Estamos acostumbrados al calor, el tiempo de las persianas, el 'cierre' de la vida a las horas centrales del día, las cenas al fresco, el abrir de ventanas estratégico para que haya corriente, el ventilador con cubos de hielo (a falta de aire acondicionado), las duchas fresquitas a horas intempestivas, el gazpacho y las sopas frías... Quien anda por los 50 se acordará de algunas terrazas con colchones como refugio de las noches infernales. Estos eran nuestros recursos para vivir los tórridos veranos españoles, muy similares a los de toda la cuenca mediterránea.
Y luego están las olas de calor a escala mundial, como la de ahora mismo. La segunda ola de calor del verano ha dejado más de 500 muertos en los primeros seis días y 30.000 hectáreas quemadas. España arde y apenas soporta las altas temperaturas. Y así anda toda Europa y gran parte del planeta, como ya recogen las redes sociales.
La última ola calor se ha caracterizado por su mayor duración e intensidad: nueve días que han dejado récords de temperaturas máximas en muchos puntos de la mitad norte de la península, incluidas comunidades de temperaturas habitualmente tibias, como Galicia, Asturias, Cantabria o País Vasco.
¿Estamos ante un episodio climático normal? El ecólogo del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Fernando Valladares ha afirmado en una entrevista para TVE1 que "este verano, con todo lo tremendo y caluroso que está siendo, es posiblemente de los más frescos en lo que nos queda de vida".
La relación de la ola de calor con el cambio climático es innegable. Desde hace unos años, los expertos del CSIC vienen avisando sobre la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y "lejos de reducirlas, las hemos seguido aumentando", asegura Valladares, lo que ha conducido a una dinámica exponencial que serían el origen de estos episodios, cada vez más frecuentes y extremos.
El pasado 16 de julio se registró el pico de fallecidos por la ola de calor: 150 personas, según datos del Instituto Carlos III. Son datos inéditos hasta ahora. Valladares ha explicado que, hasta ahora, la gente moría por frío intenso. Invertir en sistemas de calefacción fue algo prioritario, al menos en el mundo desarrollado.
Pero el cambio climático ha hecho que la diferencia entre morir por frío o por calor se esté equiparando. "Los inviernos son menos rigurosos en buena parte del planeta y, por el contrario, estas olas de calor están siendo cada vez más extremas y cada vez están amenazando más a la propia fisiología humana, que por encima de los 35-37 grados ya empieza a tener dificultades para regular su temperatura interna", asegura el científico en la entrevista.
El impacto del cambio climático parece fuera de toda duda. Pensar en la agenda que pueda combatirlo es un asunto de primera necesidad. Pedro Sánchez pide ya un pacto de estado medioambiental a raíz de los incendios declarados en toda la Península Ibérica.
¿Llega a tiempo la medida? Para el ecólogo del CSIC "nunca es tarde". El objetivo, según Valladares, no debería consistir en adaptarse al cambio climático, sino mitigarlo. En su opinión, habría que ir al origen del problema, una estrategia menos rápida que otras, pero más efectiva.
El científico ha valorado que las administraciones ya están haciendo una gran labor de adaptación, pero no es suficiente. Y el momento es crítico: nos hemos adaptado a pasos agigantados, pero ni el sistema sanitario ni la propia fisiología humana tienen margen para más.