Una carta siempre tiene un regusto nostálgico. Ahora que el género ha quedado relegado a puro trámite administrativo -casi ni eso-, resulta conmovedor que siga habiendo personas que escriben de su puño y letra misivas dirigidas al director o directora de un periódico. Es verdad que la mayoría llega vía digital, pero no importa. A su autor le sirve para vaciar el alma o sacudir su mal humor. Las cartas al director despiertan una gran curiosidad. ¿Quién las recibe? ¿Cómo se gestionan? ¿Existe un proceso de cribado? ¿El periódico se comunica con los autores? A todas estas preguntas nos responden Margarita Soler, redactora de Opinión y Magazine, de La Vanguardia, y José Nicolás, redactor jefe de Opinión de El País. Los dos se entregan cada día a uno de los mayores placeres que describió Lord Byron: leer cartas sin obligación de responderlas.
No las responden, pero su responsabilidad es mayor: leer, seleccionar, editar y ajustarse a un espacio que, a juicio de quien las envía, siempre se queda escaso. Tal apasionante es la tarea que Soler se autodefine con humor 'la señorita Francis'. Y si nos ponemos aún más romanticones, es inevitable imaginar su mesa de trabajo como una especie de Casa de Julieta, ese palacete de Verona cubierto de tarjetas y cartas en el que la leyenda sitúa la historia de amor de Romeo y Julieta.
La realidad es más prosaica, aunque eso no le resta pasión. De todas las cartas que llegan a la redacción de El País, Nicolás acaba reduciendo las candidatas a una treintena. "El espacio es limitado y la selección no es fácil. Todas tienen valor porque transmiten el latido de los lectores. Cubren esa necesidad que tienen algunas personas de expresar sus pensamientos y de ser parte importante de su periódico. Aprovechan este espacio para contar acontecimientos, contar una experiencia personaL, transmitir sus sentimientos, interpretar una situación, opinar sobre algún tema de actualidad o informar".
También abundan las cartas referidas a los contenidos publicados por el periódico. "Quieren puntualizar alguna cuestión o mostrar su desacuerdo o su conformidad. Nosotros publicamos tanto las que son afines a la línea editorial del periódico como las que discrepan", aclara Nicolás.
Lo que sí se reservan los periódicos es el derecho de retocar o editar el texto cuando hay un lenguaje ofensivo o intolerable, por ejemplo, o para adecuarlo al espacio y corregir las faltas. En general, las que no cumplen una mínima corrección ética o de forma se descartan de inmediato. Hay unos requisitos, en general similares, que El País describe así: "Los textos tienen que enviarse exclusivamente a EL PAÍS y no deben tener más de 100 palabras (700 caracteres sin espacios). Deben constar nombre y apellidos, ciudad, teléfono y DNI o pasaporte de sus autores". El diario se reserva el derecho de publicarlos, resumirlos o extractarlos. "No se dará información sobre estas colaboraciones", puntualiza este periódico.
Hay que decir que el afán de ver su nombre en el periódico –" y mucho más si es en papel", matiza Soler-, ha llevado a algunos escritores de cartas a incumplir estas condicione con mucha picaresca, como enviar la misma carta a cincuenta periódicos o identificarse con mil maneras diferentes. Se entiende este punto sano de vanidad si tomamos las palabras de Reyes Monforte en su libro ‘Postales del Este’: "No hay nada más triste que las cartas no leídas". "Que no se publique no significa que las subestimemos", advierte Nicolás.
¿Quiénes son estas personas? ¿Por qué ese deseo irrefrenable de dirigirse al director? Según el redactor de El País, los escritores de cartas son mayoritariamente hombres, mayores de 50 años y con un nivel cultura medio alto. Podemos añadir una cualidad más: fidelidad al género. Algunos se han convertido en auténticos profesionales.
Es el caso de Pablo Osés Azcona, un malagueño de 90 años, que ha sido cura, ingeniero, electricista, coordinador de la Plataforma del 0,7% y viajero en Vespa. Ha visto publicadas más de 500 cartas al director en diferentes periódicos. Una de ellas, 'La vida ha sido muy bella', iba dirigida a la directora de El País y se hizo viral. En sus 105 palabras contaba que cada noche, antes de dormir, escoge un recuerdo feliz para revivirlo. "Y no sé cuál escoger de tantos como tengo", escribió. Terminaba expresando su convicción de que la vida continúa más allá: "Me da un pálpito de que tiene que seguir en la misma línea. No sé cómo, pero estoy muy seguro de que será genial".
Otro de los autores de carta más carismáticos, perseverantes y veteranos es Enrique Stuyck Romá (1943), ex presidente de Walt Disney en España y en Portugal y escritor de cartas al director casi compulsivo. Tiene el premio Guiness al mayor número de cartas al director publicadas en un año en el diario AS. En total, 84. Su libro 'Una selección de las 3.000 cartas al director publicadas en 68 periódicos', prologado por Juan Cruz, es su mejor carta de presentación. No obstante, la cifra es superior a 9.000. En una de ellas habla, por ejemplo, de cómo los tacones de la princesa Leonor elevaron su estatura estética y ética. Antes de descubrir que existía una aplicación que le facilitaba el trabajo, bajaba a diario al kiosco a comprar 30 o 40 periódicos para saber en cuántos se había publicado su carta. Su punto de partida fue una carta que escribió en 2003 en la soledad de un hotel bajo el título 'Pobre Enrique'.
Tanto Soler como Nicolás describen cómo les conmueve la correspondencia que llega escrita a mano, sobre todo porque con el tiempo van observando su decadencia o se percatan de que, de repente, llega con el trazo diferente, lo que les hace intuir que el nieto es ahora el que escribe al dictado del abuelo. Que haya autores con avanzada edad no significa que peligre la continuidad de este género. Aseguran que en el relevo generacional están jugando un papel decisivo muchos profesores de Secundaria y Bachillerato que han convertido el envío de cartas a los periódicos en una tarea escolar más. Confían en que esto pase a ser un hábito. "Es un fenómeno curioso -dice Nicolás- porque hay épocas en las que tenemos una recepción masiva de cartas enviadas desde una misma localidad o barrio. Y todas con idéntico tono y estructura e inquietudes similares. En ellas hablan de salud mental, de videojuegos, de la incertidumbre laboral y otras cuestiones juveniles. Ojalá que, más allá del encargo puntual, les sirva para cultivar esta costumbre".
Las cartas son el alma de la sociedad y tienen la magia de lo inesperado. "A veces -explica Soler- uno escribe sobre el asunto más absurdo, como el modo de comer una ensaimada, la calidad de los calcetines de rombos o cómo colocar el papel higiénico, y abre un debate apasionante tanto en el apartado de los comentarios como en las redes sociales". Nicolás recuerda una carta que se publicó en El País con el título 'Se me ha roto un vaso'. "Se hizo viral y durante años se siguió retuiteando".
"Ayer se me cayó un vaso de cristal y se rompió. Lo cuento aquí porque, como hay tanta gente que lo cuenta todo por Twitter y demás redes sociales, he pensado que también podría interesar a los lectores de este periódico. Hoy se me ha caído un vaso de cristal, y después he tenido que recogerlo". 56 palabras fueron suficientes para generar un tema de conversación apasionante.