Coleccionistas de fósiles: "Se crearon hace millones de años, son un milagro"
Descubrieron la afición de niños y hoy siguen disfrutando con la recolección y el estudio (y a veces la venta) de vestigios de edades geológicas remotas
“La gente a la que le gustan los fósiles ama muchísimo la naturaleza”, dice José María (66), aficionado y propietario de una tienda especializada en Madrid
“Cada hallazgo te altera el sistema nervioso central y te pega una sacudida como cuando, escarbando en una tienda, encuentras un vinilo que llevabas años buscando”, explica Fernando (63
Cuando tenía cinco años, José María Ximénez (66), veraneando en un pueblo de Guadalajara, de donde procedía su familia, tuvo una visión reveladora: resultado del arado de tierras de cultivo, aparecían caracolas de piedra. Pese a su corta edad, el hallazgo picó su curiosidad: ¿cómo es posible que aparezcan vestigios del mar en pleno secano del interior? “Hace cien o ciento cincuenta millones de años —nos dice— había habido mar allí. Eso para mí era fascinante: encontrar un fondo marino en Guadalajara. Ahí empezaron la emoción, la ilusión y la afición por este maravilloso mundo de las ciencias naturales”.
Ese interés por los fósiles (“remanentes, impresiones o rastros de un animal o planta de una edad geológica pasada que se han conservado en la corteza terrestre”, según la Enciclopedia Británica) es compartido por otros muchos aficionados, la inmensa mayoría uppers. En el caso de José María, a quien sus allegados llaman Pepe, es mucho más que una afición: condicionó su elección de carrera universitaria (es geólogo y paleontólogo) y su medio de vida. Hace tres décadas abrió una tienda, Geotierra, en el madrileño barrio de Argüelles, en la que vende fósiles, minerales, conchas, insectos para investigación científica, brújulas, lupas, martillos de geólogo… y hasta joyas. “Piedras que ya vienen montadas. Es lo que más se vende”, reconoce.
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Vender fósiles en el Rastro para pagarse la carrera
A mediados de los setenta se matriculó en Ciencias Geológicas. “Por entonces solo había dos facultades en España: una en Granada y otra en Madrid, a la que fui yo. Éramos solo setenta alumnos en mi promoción”, recuerda. “Tenía un puesto de fósiles en el Rastro y con eso me pagaba los estudios; también trabajé de albañil para sacar dinero, porque en mi casa éramos pobres. Con lo que ganaba en el puesto me daba para costearme la carrera y aun comprarme algún capricho”.
Su proyecto de fin de carrera lo dedicó al yacimiento de fósiles en yeso que encontró en Almería. “Cuando muere el animal y queda enterrado, con el paso de millones de años la concha se va sustituyendo por carbonato cálcico; en este caso era sulfato de calcio, una rareza a nivel mundial”, explica. “Ahí cogí unas muestras maravillosas e hice con eso el trabajo final. Esas muestras las doné al Museo de Ciencias Naturales. No las he visto nunca: imagino que las habrán tirado. Ya no quedan muestras de esas: cuando hicieron la autopista que va de Almería a Níjar construyeron los pilares justo sobre ese yacimiento, y desapareció”.
Los aficionados a los fósiles son también empedernidos viajeros, que peregrinan regularmente tanto a las principales ferias del mundo —Tucson, Arizona (EEUU), Múnich (Alemania) y Sainte-Marie-aux-Mines (Francia)— como, equipados con su equipo básico (martillo de geólogo, maza, cincel y cepillito), se animan a buscar restos por su cuenta. “El desierto del Sahara me lo conozco bien, desde Argelia hasta Níger. He estado explorando en Marruecos, en Estados Unidos en los estados de Wyoming, Colorado, Utah…, en Brasil, Venezuela, Colombia…”.
Un dinosaurio en Venezuela
En Venezuela encontró la pieza más valiosa de cuantas han pasado por sus manos: los restos de un dinosaurio pequeño. “Lo llevé a la facultad de Caracas y me preguntaron extrañados: ‘¿Qué es esto?’. Se lo expliqué y me dijeron que me lo quedase. Lo traje a España y aquí lo doné al Museo de Ciencias de Madrid. Su valor es incalculable. Es el equivalente a un cuadro de Goya: una pieza única. Veinte, treinta mil euros, cuarenta mil… No tiene precio”.
En España está prohibido coger fósiles, de ahí que los coleccionistas deban surtirse de piezas halladas en otros países, donde la actividad es perfectamente legal. “Algunos yacimientos deben estar protegidos y vallados —concede Pepe—, pero la mayoría se componen de rocas sedimentarias con fósiles que si tú no los coges, por la erosión natural o las obras públicas van a quedar tapados para siempre. Aunque las coleccionemos, al final del proceso todas las piezas acaban en museos. Y si encontramos una pieza grande o rara, lo primero que hacemos es llamar a la facultad para comunicarlo. No se nos ocurre cogerla”.
