Dice el refrán que unos nacen con estrella y otros estrellados. Este dicho popular también es válido en el mundo de la tecnología. Porque en las últimas décadas, de la misma forma que hemos vivido avances incontestables como el teléfono móvil, internet o la inteligencia artificial, también hemos asistido a batacazos monumentales que llegaron prometiendo grandes revoluciones en su campo y terminaron en el olvido más absoluto.
Está claro que no todo nuevo producto tecnológico está destinado a perdurar, pero también es cierto que quien no arriesga no gana. Muchos proyectos presentados a bombo y platillo se quedaron en el camino, o acaban cogiendo polvo en los trasteros de los pocos incautos que creyeron en ellos. A veces fueron buenas ideas mal ejecutadas. O demasiado costosas como para llegar al gran público. O simplemente llegaron antes de tiempo. Y otras se intuía desde el principio que estaban abocadas al desastre. Estos son cinco de los fracasos tecnológicos más memorables.
En la época dorada del VHS, el LaserDisc prometía impactar en el mercado del vídeo doméstico de la misma forma que el Compact Disc lo hizo en la industria musical. Se trataba de una especie de CD gigante que medían unos 30 centímetros de diámetro y servía de soporte para películas en una definición superior a la acostumbrada. Philips y Pioneer apostaron con fuerza por el formato, pero el público occidental no le encontró sentido a algo tan aparatoso (en Japón sí hubo cierto boom). Su peso y tamaño no eran precisamente manejables y, para colmo, tenía series limitaciones de capacidad ya que solo almacenaba entre 30 y 60 minutos de vídeo por cara y había que levantarse para darle la vuelta. Además, el precio, tanto de los discos como del reproductor -que, para más inri, resulta muy ruidoso- era excesivo. Un disco de LaserDisc podía costar el equivalente a 60 euros en los años 90.
Nintendo presentó en 1995 lo que pretendía ser el primer dispositivo de juego de realidad virtual de la historia. Esta especie de consola portátil apostaba por unas gafas con doble pantalla similares a las que proliferan en la actualidad, pero con un volumen muy superior y un peso cercano a los 750 gramos. El resultado es que no podían colocarse directamente sobre la cara y debían usarse apoyadas sobre una mesa. Una experiencia de juego excesivamente farragosa, especialmente si se comparaba con la Game Boy, que además era mucho más asequible económicamente. La sentencia definitiva llegó cuando los pocos que se aventuraron con la Virtual Boy empezaron a experimentar náuseas y dolores de cabeza.
Vale. Las PDA, también conocidas como agendas electrónicas de bolsillo, sí llegaron a tener su momento, especialmente entre los early adopters tecnológicos, pero la llegada y popularización de los smartphones terminaron haciéndolas completamente irrelevantes. Tener una PDA en los años 90 venía a ser casi como llevar un ordenador en el bolsillo, ya que se podía redactar textos, gestionar agendas y notas o utilizar aplicaciones de terceros. El problema es que eran muy caras y tenían fallos que incluso entonces eran inconcebibles. La Newton de Apple todavía pasa por ser uno de los mayores fiascos del gigante tecnológico. Para cuando las nuevas versiones mejoraron notablemente sus prestaciones, la llegada de los teléfonos inteligentes dejó obsoleto su mismo concepto.
Cuando ya habíamos repuesto nuestra colección de películas en DVD, llegó el Blu-Ray para protagonizar la siguiente revolución, la de la alta definición. Y vuelta a empezar. Sin embargo, hubo un breve instante en el que el HD DVD se postuló como una alternativa más que firme. Al final, en estas guerras de formatos solo puede quedar uno, tal y como pasó en los 80 con el Betamax y el VHS. El HD DVD ofrecía una resolución completa de 1080p, hasta 30 GB de almacenamiento en disco y extras como menús interactivos y diversos materiales complementarios. Pero cuando Warner decidió apostar por el Blu-Ray, marcando el camino al resto de compañías de entretenimiento, la suerte quedó echada. El HD DVD y sus productores afiliados de hardware tiraron la toalla en 2008.
A finales de la década de los 2000 vivimos el pelotazo de 'Avatar' que puso de moda la tecnología 3D en las salas de cine de todo el mundo. Los departamentos de marketing de los principales fabricantes de televisores vieron un filón ahí. Solo tenían que convencer al usuario de que podría tener la misma experiencia en su casa cambiando su viejo aparato por uno con tecnología 3D. Sin embargo, la terca realidad se impuso. El visionado casero de estos contenidos causaba a muchos usuarios mareos, dolor de cabeza y fatiga ocular por la falta de costumbre de nuestro cerebro. Además, se necesitaban unas gafas que seguían siendo pesadas e incómodas, y el precio del televisor estaba muy por encima de la media. Para colmo, más allá del fenómeno del filme de James Cameron, la industria cinematográfica no tardó en entender que el coste de grabar una película en 3D real era muy superior a hacerlo con cámaras convencionales, por lo que la oferta de contenidos cada vez fue más exigua. Los televisores 3D no tardaron en desaparecer de todos los catálogos de fabricantes.