claridad, afecto y amor para transitar el dolor"
Superar el duelo por la pérdida de un ser querido es una experiencia traumática que también puede ser transformadora. Para saber cómo gestionarlo de una manera saludable hablamos con Lorena Alonso Llácer, autora de 'Más allá del dolor de la pérdida', una guía para vivir el dolor de manera consciente con el mindfulness y la compasión como guías principales.
¿Qué es el duelo?
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El duelo podemos definirlo como un proceso natural y universal por el que todos los seres humanos vamos a pasar en diferentes momentos de la vida y que de alguna manera nos van preparando para la pérdida final, que es la propia disolución de nuestro cuerpo en el momento de nuestra propia muerte. Puede entenderse por tanto que el duelo no es una enfermedad, sino el proceso por el que pasamos cuando hay una pérdida. En realidad en el libro me he centrado en las pérdidas por fallecimiento de nuestros seres queridos, pero cualquier pérdida (de salud, laboral, ruptura de pareja) va a necesitar de unas adaptaciones que es a lo que se llama proceso de duelo. Podemos definirlo también como un camino que todos los seres transitamos cuando perdemos algo o a alguien que es muy valioso.
El duelo también puede formar parte de un proceso de sanación
Es un proceso doloroso, ¿pero también nos aporta algo?
Entiendo el duelo como un proceso por el que se pasa de perder lo que tenemos a recuperar lo que hemos perdido. Esta definición la conecto con esta mirada del duelo como un proceso de sanación y de integración, donde progresivamente a medida que nos vamos adentrando en el dolor vamos encontrando paralelamente nuestros recursos de resiliencia y además nos vamos dando cuenta que nuestro ser querido vive dentro de nosotros, forma parte de nuestro corazón, y es así como el vínculo se sigue manteniendo de forma simbólica, ya que el amor no puede morir.
¿Es un solo proceso o tiene distintas etapas?
En realidad, es un proceso que dentro de los diferentes modelos psicológicos del duelo, con diferentes autores y sus miradas, podemos llegar a la conclusión que tiene fases y tareas a desempeñar en cada una de esas fases. Mi forma de ver las fases no es tanto como algo lineal, sino más bien como estados mentales con los que conectamos en diferentes momentos del proceso de duelo. Esas fases se han definido como: choque o shock; evitación-negación; conexión-integración y crecimiento-transformación. Todas estas fases forman parte del proceso y la única forma de poder llegar a la última fase es haciendo el trabajo de conexión- integración, que requiere que nos abramos al dolor de la pérdida y nuestra vulnerabilidad.
Quieres decir, entonces, es necesario para superar la pérdida.
No podemos llegar a casa si no es transitando nuestras heridas y obteniendo de este trabajo de conexión los recursos de empoderamiento y resiliencia para seguir nuestra vida con un mayor sentido, una vida más significativa, si cabe, tras una pérdida importante. Es en los peores momentos, donde podemos descubrir nuestra compasión, nuestro coraje, y también podemos descubrir quienes somos en realidad. Desde mi punto de vista el proceso del duelo nos lleva a nuestro interior y nos lleva a encontrarnos con nuestro ser esencial, lo que somos de verdad, más allá de los roles que desempeñamos en la sociedad. Creo que, en estos momentos de vulnerabilidad, caen las máscaras y se muestra la realidad de la existencia. Por ello veo el proceso del duelo como un encuentro con nosotros mismos y un encuentro con la humanidad que compartimos con todos los seres.
¿Se vive de manera distinta según la edad? ¿Es distinto el duelo a los 20 que a los 50?
La edad se contempla dentro de los factores de riesgo. Si la persona doliente es joven o anciana, hay más riesgo. En cambio, en la edad de los 20 y los 50 años se vive de manera más serena. A medida que la vida nos va curtiendo y vamos transitando diferentes duelos, nos vamos preparando cada vez más para los futuros duelos. Ganamos en madurez, por lo que me atrevo a decir que una persona con 50 años, si ha evolucionado de una forma generativa, tiene más recursos internos que una de 20 años. Aún así esto es muy relativo, ya que hay personas con 20 años con gran madurez y resiliencia, y otras de 50 años muy sobreprotegidas que a lo mejor no han tenido la oportunidad de desarrollar estos recursos. Así que el factor edad depende en realidad de otros factores. Entiendo que a los jóvenes y los ancianos hay que tenerlos en cuenta a la hora de promover factores protectores, puesto que los primeros carecen de recursos internos porque incluso sus cerebros están todavía desarrollándose, y los ancianos porque sus cerebros pueden haberse deteriorado con enfermedades como la demencia, que los va haciendo más vulnerables. Hasta este argumento me parece muy relativo, cada persona es un mundo y a veces nos podemos sorprender de la fortaleza que surge en los peores momentos.
Perdemos a un ser querido y eso ya es doloroso, pero ¿hay otras razones que promueven ese dolor?
