Los Indiana Jones de la vida real: "¿Látigo? Nuestras armas son la linterna y la brújula"

  • Coincidiendo con el estreno de la nueva película de la saga protagonizada por Harrison Ford nos hemos preguntado: ¿se parecen en algo los arqueólogos de verdad al héroe de ficción?

  • “El cine, la literatura, el cómic… le han dado un aire romántico a este trabajo. Pero, indudablemente, tiene mucho de aventura”, afirma Antonio J. Morales (48).

  • “Ser el primero que ve algo que ha estado oculto tanto tiempo aporta una emoción indescriptible. Sale a relucir ese niño que llevas dentro al que le gusta abrir un regalo y descubrir qué contiene”, dice Josep Cervelló (61).

Este viernes 30 de junio, una treintena de los más insignes expertos en egiptología de importantes universidades españolas habían previsto culminar una reunión de trabajo en Barcelona yendo en tropel al cine. Querían ver Indiana Jones y el dial del destino, la nueva película de la saga, recién estrenada. Imagina la escena: el escogido grupo de mentes preclaras —los y las Indiana Jones de la vida real— atraídas por el filme que mitifica (y desvirtúa) su trabajo, y, seguramente, criticando entre bromas los detalles poco veraces que salieran en pantalla. Y aunque finalmente no asistirán —muchos deben regresar a sus ciudades en cuanto termine la reunión—, lo cierto es que idearon pasar un buen rato contemplando en acción al más famoso del gremio: Indy.

Esto me lo cuenta el egiptólogo sevillano Antonio J. Morales (48) mientras remueve un cortado en la cafetería que hay en el jardín del Convento de los Trinitarios de Alcalá de Henares (Madrid), venerable edificio de 1601 que aloja el Seminario II de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá, el cual, a su vez, alberga el departamento de Egiptología, del que es profesor titular. “¡Habríamos destrozado la película con nuestros comentarios!”, bromea. Como muchos otros de sus compañeros, Morales combina la docencia con el trabajo de campo: es, además, director del Middle Kingdom Theban Project, un proyecto internacional y multidisciplinar que desde 2015 (cuando él impartía clases en la Universidad de Berlín) viene realizando excavaciones en complejos funerarios del año 2000 antes de Cristo en la antigua Tebas (hoy Lúxor).

Ciertamente, si todos los egiptólogos, arqueólogos y demás profesionales del sector son como Morales y los especialistas del comité de trabajo de Barcelona (y como Josep Cervelló, con quien hablo tres días después), puede afirmarse rotundamente que se trata de un colectivo de lo más afable y jovial. El exquisito rigor con que lleva a cabo sus tareas no está reñido con su carácter campechano y simpático. No las tenía todas conmigo, de hecho, cuando al ponerme en contacto con Morales y Cervelló saqué a relucir el nombre de Indiana Jones; temía que se sintieran ofendidos, que pensaran que quería abordar en tono frívolo su labor. Sin embargo, aceptaron encantados. Comprenden que la misión del cine es entretener, e incluso conceden que su profesión tiene, como las películas de Harrison Ford, mucho de aventura.

“Sin duda alguna”, afirma Morales. “Lo que ocurre es que el cine, la literatura, el cómic… le han dado un aire romántico a este trabajo. Pero, indudablemente, los trabajos en Egipto suponen una aventura. El descubrir cosas nuevas, el adentrarse en salas y pozos que no han sido visitados por nadie y el hecho de vivir en otro país y trabajar con personas de otra cultura, con otra forma de ver la vida, implica enfrentarse a lo desconocido, como toda aventura”.

Un trabajo “duro y complejo”

Cada año, durante un mes —cuando me recibe acaba de regresar de una expedición que le ha tenido allí todo el mes de mayo—, el profesor Morales se pone al frente de un equipo de arqueólogos, epigrafistas, geólogos, antropólogos, arquitectos, restauradores, paleoantropólogos, topógrafos… en el citado yacimiento de Lúxor. Su especialidad son las inscripciones jeroglíficas: la interpretación de textos. Describe su oficio como “duro y complejo”. Comienza con un molesto fárrago burocrático: la búsqueda de financiación, la presentación de solicitudes, las negociaciones con el gobierno local… Y el acopio de material. “Hay que llevarlo todo desde aquí”, explica. “Esta última campaña trasladamos 900 kilos: material de oficina, bolsas de todo tipo, cepillos, líquidos, cartones, telas, guantes… Y equipo tecnológico: cámaras multiespectrales, ordenadores, discos duros… Incluso crema solar, que la universidad nos proporciona casi por litros”.

