Durante un periodo de evasión, después de que la vida lo golpeara con dureza, el biólogo y profesor Carlos López-Otín (60) escribió "La vida en cuatro letras" un delicioso viaje científico y humano en el que explica cómo entender un poco mejor el concepto de felicidad para acercarnos a ella.
Se acaban estas raras vacaciones y el que más el que menos hace propósitos para el curso que empieza. Una de las enseñanzas de este virus transformador para bien y para mal es que la vida es finita, que nada es inmutable, y que cada instante es valioso y hay que aprovecharlo. Y qué mejor manera de aprovechar nuestro tiempo que intentar ser feliz y hacer felices a los que nos rodean.
Nadie ha dado aún con la fórmula de la felicidad, pero uno de los científicos españoles más destacados, Carlos López-Otín, escribió "La vida en cuatro letras" cuando su vida profesional y personal tocaba fondo. Basándose en las evidencias surgidas de la investigación, y también de su experiencia personal, nos cuenta cómo la búsqueda de la felicidad pivota sobre cinco claves: la imperfección, la reparación, la observación, la introspección y la emoción.
Si fuéramos perfectos, seríamos todavía microbios chapoteando en el charco del que saltamos hace 3.800 millones de años. La imperfección nos ha permitido evolucionar y llegar a ser lo que somos, así es que aceptar la imperfección es una de las claves de la felicidad. López-Otín es categórico al respecto "no quieras ser perfecto y no permitas que otros quieran que lo seas; no trates de tenerlo todo bajo control; aprende a tolerar la incertidumbre; no te impongas metas innecesarias o inalcanzables para las que no tienes los talentos precisos; no interpretes los fracasos y las adversidades como catástrofes insuperables; al contrario, saca enseñanzas de ellas y recuerda que de aquella gran crisis tóxica y energética de hace más de mil millones de años surgió una oportunidad mitocondrial que nos regaló la vida actual".
La evolución que nos ha hecho imperfectos también nos hace flexibles y plásticos, y nos mantiene en alerta continua para responder a los contratiempos que surgen de la vida cotidiana. Si aceptamos nuestras imperfecciones, aumentaremos nuestra confianza, nuestra seguridad y nuestro bienestar, rebajamos la melancolía y damos el primer paso en el difícil camino hacia la felicidad.
El kintsukuroi es el antiguo arte japonés de recomponer lo roto. Cuando se rompe una pieza de cerámica, los maestros de este arte ancestral la reparan con oro, dejando la cicatriz de la reconstrucción completamente a la vista, pues para ellos una pieza reconstruida es un símbolo perfecto que aúna fortaleza, fragilidad y belleza. Los humanos también nos rompemos. Cada instante recibimos miles de heridas en nuestro genoma, alimentándonos mal, fumando, bebiendo de más, o simplemente por el hecho de vivir. La naturaleza nos ha dotado de genes que trabajan continuamente para reparar esos daños y eso nos ha permitido llegar hasta los 84 años de media que vivimos hoy los españoles.
Igual que la evolución nos ha dotado de herramienta para reparar las heridas del cuerpo, tenemos que proveernos de herramientas para curar las heridas del alma. Algunos de los grandes logros de la humanidad han sido obra de personas que creían haber tocado fondo y que, afligidas por un sufrimiento terrible, no tuvieron otra opción que agacharse a recoger los pedazos de su alma y reconstruir su vida. Siempre nos queda la esperanza de reparar o recomponer todo lo que comprometa o limite nuestra felicidad. "Recuerda el proverbio japonés", dice Otín, "si te caes siete veces, levántate ocho. No ocultes las cicatrices emocionales que dejan estas caídas y no te avergüences de ellas; son las señales que te recuerdan que has luchado contra el azar y contra la infelicidad, y que has reparado tu vida o incluso creado una nueva en la cual se ha rescatado la esperanza de felicidad".
El cerebro humano procesa pensamientos negativos durante más del 60% del tiempo. Es una consecuencia de nuestro pasado como especie, cuando las amenazas y desgracias eran el pan nuestro de cada día. Cuando observamos algo con detenimiento, tu mente está pendiente del ahora y deja de revolotear continuamente por el pasado en busca de recuerdos más o menos funestos. A lo largo de un año, David Haskell, un profesor americano de biología, se internó a diario en un bosque para sentarse en una pequeña roca y desde allí contemplar todo lo que le rodeaba. La observación diaria del bosque le llevó a concluir que, en el momento en que prestamos atención, creamos lugares maravillosos. También se dio cuenta de que cada uno de nosotros vive en su particular y compleja pequeña roca, desde la cual podemos observarnos y llegar a comprendernos mejor y con más claridad.