Somos seres sociales por naturaleza, necesitamos los vínculos afectivos como el agua (es una necesidad básica universal). Cuando muere un ser muy querido es como si una parte de nosotros y nosotras se muriera con él o ella. Esa persona nos ha proporcionado valores, enseñanzas, experiencias que forman parte de nuestro interior, pero cuando se produce la pérdida es como si nuestro mundo se quedara en oscuridad, y a veces sentimos que nos estamos muriendo con él o ella. Además, con cada persona que muere tenemos una relación, unos roles que desempeñamos, por lo que esos roles se quedan inactivos y de alguna manera nos podemos llegar a sentir perdidos en esta nueva realidad. Necesitamos hacer todo tipo de adaptaciones (externas, internas y espirituales) que forman parte de la Tarea III que indica Worden (2013) y que llaman adaptarse a un medio en que el fallecido no está. Este cambio con estas adaptaciones es doloroso, aunque también hay que recordar la metáfora de la oruga que se transforma en mariposa. El cambio puede doler, pero también nos puede llevar a nuevas formas de vida en las que tengamos una conexión mayor con nuestros valores esenciales, con mayor compromiso con nuestra felicidad y la de otros. Básicamente a través de este proceso podemos resurgir como el ave Fénix de sus cenizas y emprender un vuelo más significativo.
¿Importa también el tipo de muerte?
Hay factores de riesgo que pueden complicar el duelo en función del tipo de muerte, el vínculo que se mantenía con el fallecido, pérdidas múltiples, duelos anteriores no resueltos. Todos estos factores pueden incrementar el dolor, por lo que se hace necesario poder hacer una evaluación de los factores de riesgo y factores de protección para poder ayudar a las personas que muestren una mayor vulnerabilidad que pueda convertirse en un duelo complicado. La intención de mi trabajo en el programa MADED es precisamente esta, poder promover factores protectores que sirva de colchón a las personas que presentan más indicadores de riesgo para evitar que los duelos se compliquen, o que una vez ya se consideren duelos complicados poder ayudar a las personas a elaborarlo y que puedan volver a la vida.
Los modelos contemplativos, como la meditación, son muy eficaces para la gestión de los procesos de duelo
En tu experiencia, ¿qué herramientas pueden ser más eficaces para superar el duelo?
Para mí las herramientas más eficaces para elaborar un duelo son herramientas introspectivas que se integran dentro de los modelos psicológicos de tercera generación, modelos contemplativos que integran la práctica de la meditación. Dentro de estos modelos está la práctica de mindfulness y la compasión. Ambas dos, son pilares esenciales para elaborar pérdidas y traumas. Desde mi punto de vista son una joya en la intervención psicoterapéutica que permiten el procesamiento de las experiencias dolorosas. Hacen posible que podamos rescatar nuestros recursos internos para llenar nuestra mochila de herramientas que nos proporcionen seguridad, para afrontar las adversidades que la vida nos traiga. Gracias a estas herramientas podemos convertir una crisis en una oportunidad.
¿Qué aporta el mindfulness en un proceso de duelo?
El mindfulness para mí es una antorcha que ilumina en la oscuridad. Para el Buda la sabiduría es la fuente de luz en el mundo y mindfulness es el despertar. La atención plena es lo que permite que seamos conscientes y que esa consciencia se materialice en nuestra vida. A través de esta luz consciente se despliegan factores tan importantes como la gratitud, la compasión, la generosidad, la alegría compartida, la ecuanimidad. Sin duda el camino de la meditación va de la mano de la ética y la sabiduría. Cuanto más desarrollamos esta consciencia plena, nos volvemos menos materiales, más espirituales y podemos transitar el camino de la pérdida con mayor fortaleza y sentido. Por tanto, en el proceso del duelo esta antorcha está permitiendo que podamos iluminar el camino de regreso a casa. El mindfulness y la compasión son como dos alas de un pájaro que nos proporcionan estabilidad, claridad, afecto, ternura, amor para transitar el dolor, y esto lo cambia todo.
¿Hay meditaciones especiales para duelo?
En el programa MADED he rescatado prácticas contemplativas milenarias que provienen de la tradición budista, pero que están presentes en otras tradiciones con diferentes nombres o quizá con diferentes metodologías y las he integrado con los modelos psicológicos del duelo que tienen en cuenta las tareas que se necesitan hacer para poder elaborar un buen duelo. Esta integración ha hecho posible ciertas prácticas, que he diseñado como la comunicación con los ausentes, el templo del perdón, los pilares de la serenidad, o un lugar para ti (basada en la práctica del amor incondicional).
¿Es importante aceptar la pérdida?