El veto trae de cabeza a los aficionados, que, como grandes amantes de la naturaleza, bajo ningún concepto dañarían el medio ambiente. “Cuando vamos al campo nos pasamos más tiempo cogiendo basura que piedras. Generalmente la gente a la que le gustan los fósiles ama muchísimo la naturaleza”.
El madrileño Fernando Bravo (63) también es coleccionista; su trayectoria es casi idéntica a la de Pepe: descubrió los fósiles de niño, empezó vendiéndolos en el Rastro y hoy los comercializa, aunque a través de una tienda on line (fossilplanet.com). Su epifanía fosilística la tuvo durante una excursión del colegio a Sigüenza. “En unas laderas empecé a ver belemmites, que es la parte que se conserva como fósil del calamar. Me entró una sensación…, no sé cómo explicarlo. Te altera el sistema nervioso central y te pega una sacudida como cuando, escarbando en una tienda, encuentras un vinilo que llevas buscando años. Me parecían fascinantes, me los llevaba a la nariz y los olía…”.
Sin embargo, no enfocó su carrera académica a su gran pasión. Le tiró más otra afición: la música. En los ochenta empezó a trabajar en compañías discográficas, sector en que permanece, aunque ahora como autónomo. “A los 19 me metí en el mundo de la noche a poner discos —dice—, y así me tiré diez o doce años. Y eso me introdujo en la industria de la música. El mundo de la noche me había dejado desubicado, por utilizar un término suave. Mientras, seguía con la colección, aprendiendo. Estudiar Paleontología es mi asignatura pendiente. Espero poder hacerlo algún día”, señala.
No basta con acumular; hay que estudiar
Coleccionar fósiles no es fácil. De entrada, un buen coleccionista no se limita a comprarlos por Internet: viaja para buscarlos o acude a ferias como las ya mencionadas. Además, hasta que certifica la autenticidad de las piezas, el aficionado duda de si son reproducciones. Por último, y quizá lo más exigente, es que hay que estudiar para conocer las múltiples variedades. Y la información sobre fósiles no está tan a mano como la que puede encontrarse sobre otros hobbies.
“Lo más bonito es aprender”, asegura Fernando. “Indagar para saber el nombre de cada pieza. Todos los fósiles tienen un género, pero dentro de cada género hay especies, que pueden llegar a más de cinco mil. He comprado todos los libros habidos y por haber. Ha sido un reto conseguir separatas y tesinas especializadas. Tendrías que vivir tres o cuatro vidas para aprender toda la paleontología. No hay nada más bonito que encontrarte con una pieza en una feria, no saber qué es, indagar y descubrirlo finalmente. Coleccionar fósiles es complicado, por eso la mayoría de la gente no pasa de trilobites [artrópodos marinos divididos en tres regiones] o amonites [moluscos con concha en espiral]”.
Su predilección por estos restos requiere elevados desembolsos. “Me he gastado… mucho dinero”, reconoce, aunque enseguida lo relativiza: “Tampoco ha sido una cantidad desorbitada. Son tantos años comprando y yendo a ferias…”. Y espacio para el albergarlos. “Tengo un pequeño almacén con todo guardado y unas vitrinas en casa. Es importante que parte de colección la puedas ver, no tiene sentido ser un stock man. Hay que disfrutar la colección. Si coleccionas vinilos, puedes tener cuatro copias del mismo, pero no hay dos fósiles iguales. Son un milagro, casi un accidente. Desde el momento en que se crea el fósil hace millones de años, son un milagro”.
Por la prohibición de atesorar fósiles nacionales, en su tienda on line solo pueden adquirirse aquellos encontrados fuera de España. Muchos los consigue viajando. “En Estados Unidos —dice— puedes tener una finca por la que pasa un río en el que hay fósiles, y cobrar veinte dólares a la gente para que pase allí el día picando piedra con todas las facilidades, buscándolos. Y todo lo que puedan sacar, se lo quedan. Yo mismo lo he hecho en Denver y en Wyoming. Y si sale algo raro, se queda allí y se lleva a estudiar. Esa es, a mi juicio, la forma correcta de trabajar”.
Hace unos doce años, en vista de que sus hijos no están por la labor de continuar la colección, y también como fuente adicional de ingresos, montó la tienda en Internet, para ir deshaciéndose de sus piezas y entrar en el circuito de compraventa. En ella, los fósiles están clasificados de forma asombrosamente exhaustiva y documentados con detalladas fichas. En su sección Fósil del Mes aparece un Notogoneus osculus, un pez fósil de entre 47 y 56 millones de años de antigüedad localizado en Wyoming, que vende por 1.900 euros. “Es una ayuda a mi economía”, explica. “La web se puede ver en cualquier parte del mundo y genera oportunidades de negocio. No es la primera vez que te llama un particular para venderte la colección de un familiar que ha fallecido. A veces encuentras maravillas. Hay coleccionistas que compran de forma compulsiva, lo cual me viene muy bien”.