"Me di cuenta de que me estaba tocando la bragueta, como si quisiera masturbarme. Fue para mí un escándalo, yo me eché a llorar y gritar". Este es solo un fragmento del relato con el que Mario Vargas Llosa ha conmocionado a la sociedad. En directo, durante una entrevista virtual en la Feria del Libro de Cajamarca (Perú), el escritor ha hecho público el abuso sexual que sufrió con 12 años por parte de un sacerdote de avanzada edad en el colegio La Salle de Lima (Perú). "A mí me dejó completamente desconcertado", confiesa.
El escritor tiene 85 años. Es decir, sucedió hace 73. Su revelación se suma a la de muchos otros hombres que han esperado décadas para quitarse una carcasa que puede ser aún más asfixiante que los hechos ocurridos. ¿Cómo han sobrevivido con la herida abierta? ¿Ha dejado secuelas? Los abusos en colegios católicos son un secreto a voces, del que pocos se están atreviendo a hablar, pero que están más extendidos de lo que podría parecer. Alentados por el #Metoo femenino de los últimos años, las palabras de estos hombres de más de 50 años pueden ayudar a muchos otros en la misma situación.
Hablamos con María Calvente, psicóloga y psicoterapeuta especializada en abuso sexual y maltrato, quien nos avanza que los efectos dependen del alcance de la agresión y del valor afectivo o simbólico del agresor. "En Vargas Llosa, al ser un sacerdote el agresor, le dejó sin su sistema de creencias y valores religiosos".
Es un episodio que el escritor ya narró con detalle en el tercer capítulo de sus memorias 'El pez en el agua', en 1993. El hecho de que ahora lo repita en público y en primera persona ayuda a dar visibilidad al gran tabú que ha existido en torno a las agresiones sexuales infantiles, especialmente masculinas.
Se calcula que alrededor del 20% de los adultos ha sufrido algún tipo de abuso sexual durante la infancia. Calvente, que trabaja a diario con las víctimas, opina que el porcentaje es mucho más elevado. "La mayoría nunca denunció porque se produjo en el hogar o por personas de su entorno que eran figuras de autoridad, como un profesor o un sacerdote. A veces ni siquiera pudieron identificarlo como abuso o agresión".
"El silencio -señala la psicóloga- obliga a vivir en una continua farsa en la que uno acaba por no reconocerse ni a sí mismo. Aunque calle, la herida busca sanación y la verdad lucha por salir. Lo expresa en forma de pesadillas, dificultades en sus relaciones sociales, sexuales o de pareja u otros trastornos. Aunque en apariencia su vida sea normal, los recuerdos persiguen a la víctima y tanto el cuerpo como la psique gritan lo que la voz silencia".
Calvente considera que las declaraciones de Vargas Llosa, un hombre de gran notoriedad, evidencian que estos hechos suceden en cualquier estrato social, económico o cultural, ya seas hombre o mujer. "Sus palabras -advierte- pueden ayudar a desprenderse del miedo o esos sentimientos de culpabilidad o vergüenza que hay detrás de cada silencio, más en el caso de los hombres, en los que entra en juego el concepto de la propia virilidad".
No obstante, su consejo es no urgir en hacer pública la denuncia: "Solo cuando la víctima esté preparada. Vargas Llosa lo ha hecho a los 85 años. Cada persona tiene su propio proceso, aunque lo deseable sería identificarlo pronto y comunicarlo, puesto que afecta a las áreas más importantes de la persona: psicológica, psicosomática, sexual, social, relacional y escala de valores".