Las operaciones de prospección se realizan bajo condiciones exigentes. “Aunque buscamos meses de temperatura es más suave, hay grandes contrastes entre el día y la noche. Se trabaja de cinco y media de la mañana a doce y media del mediodía; a esa hora se para, porque se pueden alcanzar temperaturas de 45º o 50º grados fácilmente en el desierto. Hay que andar muchísimo; subir y bajar montañas… Y estar agachados, arrastrarse… Debes tener un mínimo de forma física. Al final del mes necesitas un fisioterapeuta”, señala.

No les pican serpientes: “No viven en los yacimientos; prefieren las granjas, donde hay animales”. Los riesgos no suelen pasar de gastroenteritis y golpes de calor. Durante el mes que pasan allí, la actividad es frenética; también por las tardes, cuando el equipo comparte sus hallazgos en el hostal donde se hospeda: “En treinta días tienes que conseguir toda la información y los materiales para las conferencias, los seminarios y los artículos del resto del año”, dice.

Su indumentaria a pie de yacimiento sí que responde a la imagen tópica que el gran público tiene de los arqueólogos: pantalones y chalecos de color beis, repletos de prácticos bolsillos en los que guardan instrumental de trabajo básico, en vez de látigos, cuchillos o pistolas como el héroe cinematográfico. “En realidad, nuestras armas son la linterna, la brújula, el bolígrafo, el cuaderno, el móvil, el walkie-talkie… Debemos llevarlo todo encima, porque si encontramos algo interesante no conviene perder tiempo en desplazarse al almacén. En los bolsillos también portamos la flecha norte para las fotografías [deben mostrar siempre el norte], el distómetro, cinta adhesiva… Uno va cargado con ese ‘armamento’ científico que permite registrarlo todo al instante. Las pistolas las ponen los militares que en ciertas zonas nos escoltan”, describe.

Para Morales, lo apasionante de su profesión es comprobar cómo el pasado es espejo de lo que somos. “La arqueología nos plantea formas de pensamiento en principio muy distintas al nuestro”, expone. “Pero cuando estudias sus textos, su arquitectura…, te das cuenta de que sus preocupaciones eran muy parecidas a las nuestras. Los temas que estudiamos son muy modernos: lucha de poder, conflictos, corrupción, la importancia de una administración fuerte, crisis de valores y búsqueda de otros nuevos… El hombre moderno se siente muy alejado del pasado, pero, en realidad, estamos muy cerca de lo que éramos”.

Las películas despiertan vocaciones

En la mesa contigua a la nuestra en la cafetería, dos chicos y dos chicas departen relajadamente en su pausa para desayunar. Son alumnos aventajados de Morales; han llegado a acompañarle en alguna de sus expediciones. Aprovecho la cercanía para preguntarles si el cine influyó en su vocación. “En nuestra generación, películas como La momia, de 1999, o incluso las de Indiana Jones, aunque sean un poco más antiguas, han tenido cierto impacto. Siempre te atrae. Es un aliciente. Luego, si no te gusta, no te gusta. En mi caso particular, la cultura popular y ese aire de misterio y aventura han estado muy presentes”, admite Beatriz. “Yo creo que nos ha pasado un poco a todos, eso de ver Indiana Jones y pensar: ‘Quiero ser arqueólogo”, reconoce Jesús.

La paridad de género en tan ameno grupito desmiente que esta profesión sea solo cosa de hombres. El cine ha perpetuado un estereotipo de aventurero viril e intrépido que no se corresponde con la verdad. “Como en muchas profesiones”, dice Beatriz, quien concreta que fue después de ver a Rachel Weisz en La momia traduciendo textos egipcios cuando se dio cuenta de que quería enfocar su carrera en esa dirección. “Hay muchos proyectos en Egipto dirigidos por mujeres. Y en los másteres y en la carrera, hay más mujeres que hombres”, añade. El profesor Morales lo corrobora: “Las mujeres llevan hoy el peso”.

