Lo que estamos viendo es solo el inicio de una de las peores crisis humanitarias de la historia. Más de dos millones de personas, según las últimas cifras que aporta Acnur, han tenido que abandonar sus hogares y dejarlo todo en busca de un lugar más seguro. Puede que en poco tiempo la cifra suba a cinco millones. La imagen de miles ucranianos intentando salir del país no deja indiferente a nadie. Se desplazan hacia la frontera, principalmente Polonia, donde son recibidos con un plato de comida, un colchón y una manta para soportar el frío. Lo básico para sobrevivir porque ahora es lo prioritario. El tiempo dirá si será un lugar de paso hasta que puedan regresar.
Lo dejan todo. Toda su vida tiene que caber en una maleta y hemos visto cómo se apresuran a prepararla bajo la mirada del soldado que sabe que cada segundo cuenta. "Lo imprescindible", les insiste. ¿Qué es imprescindible cuando te obligan a huir? Una palabra tan simple se convierte en una cruel evaluación de todo aquello que compone la vida. Todo es imprescindible porque en ese hogar está la libertad, el derecho a disfrutar lo ganado, los recuerdos y los sentimientos.
Teitana, una ucraniana que reside en España desde hace 12 años, ha seguido el camino de parte de su familia -dos mujeres y cinco niños- desde Kiev a la frontera. "Repartieron entre sus bolsas alguna prenda de abrigo, productos de higiene, una foto familiar, fármacos, mecheros, móviles y cargadores, una linterna, una botella de agua, algo de dinero, barritas energéticas, una postal ortodoxa de la Virgen María y un par de muñecas para las más pequeñas. También llevan encima alguna joya con mucho valor sentimental".
A medida que lo cuenta, se derrumba. A partir de ahora no tendrán más pertenencias que estas y su propia biografía. "Ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos al mar", escribió Antonio Machado.
La mayoría son niños, mujeres y ancianos. En la mochila cada pequeño objeto significa una identidad, un sentimiento, un miedo, una ambición, el rostro de un ser querido o la simple cotidianeidad representada en un cepillo de dientes. Con esto y una manta por encima para aliviar el frío, echan a andar dejando atrás todo y sin certeza de lo que les espera. El resto lo llevan en el corazón. A su paso tropiezan, escuchan bombardeos, caen y se desprenden de algo de eso que consideraron imprescindible, un pedazo de sí mismos en cada tramo del camino.
Sus rostros en televisión se filtran fugazmente en nuestra retina. Por eso, conocer el interior de su equipaje sensibiliza al ser humano. En el mundo hay unos 82,4 millones de refugiados, 82,4 millones de vidas reducidas a la capacidad de una mochila. En 2015, el Comité de Rescate Internacional puso en marcha un proyecto fotográfico que acercó al mundo la imagen más tangible de los refugiados sirios que cruzaban Europa sin más equipaje que una bolsa, una mochila o una maleta. Igual que hoy los ciudadanos ucranianos, habían huido con lo puesto, sin tiempo para pensar qué llevarse y qué dejar atrás.
El artista gráfico Tyler Jump retrató a Aboessa, de 20 años, refugiada siria. Llevaba en el bolso lo necesario para evitar que su bebé de diez meses cayera enfermo. Un gorro, medicinas, un frasco de agua esterilizada y otro con comida infantil, servilletas, calcetines, analgésicos, protector solar, pomada para quemaduras, pasta de dientes y documentos personales.
Iqbal, de 17 y afgano, había guardado en la mochila gomina y crema protectora para disimular su condición de refugiado allá donde fuese consciente de que esta circunstancia deja a un ciudadano en clara posición de inferioridad en el mundo. Omran, un niño de seis años mostró una venda, un pantalón de repuesto, un cepillo de dientes, bombones y crema dulce.
El relato fotográfico es conmovedor porque refleja que los seres humanos se sobreponen a la rabia y al dolor para dejar paso a la esperanza. Las historias se repiten a lo largo y ancho del planeta.
Las mujeres y niñas rohinyás, en el sur de Bangladesh, siguen pintando sus rostros con thanaka, maquillaje tradicional de color claro, en sus campos de refugiados. Es el modo de mantener su identidad y de darle a sus vidas una pequeña normalidad.
Lo elaboran a partir de la corteza de los árboles thanaka, que crecen en el clima seco de la región central de Birmania. Naciones Unidas estima que más de 800.000 rohinyás han huido de Birmania a los campos de Bangladesh para salvarse de la tortura y la muerte por parte del ejército birmano.