La creación artística ha permitido, según la psicóloga, expresarse o usar como catarsis a muchos de aquellos hombres que sufrieron abusos en el entorno de la Iglesia, acallados durante décadas. Y los ejemplos son numerosos:
El productor y actor irlandés Gabriel Byrne habló recientemente del abuso sexual que sufrió de niño, con 11 años, por parte de un sacerdote durante un seminario católico. Acabó perdiendo su vocación religiosa y la fe. Además de relatarlo públicamente, lo ha descrito en su reciente libro de memorias 'Walking with Ghosts'. Durante este tiempo ha vivido martirizado por la culpa, la vergüenza y la sensación de haber hecho algo mal. En una ocasión quiso llamar a su agresor e insultarle: "Aunque no creo en el infierno, quería decirle que quería que ardiese en él para siempre". Finalmente desistió. Ya anciano, el sacerdote solo le inspiró lástima. Aquel hombre murió y hoy ha podido asumir la auténtica realidad: no siempre hay una resolución para estas cosas y hay que seguir adelante.
El escritor irlandés John Boyne publicó hace algo más de un año su novela más autobiográfica, 'Las huellas del silencio'. Es ficción, pero basado en un montón de experiencias tan veraces como humillantes. "Me puse a escribir y fue abrir la caja de Pandora, surgían recuerdos que tenía olvidados". A los 13 años se cruzó con un cura sádico que les golpeaba con una vara con la punta de metal. Otro les bajaba los pantalones delante de los demás y les infligía fuertes azotainas en el culo. "Los curas rompieron mi infancia y la de mucha gente. En mi caso, me condujeron, en mi primera juventud, a lanzarme a las relaciones sexuales más insanas y problemáticas que uno pueda imaginar".
También el actor Matthew McConaughey esperó a la edad adulta para revelar los episodios más turbulentos de su agitada vida: abusos sexuales a los 18 años, chantaje para perder la virginidad con 15 y alucinógenos. 'Greenlights', su reciente biografía, contiene pasajes dramáticos que contrastan con la imagen de actor exitoso y hombre feliz.
Las víctimas necesitan años e incluso huir del entorno donde sufrieron los abusos, dice Miguel Hurtado, un psiquiatra que ha novelado los abusos sexuales que sufrió con 16 años en la abadía de Montserrat por un monje benedictino. Como media, la denuncia llega después de 44 años. En 'El manual del silencio' describe cómo el religioso, de 60 años, conocedor su posible homosexualidad y con el pretexto de "ayudarle a curarse" abusó sexualmente de él. "No entendía nada. Montserrat era un lugar venerable, tierra sagrada para los catalanes. Era un lugar seguro". Su declaración sirvió para destapar un escándalo mayor. Su depredador había abusado de muchos más críos durante tres décadas.
Con el miedo se mezclan los sentimientos religiosos y conceptos como el pecado o el infierno, concluye un estudio impulsado por la Universidad del País Vasco, la Universitat Oberta de Catalunya y la Universidad de Barcelona que permite evaluar las consecuencias psicológicas y espirituales y trazar el perfil del abusado.
La mayoría de los maltratados son hombres que, además, han sufrido agresiones crónicas, contacto físico y, en un 30% o 40%, penetración. Según Noemí Pereda, coautora, casi todos tienen problemas cronificados de ansiedad y depresión, dificultades sexuales y trastornos de alimentación y sueño. La respuesta más común para ellos ha sido, según otra de las conclusiones, tener que olvidar y pasar página, lo que explica que persista el tabú.
Los investigadores reconocen la dificultad que existe a la hora de recabar datos. La Iglesia en raras ocasiones colabora, si bien en países como Bélgica, Irlanda, Alemania y Estados Unidos han impulsado investigaciones. Los autores señalan que sería imposible dar una cifra aproximada del número de víctimas. En España, la Conferencia Episcopal ha desvelado que hay 220 sacerdotes bajo sospecha.
El Papa Francisco promulgó una ley para castigar a los superiores y obispos encubridores y ahora ha dado un paso más derogando el secreto pontificio para reconocer a las víctimas y aplicar justicia sobre los pederastas. Es la primera vez que la ley eclesiástica admite como criminal este método de explotación sexual y considera el abuso un delito contra la dignidad humana.