Josep Cervelló (62) es otro de los próceres de la egiptología. También él, aunque de otra generación, experimentó el influjo del cine en su temprana vocación. “Primero me influyó mi madre, italiana. Era arqueóloga, aunque no ejerció. Películas, dos me fascinaron: Ben Hur y Los diez mandamientos. En su momento fueron una revelación, aunque las vi con siete u ocho añitos. Y antes, La Biblia. El cine me ha influido de una manera muy clara. Y más adelante, la literatura: Dioses, tumbas y sabios, de C. W. Ceram. Entendía la mitad de lo que leía, pero me fascinaba”, me cuenta.

Conecto con Cervelló a través de Teams; se encuentra en El Cairo, donde lleva un año viviendo y estudiando, aprovechando una excedencia remunerada para la recualificación del profesorado universitario. Es una mañana soleada y preciosa en la capital egipcia; de fondo se oye el adhan o llamada a la oración de los musulmanes. A Cervelló no le disgusta en absoluto que Indiana Jones distorsione su profesión. “Me divierte”, dice. “Parto de la base que el cine es cine y la ciencia es ciencia. Pedirle al cine que sea absolutamente riguroso es absurdo. ¿Qué más da que no hayan hecho bien los vestidos o no concuerde el paisaje? El cine no hace ciencia, la cienca la hacemos nosotros. Yo veré esta película de Indiana Jones encantado de la vida, y me lo pasaré bomba”, dice.

Cervelló, filólogo y epigrafista, compagina la actividad docente (es profesor agregado de Egiptología del Departamento de Ciencias de la Antigüedad y de la Edad Media de la facultad de Filosofía y Letras de la Universitat Autònoma de Barcelona) con la codirección de la SEAMS (Misión Arqueológica Hispano-Egipcia en Saqqara), cuyo objetivo es la excavación del yacimiento de Kom el-Khamasin, a los pies de la famosa pirámide escalonada, a 23 kilómetros de la celebérrima Esfinge y a 30 de las pirámides de Guiza y de El Cairo. Allí se hayan tumbas de las primeras dinastías egipcias. “Emoción hay muchísima”, declara. “Cuando descubro un fragmento de inscripción, me vuelvo loco. Ser el primero que ve algo que ha estado oculto tanto tiempo aporta una emoción inmensa, indescriptible. Es hasta un poco infantil. Sale a relucir ese niño que llevas dentro y al que le gusta abrir un regalo y descubrir qué contiene”.

En busca del bloque perdido

Este veterano experto subraya que no ha vivido situaciones de riesgo personal como las que afronta Indiana Jones. “Egipto es un país muy seguro. Ni se te pasa por la cabeza que te puedan robar. Voy a un bar y dejo el móvil y la cartera encima de la mesa. Además, a los extranjeros se les cuida especialmente. Los egipcios son muy hospitalarios”, sostiene. Pero no todo es de color de rosa. A finales de los años noventa a Cervelló le tocó lidiar con otro tipo de aventura: la arqueología del rescate.

En 1997, el investigador barcelonés viajó por primera vez a Kom el-Khamasin, necrópolis que con el tiempo se convertiría en epicentro de su trabajo. La zona, algo alejada del vergel de Nilo, en mitad del desierto, era entonces inhóspita —hoy la cruza una carretera—, por lo que hasta ese momento sus tumbas habían pasado inadvertidas para los arqueólogos. Vio su potencial, solicitó los permisos para excavar… Y cuando regresó se encontró con que el complejo había sido sometido a un concienzudo saqueo (con empleo de excavadoras incluido) por parte de contrabandistas. “Se llevaron todo lo que había”, dice. El destino de los objetos expoliados era obvio: el mercado negro.

Las autoridades egipcias pidieron su colaboración para encontrar las piezas robadas; le preguntaron si sería capaz de identificarlas. “Les dije que sí: había elementos muy característicos”, recuerda Cervelló. Diez años después, un compañero español llamó al epigrafista para informarle de que en una galería de Madrid había encontrado un bloque de pared idéntico a los que él había reseñado en sus investigaciones. “Me mandó una foto y me quedé patidifuso”, dice Cervelló. “Empezamos a investigar y aparecieron otros en Barcelona, Australia, Reino Unido, Bélgica… Por suerte se ganaron los juicios y muchos volvieron a Egipto”. Como tantas veces, la realidad supera la ficción: que tomen nota los guionistas de Indiana Jones por si necesitan ideas para la próxima película.