Quienes pasan una buena parte de su tiempo divagando mentalmente son más propensos a ser infelices que los individuos cuya vida y pensamientos están más centrados. En el siglo I antes de Cristo las Odas de Horacio instaban a disfrutar del presente: "Carpe diem, quam minimum credula postero", "Vive el día de hoy, no te fíes del mañana". Son las mismas ideas que recogen modernas técnicas de meditación como el mindfulness. Carlos López-Otín lo resume así: "la observación y la atención plena a lo que nos rodea son esenciales para mejorar nuestra sensación subjetiva de bienestar, ya que la ciencia y la intuición nos dicen que, si queremos ser felices, debemos evitar el pensamiento errático y vivir intensamente el presente".
En el escenario de los constantes estímulos externos donde se desarrolla nuestra vida, no dejamos lugar a la introspección. En un curioso experimento, psicólogos de las universidades de Harvard y Virginia estudiaron a un grupo de universitarios a los que únicamente se les pedía que permanecieran solos durante seis minutos sin hacer otra cosa que pensar. Cuando se les ofrecía alguna actividad banal alternativa, prácticamente todos optaban por abandonar la soledad. Sorprendentemente, si lo que se les ofrecía era recibir una pequeña descarga eléctrica, la mayoría lo prefería antes que seguir sin hacer nada. ¿Tenemos miedo a estar con nosotros mismos? "La introspección es la búsqueda natural y sin presión del propósito de la vida" dice López-Otín, "practicándola nos acercamos al bienestar emocional".
Sin introspección nos será difícil encontrar nuestro "ikigay", nuestro propósito vital, el sentido de nuestra existencia sin el cual no es posible alcanzar la felicidad. Algunos encuentran el sentido de su existencia en el amor o en la familia; otros en el éxito profesional, o en el compromiso social, o en la espiritualidad, o en la religión, o en la apreciación de la belleza en cualquiera de sus manifestaciones naturales, creadas o inventadas, o en la superación de retos personales, físicos o intelectuales, o simplemente en el cultivo del placer sensorial. Quienes encuentran su propósito vital en varias de estas dimensiones a la vez, alcanzan, según el biólogo, una mayor cuota de felicidad. Además, las personas cuyo propósito vital es altruista y social, y cuya vida se proyecta en los demás, modifican sus genes experimentando una reducción significativa en la expresión de los genes del estrés, al tiempo que se incrementa la de los genes implicados en la respuesta inmunológica que nos defiende de los microorganismos, de los virus y del cáncer.
El último de los ingredientes que utiliza el profesor López-Otín en su particular receta de la felicidad es la emoción, el toque final e integrador. Una mirada desde la biología nos muestra las emociones como las reacciones orgánicas que experimentamos para adaptarnos a todo tipo de estímulos externos. Cuando el balance de estas se inclina del lado de las emociones positivas, la felicidad gana terreno en nuestra vida. Si situamos las emociones en el centro de nuestra vida facilitamos la aceptación de las imperfecciones, impulsamos las reparaciones o recomposiciones precisas y mejoramos nuestra capacidad de observación e introspección. Además, muchos estudios científicos avalan la idea de que las emociones positivas contribuyen a mejorar la salud y pueden llegar a compensar algunos de los daños biológicos que trae la adversidad.
Después de tantos años de investigación y descubrimientos el científico reconoce que la emoción de vivir es más sólida que la emoción de descubrir, y concluye como Mario Vargas Llosa en la necesidad de que "la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad, pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible".
1. Haz de tu vida un elogio de la emoción.
2. Vive todo con intensidad; escoge estar emocionado antes que estar calmado o conectado.
3. Ponte en el modo de percibir emociones, empezando por las que surgen de las pequeñas cosas.
4. Descubre que la captura continua de emociones reduce los efectos negativos del azar y de la incertidumbre al reforzar las actitudes positivas frente a la inevitable adversidad.
5. Libérate de las presiones propias o ajenas que entrañan obligaciones, pero no regalan emociones.
6. Escribe tu propia ecuación de la felicidad. No es preciso que nadie te descifre el genoma; hay otras fórmulas de la felicidad que nada tienen que ver con la genómica; simplemente suma las emociones positivas y resta las negativas.
7. Recuerda que ninguna emoción envejece más rápido que la de la felicidad, por eso hay que entenderla y disfrutarla en el presente, porque mañana siempre es tarde.
8. Invierte en salud y hazte corresponsable de ella, pues si mantenemos la salud, la ecuación de las emociones crece en valores positivos.
9. Mira a tu alrededor con curiosidad; observa, escucha, lee, aprende algo nuevo cada día, y así la ecuación de las emociones positivas seguirá creciendo.
10. Busca tu propósito vital y, en caso de duda, practica el eudemonismo (búsqueda del bien común) antes que el simple hedonismo (búsqueda de tu propio bien).
11. Piensa que la solidaridad permite alcanzar las cumbres más altas de la felicidad.
12. Practica la alegría cotidiana porque vivir es un milagro molecular renovado cada día; por eso, nunca dejes de corresponder a los afectos cercanos e inventa otros nuevos que te permitan ampliar tu círculo de empatía darwiniana.
13. Evita distraerte con vanidades o con el ruido del mundo; son un pesado lastre si pretendes mejorar tu colección de emociones.