"Ahora mismo estoy hablando contigo y tengo preparado en la tele el NBA", dice David, de 46 años, periodista y DJ de música electrónica que dedica gran parte de su tiempo de ocio a sacarle brillo a los mandos de la consola. Podría suponerse que los videojuegos —quizá por su cualidad de 'juegos'— seducen solo a los más jóvenes. No es así.
Muchos adultos que dieron el estirón en los salones recreativos y se graduaron con las primigenias videoconsolas conservan este hábito muy arraigado. Según el anuario 'La industria del videojuego en España' de 2018, el 11% de gamers varones y el 7% de jugadoras tienen más de 45 años. Dado que en nuestro país hay 16 millones de aficionados, según la Asociación Española de Videojuegos (AEVI), ese 18% conjunto correspondería a 2.880.000 personas. Cifra nada desdeñable.
David considera que es un hobby enriquecedor, y basándose en la calidad de los contenidos —sobre todo de los muy ambiciosos juegos de última generación— lo equipara a leer libros o ver cine. Lleva esta cultura (¿por qué no llamarla así?) en la sangre; vibra de emoción al recordar cómo, en 1980, con siete años, descubrió la primera máquina de videojuegos.
Sus abuelos le llevaban una vez al mes a un restaurante en Bustarviejo, a las afueras de Madrid, solo para empleados de banca, provisto de piscina y atracciones para niños. Allí se topó con el primitivo Invaders. "Era en blanco y negro y costaba cinco pesetas la partida. Acostumbrado a jugar con los clicks de Famobil, poder manejar lo que había dentro de una pantalla me dejó hecho mierda", rememora.
En los años siguientes pasó por todas las consolas, y hoy los últimos modelos de PlayStation y Xbox equipan su casa lo mismo que el aparato de aire acondicionado, el frigorífico o la Nespresso. En el portátil dispone de emuladores de las máquinas antiguas con las que empezó a jugar.
Habla con pasión de este tipo de productos que le aportan "una válvula de escape" y a los que les dedica un tiempo variable. "Hay semanas que no enciendo la consola y semanas que me paso tardes enteras ahí pegado", expone. "Los juegos actuales no permiten echar partidas rápidas. Algunos tienen duraciones cercanas a las 100 horas. Cuando te sientas a jugar, no estás media hora. A poco que quieras avanzar, un par de horas le tienes que echar".
Este pasatiempo nunca ha supuesto un problema para David, a quien si le llamas para decirle que tienes dos entradas para el Bernabéu dejará la partida a medias para ir a ver al Real Madrid. Tampoco ha afectado su vida en pareja.
En su última relación larga —ahora está soltero—, aprovechaba que ella se levantaba más tarde para jugar. "A las siete de la mañana me sentaba allí con mi café y mi desayuno y me echaba mi partidita. Pero no nos quitaba tiempo para ir al cine o a cenar. Nunca ha sido motivo de discusión con mi pareja", afirma.
Al final se convirtió en un hobby compartido: David le dio a conocer las consolas a su novia, quien curiosamente poco después fue contratada en una tienda de videojuegos y ahora trabaja en unas oficinas del sector. "Aquí hay dos factores —dice David—: tu propio enganche, que no sea malsano, y el respeto de la otra persona por tu afición". David no tiene hijos, pero no cabe duda de que cuando su sobrino, aún pequeño, crezca un poco, los videojuegos crearán entre ambos un vínculo especial.