"¿Cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra?". La pregunta sencilla y clara del Gran Jefe Seattle de la tribu de los Suwamish, dirigida a Franklin Pierce, el presidente de EE UU que en 1855 les ofrecía 'comprar' sus tierras, es un buen ejemplo de lo que distingue a una carta, como género, de otros textos: es un apelación a la reflexión conjunta, escrita desde un cierto lugar de sosiego. Dicho de otro modo, una carta no es carta por su formato o el medio en que se da a conocer, lo es por la profundidad de su mensaje. La 'carta' del Jefe Seattle ni siquiera fue una carta. Fue un discurso ante un representante del gobierno. Pero ya se sabe, hay cartas escritas en una servilleta, y 'cartas' que no son más que comunicados con pretensiones.
A lo largo de la historia han habido Jefes de Estado, científicos, artistas, revolucionarios o líderes políticos que han llevado la carta a niveles literarios. Winston Churchill es célebre por haber hecho de casi cualquiera de sus discursos y misivas auténticas piezas ensayísticas, por ejemplo. Otras, menos inteligentes pero más determinantes terminarían marcando el pulso de la Historia: Hitler escribiendo a Mussolini para explicarle las razones para invadir Rusia.
Mas encomiable es, de hecho, la carta que le escribió al propio Hitler nada menos que Mahatma Gandhi, quien dicho sea de paso se despide del genocida como '"su sincero amigo". Cosas del pacifismo. Le dice Gandhi a Hitler: "Está claro que usted es hoy la única persona en el mundo que puede evitar una guerra que podría reducir a la humanidad a un estado salvaje. ¿Estará dispuesto a pagar ese precio por un propósito cualquiera por muy digno que le parezca? ¿Escuchará la llamada de quien ha evitado deliberadamente el método de la guerra no sin considerable éxito? De cualquier manera espero su perdón, si he cometido un error al dirigirme a usted". Spoiler alert: no escuchó la llamada.
Es también histórica la carta que le envía Ernesto 'Che' Guevara a Fidel Castro, en la que se despide de él y de Cuba para expandir 'la revolución' por otras latitudes americanas. Acabaría fusilado en Bolivia. La carta está fechada en La Habana, en el Año de la Agricultura, aunque es de 1965:
"Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos. Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba y llegó la hora de separarnos. Sépase que lo hago con una mezcla de alegría y de dolor, aquí dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos… y dejo un pueblo que me admitió como un hijo; eso lacera una parte de mi espíritu. En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo donde quiera que esté, esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura."
Pero volviendo a los grandes estadistas, la 'carta' del jefe indio Seattle, cuya fidelidad al discurso original ha sido puesta en duda, sentó también las bases de todo un alegato ecologista y reivindicador de la forma de vida nativo americana: "Deben de enseñarle a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros antepasados. Digan a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestro pueblo, a fin de que sepan respetarla. Es necesario que enseñen a sus hijos, lo que nuestros hijos ya saben, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurra a la tierra, le ocurrirá también a los hijos de la tierra".
También sentó las bases de lo que se conocería como 'el buen salvaje', pero esa es otra historia.