Una de las peores consecuencias del confinamiento es que hemos obligado a nuestro cuerpo a bajar la producción de ciertas vitaminas que normalmente sintetizamos durante un terraceo o en uno de nuestros paseos diarios. La vitamina D es quizá la más importante, y precisamente la que debemos esforzarnos en obtener de forma regular. Su falta puede provocar problemas de salud graves.
Te contamos cómo puedes tenerla controlada y dejar así de parecer una criatura descolorida.
Pues si le preguntas a tu cuerpo, es una de sus mejores amigas. Tiene otro nombre científico más rimbombante, calciferol. Ciertamente, suena un poco luciferino cuando lo deletreas, pero te basta saber que es imprescindible para formar los huesos y los dientes. También nos ayuda a regular los niveles de calcio (omeostasis) y fósforo, pues los fija al hueso, además de facilitar su reabsorción a nivel renal. Dicen algunos estudios que previene la aparición de ciertos cánceres (próstata, mama y colon) y guarda cierta relación con el hecho de verse como una joven vestal (el antienvejecimiento). La Sociedad Española de Investigación Ósea y la Sociedad Española de Endocrinologia y Nutrición (SEEN) recomiendan concentraciones de entre 30-50 ng/ml.
Normalmente, nuestro cuerpo la sintetiza de manera natural cuando tomamos el sol, así que esta es una de las formas principales que tienes para regular sus niveles en tu organismo. ‘Caroline, ve hacia la luz’. Añadimos: si eres uno de los afortunados que tiene, sal al balcón, cierra los ojos, estira el cuello y haz la fotosíntesis un rato.
Con quince minutos diarios, unas tres veces a la semana, podrás mantenerla en niveles saludables. Recuerda ponerte un poco de protección solar para prevenir el melanoma, y sobre todo, grábate a fuego lo que pasa cuando tenemos un déficit de esta vitamina. Pueden aparecer problemas como la osteomalacia (fragilidad de los huesos), el raquitismo; y su falta también se asocia en ocasiones a trastornos mentales como la esquizofrenia y la depresión.
Lo cierto es que no todo el mundo tiene la posibilidad de arrastrarse como un caracol y bañar su cuerpo al sol de la primavera. En ese caso, lo más recomendable es ponerse a buscarla en los alimentos que consumimos y organizar nuestra dieta para que su consumo esté integrado en los menús que tomamos diariamente.
Los pescados azules y grasos, por ejemplo, contienen una buena cantidad. Puedes sumergir el morro en la lata de sardinas que tantos años has despreciado como una vulgar compañera de gula, buscar una caballa de ojos bonitos en la pescadería o darte un homenaje un poco más caro y preparar un tartar de salmón para ti y tu pareja. Nada mejor que un buen susurro al oído, con base científica, para incendiar la pasión. ‘Notas cómo te sube la vitamina D, ¿eh, cariño? Todo obra mía’.
Por otro lado, muchos fabricantes se la añaden a productos como los cereales, el yogur o el zumo de naranja. La puedes encontrar además en la leche, los huevos, la mantequilla o el aceite de hígado de bacalao, aunque tendrás que ponerte tapones en los oídos cuando tu médico te diga que tienes el colesterol subiendo el Tourmalet. Se puede tirar de otros más sanos, como los champiñones o el aguacate.
En el hipotético caso de que no te guste comer nada de todo esto y hayas sido criado en cautividad, lejos de consejos civilizatorios como estos, la mejor manera de regular los niveles de vitamina D es ir a la farmacia y hacerte con ciertos suplementos. Consigue levadura nutricional, que puedes añadir, por ejemplo, a los yogures que tomes diariamente. Otros productos son la vispura en concentraciones altas, o, normalmente, los que contienen omega 3.
Eso sí, no es recomendable tomarlos sin haber realizado una analítica antes, ya que tanto la falta como el exceso de vitamina B también pueden ser malo para tu organismo y derivar en problemas como los cálculos renales, el estreñimiento o la filtración de calcio a los tejidos blandos.
Recuerda ese temazo. Caracol, saca tus cuernos al sol.