He diseñado una serie de prácticas que tienen en cuenta los estudios que provienen de la psicología en relación a las emociones y lo que las terapias de tercera generación pueden aportar para el trabajo de la consciencia de las emociones y su regulación. Esto es esencial para trabajar con la Tarea II: abrirse al dolor de la pérdida. Esto es requisito esencial para una buena elaboración del duelo. Así que prácticas como la sumersión en el dolor a través de la meditación, meditación del lago que simboliza nuestro mundo emocional o la meditación para amar nuestras emociones, la del procesamiento emocional compasivo para el duelo, la meditación para dar espacio a la culpa, y el mindfulness para procesar la culpa a través del amor, son ejemplos claros de meditaciones que he diseñado y adaptado para este programa.
Recolocar y recordar al ser querido, y seguir amándolo es uno de los objetivos de un duelo saludable
¿Qué otras prácticas aconsejas?
Además de las prácticas meditativas, recomiendo, por supuesto, la escritura como terapia de canalización y procesamiento a través de el diario del dolor y de las emociones que nos siguen ayudando a esta Tarea II. Por otro lado, las cartas que se escriben hacia el ser querido y desde él (lo que nos diría él) permiten que podamos llevar a cabo la Tarea IV: recolocar y recordar al ser querido y seguir amando. En estas cartas se invita a los dolientes a expresar las cinco cosas: Lo siento por, Te perdono por, Gracias por, Te quiero por y Adiós (que incluye un nuevo hola simbólico). La silla vacía es un gran recurso que proviene de la terapia Gestalt que he integrado dentro de la meditación de la comunicación con los ausentes y que nos ayuda a desarrollar ese vínculo simbólico que es vital en el proceso del duelo.
¿Hay alguna otra terapia que valores especialmente?
Trabajo también con dos herramientas muy poderosas que son la Hipnosis Clínica reparadora a través de recursos muy potentes para acceder a nuestro inconsciente y elaborar traumas del pasado y también el EMDR (Movimientos oculares para la desensibilización y el reprocesamiento), que es la terapia de elección para el TEPT y que está dando muy buenos resultados en otras patologías mentales, así como en los procesos de duelo. Cuando recibo un doliente a nivel individual digamos que yo tengo estas tres herramientas terapéuticas: Psicoterapia contemplativa, Hipnosis Clínica Reparadora y EMDR. A nivel grupal el modelo que utilizo es el programa MADED, que puede considerarse un modelo de psicoterapia contemplativa integrativo con los modelos psicológicos del duelo.
En el campo de las terapias está de moda la conexión con la naturaleza. ¿También es importante en el duelo?
Considero muy importante la conexión con la naturaleza, que es totalmente sanadora, de ahí que haya incorporado prácticas como el abrazo de un árbol, paseos meditativos. Además, el autocuidado es esencial. Poder cuidar todas nuestras dimensiones: física, mental, emocional, relacional y espiritual. Esto sería un ejemplo claro de autocompasión en acción y es muy importante en el proceso del duelo y en la vida en general.
¿Cuáles son las consecuencias de no vivir o superar un duelo?
Las consecuencias de no vivir un duelo de una forma consciente son, sin duda, que te impide avanzar en la vida. Sería algo así como vivir sin consciencia, como un robot sin alma. La parte aparentemente normal de nosotros puede hacer su trabajo, establecer unas rutinas, pero es como si por dentro estuvieses vacío o amputado. Si no transitamos los duelos realmente, no podemos crecer y transformarnos (última fase del proceso) y eso supone una pérdida de energía vital, una vida sin sentido y también es un caldo de cultivo para que puedan aparecer trastornos mentales o enfermedades físicas.
La neurociencia habla de la conexión entre el cuerpo y la mente, ¿qué opinas de eso?
La neurociencia ha descubierto que no dar salida a nuestro dolor emocional hace que nuestro sistema inmunológico esté más debilitado, haciéndonos más vulnerables frente a la enfermedad física. Esto se explicaría a través de ese eje hipotalámico-hipofisario-adrenal que hace que todos nuestros sistemas estén interrelacionados. Un exceso de cortisol afecta a todos los sistemas: endocrino e inmunológico entre otros. Nuestro sistema nervioso forma parte del cuerpo y las emociones no procesadas siguen liberando tensión internamente y nos hace vulnerables.
¿Qué puede ocasionar un duelo no superado en nuestra salud mental?
Los duelos no procesados pueden contribuir a la aparición de trastornos mentales como la ansiedad y la depresión, entre otros. Esas heridas traumáticas no cicatrizadas son el caldo de cultivo para que nuestra mente pueda enfermar. Los traumas son a la enfermedad mental lo que los virus son a la enfermedad física. De ahí que elaborar traumas y pérdidas sea una labor esencial para que podamos recuperar nuestra energía y reinvertirla en la vida, promoviendo así estados de bienestar y de interconexión. Es como poder renacer tras una pérdida. El camino del duelo requiere ser transitado para que podamos vivir de una forma saludable y libres de cargas.