El miedo a conducir es tan antiguo como el invento del automóvil, pero menos raro de lo que podría sugerir el palabrejo que lo define: amaxofobia. Si a Ricardo Prieto, veterinario de 52 años, le hubiesen hablado de ella hace un par de años, se habría reído. Conducir era uno de sus mayores placeres, capaz de transmitirle una sensación de bienestar, libertad e independencia inigualable. La pandemia le dio un vuelco. Confinamiento, teletrabajo, restricciones y el coche más quieto de lo que debería. "Cuando empecé a cogerlo de nuevo noté que algo había cambiado. Salí a carretera a probarme a mí mismo y me asusté. Empezaron a sudarme las manos, me temblaban las piernas… No sabía qué me estaba pasando. Mi único deseo era llegar a una gasolinera para detener el coche".
Calló y en silencio siguió probándose a sí mismo. La reacción era la misma: "Sudor de manos, entumecimiento de los dedos de los pies, agarrotamiento en los antebrazos, pulso acelerado, sofocos, molestias en el estómago, temblores… ¿Qué me estaba pasando?" Siguió callando. Con más de tres décadas al volante, fardando de coches y con el tema del auto siempre en la boca, ni siquiera era capaz de reconocerse a sí mismo ese pavor inaudito al volante.
Nada de lo que cuenta Ricardo es extraño para Jaime González, director la Escuela de Conducción de la Fundación CEA y de las terapias específicas de amaxofobia que puso en marcha hace unos ocho años. Para empezar, la amaxofobia la sufren más del 28% de los conductores. Aunque los porcentajes están muy igualados -alrededor del 55% de mujeres y 45% de hombres. ¿El problema? Que más del 57% de los afectados no pide ayuda y prefieren, como el avestruz, esconder la cabeza, sobre todo si es varón. "La conducción y, sobre todo su disfrute, hasta no hace tantos años se identificaba con el hombre. Por eso aún arrastran esos prejuicios que les impiden admitir que tienen un problema de ansiedad o miedo a conducir. Pero ocurre y muchas veces ni siquiera es necesario un accidente de tráfico, un susto u otro hecho vital traumático para que aparezca esta fobia", explica González.
Este profesional recalca la importancia de tratar la amaxofobia. "Es una cuestión de seguridad. La percepción de riesgo al volante es positiva, pero también lo es conducir seguro, tranquilo y con confianza, sabiendo que tenemos el control tanto del automóvil como de nuestro propio estado emocional". Es la motivación que ha llevado a Ricardo a pedir por fin ayuda. Los síntomas que describe cuando se pone al volante aumentan su preocupación, nerviosismo e inseguridad. "Si realmente tuviera un percance en la carretera, no estaría en las mejores condiciones para responder o tomar la decisión acertada y entonces sí pondría en riesgo otras vidas o incluso la mía".
Igual que le ha ocurrido a él, hay un 19% de conductores que en alguna ocasión ha tenido que parar a causa del estado de ansiedad que les genera, según un estudio de Centros Vithas Castellón. Suelen ser mayores de 40 años y en muchas ocasiones conductores muy experimentados. A las terapias de CEA acuden personas con circunstancias muy variadas. En ocasiones son conductores que arrastran desde sus inicios un mal aprendizaje o conductas y manías al volante que le llevan a perder la seguridad. En este caso, se corrige, una vez superada la fobia, con unas clases adicionales en autoescuela. En la mayoría de las veces, el pánico suele aumentar en autopistas, adelantamientos, pendientes, rotondas, circulación intensa y en malas condiciones climatológicas.
Ahora que ha admitido que lo suyo se llama amaxofobia y tiene fácil remedio, Ricardo está dispuesto a superarla. "Necesito conducir por motivos profesionales, familiares y personales. Negarme a mí mismo que tengo un problema solo me genera más ansiedad, estrés e irritabilidad. Quiero recuperar mis rutinas de un modo natural, pero también el placer de conducir y la confianza en mí mismo". Está decidido a ser uno más de los alumnos que pasan con la Fundación CEA. Las terapias que propone González son gratuitas y participan en ellas psicólogos y formadores viales especializados en tratar la amaxofobia. El 80% retoma la conducción en un período breve.
A Ricardo le esperan un par de jornadas intensivas de terapia grupal. La primera es teórica y tiene como fin aborda este trastorno, sus síntomas y las diferentes estrategias para afrontar los problemas. "Es importante -señala- identificar las emociones a nivel físico y psicológico para desarrollar estrategias de afrontamiento adecuadas hasta conseguir de forma gradual el control en sí mismo y en el vehículo. Se le enseñan técnicas de relajación y focalización de la atención, manejo de pensamientos negativos y catastrofistas, etc.
La siguiente es práctica y tiene lugar en circuito. Acompañado por un instructor en un coche similar a los que se utilizan en las autoescuelas, el alumno realiza diferentes prácticas que le ayudarán a una conducción más segura en situaciones de emergencia. Aprenden, por ejemplo, ergonomía de la conducción, uso correcto del volante o manejo del vehículo si colisiona, se desliza u otras circunstancias. Es la base para ir adquiriendo confianza de forma gradual. Poco a poco, esa persona va adquiriendo soltura.
Con casos como el de Ricardo, ¿podríamos concluir que conducimos ahora peor que hace un par de años? Por los datos que van saliendo, no es que hayamos perdido pericia, pero sí nos subimos al automóvil con más tensión. La pandemia ha provocado que circulemos con más estrés y de forma más agresiva, algo que se detecta en el número de aceleraciones y maniobras bruscas, según estudio impulsado por BP, Castrol y RACE. Es algo que no pasa desapercibido para esa persona que tiene fobia a conducir. El agotamiento generado por estos motivos se traduce en tensión muscular y, por tanto, menor velocidad de reacción, nerviosismo y precipitación en la toma de decisiones. Con este panorama, el riesgo de sufrir un ataque de ansiedad o de pánico al volante es muy alto.