Álvaro Bilbao (Bilbao, 1976) es una eminencia en materia de educación. Su propuesta, basada en el estudio del cerebro y en la relación cariñosa, afectuosa y positiva de los padres con los niños, ha sido adoptada por miles de familias desde que publicara 'El cerebro de los niños explicado a los padres', obra que terminó por convertirse en un 'best seller' y que ya se ha traducido a 24 idiomas.
Ahora ha cambiado de interlocutores con su nuevo libro, 'Prepárate para la vida', en el que se dirige a un público adolescente, al que invita (sin dejar de lado a los padres) a conocer mejor su cerebro para estar listos para afrontar una etapa turbulenta de la vida.
¿Cómo ves tú la educación de hoy en día?
Por los datos que tenemos sabemos que estamos educando con más afecto, que somos más conscientes de esas necesidades emocionales de los niños, pero a la vez hay una tendencia hacia la sobreprotección y eso no es una buena noticia. Cuando hay sobreprotección el niño desarrolla más dificultad para tomar decisiones, para solucionar problemas y para afrontar miedos.
¿Nos estamos pasando de rosca protegiendo a los niños?
Estamos haciendo un movimiento de péndulo, y hemos pasado de una educación desde finales del siglo XIX, que era más dura, a una educación ahora en el siglo XXI, en la que está claro que pegar a los niños es algo que repercute negativamente en su desarrollo, que tenemos claro que a los niños hay que educarles con afecto y que tenemos que ser empáticos. Pero a veces nos pasamos y no entendemos que los límites y las normas son importantes, que tenemos que dejar que el niño resuelva sus problemas, no estar tan encima de ellos. A veces se tienen que apañar por su cuenta.
¿Falta encontrar un equilibrio?
Exacto. Eso es lo difícil. Es importante la parte de la disciplina, que los niños sigan las normas, pero también es importante que las personas que están en ese lado del espectro, que son más rígidos o más bruscos, se den cuenta de que las normas y la disciplina se pueden poner, pero de forma un poco más amable.
¿Hay mucha diferencia entre cómo está evolucionando o cambiando la educación en los hogares y la que hay en los colegios? ¿Vamos al mismo ritmo?
No, yo diría que los colegios tienen un punto de referencia un poquito más fuerte. Aunque ha habido un gran cambio, en la mayoría de los colegios tienen muy claro que el orden, la disciplina y las normas son muy importantes.
Lo bueno es que ya hay muchos profesores y proyectos educativos que están más centrados en lo que son las nuevas metodologías con las que se abordan muchas áreas que quizá estaban poco trabajadas como puede ser la iniciativa, la implicación o la imaginación.
Pero hay que tener claro que si solo nos centramos en eso, nos olvidamos de otras partes que son muy importantes como la concentración, ser capaces de mantenernos quietos en la silla o ser capaces de resolver un problema siguiendo una serie de normas.
Entonces aparece de nuevo el equilibrio…
Así es. En la mayoría de los colegios han introducido todas estas nuevas metodologías, pero sin perder de vista otras que son importantes.
Respecto a los padres. Es complicado adaptarte a este modelo de educación y desaprender todo lo que has vivido.
Sí, mucho, sobre todo, los padres que han tenido infancias con una educación más dura o con padres que igual han sufrido algún trauma porque de pequeños les pegaban o cosas así. Nos encontramos con dos tendencias. Por un lado, los que quieren que sus hijos tengan una educación radicalmente distinta, y entonces ahí les cuesta mucho trabajo poner límites y normas. Y por el otro, los que ven lo que ellos vivieron como algo normalizado, pero de alguna manera lo han suavizado mucho. Es importante que los padres se den cuenta de que los niños necesitan equilibrio. Cada generación puede ir mejorando un poco la educación que recibió de sus padres.
¿Hay muchos padres o abuelos que piensan que este tipo de educación es una cuestión de modas?
Sí, claro, muchos piensan que todo esto son tonterías, pero está muy claro que dar a los niños afecto, tenerlos en brazos o ser cariñosos con ellos no es ninguna moda. El niño necesita ese cuidado, la seguridad de los padres. En cualquier caso, también entiendo a los padres que vienen preocupados por esa permisividad, ese no poner límites… Y hay veces que tienen razón. Como padres, parte de nuestro trabajo es hacer entender al niño que hay ciertas normas que son importantes.
¿Cuántas veces te han dicho la frase ‘si conmigo funcionó esta educación, por qué no va a funcionar con mi hijo’?
La verdad es que muchas. Incluso después de las conferencias se me acercan padres para decirme que todo lo que he contado está muy bien, pero que seguro que alguna vez yo castigo a mis hijos, les grito o cosas así. Yo siempre les digo que no, que algún grito se me escapa como a todo el mundo, pero son momentos puntuales. En casa nunca les hemos castigado, amenazado o puesto etiquetas.
¿Cómo has aprendido más, estudiando el cerebro en las aulas o con los niños en brazos?
Mucho más con los niños y, sobre todo, observando a mi mujer. Mi mujer y yo venimos de dos ‘escuelas’ muy distintas. Yo provengo de una familia muy tradicional y mi mujer viene de una familia muy hippie, muy alternativa, y los dos nos hemos encontrado con que cada tipo de educación nos ha aportado unas cosas. Mi mujer siempre dice que le hubiera gustado tener más límites y más normas. Yo, sin embargo, tuve una educación más estricta y no tan afectuosa, aunque luego yo sí soy una persona muy cariñosa.
La vida real es la mejor universidad entonces…
Desde luego, yo he aprendido mucho más que en el aula, porque en mi época nos enseñaban cosas que no tenían nada que ver con la realidad, que los niños eran puramente egoístas, que no tenían capacidad de amar, que los niños necesitaban mano dura…
Yo siempre trato de explicarlo todo desde el punto de vista del cerebro porque es algo que no va a cambiar hasta dentro de miles de años. Ahora sabemos cómo funciona y que hay estructuras que reciben mucha nutrición del afecto y del cariño y esas son las partes más importantes, que se desarrollan durante los primeros años de vida. Luego, a partir de los dos años, se empiezan a desarrollar otras partes que necesitan límites, normas, ir aprendiendo estructuras…
¿Cómo pueden educar mejor una persona de 45-50 años a sus hijos?
Hay muchos estudios que demuestran que es una manera efectiva, la Academia Americana de Pediatría, ya en 2018, instaba a los pediatras a que animaran a los padres a aprender educación en positivo porque se ha demostrado que tiene efectos beneficiosos para el desarrollo emocional de los niños.
Yo lo que les diría, en primer lugar, que con 45 ó 50 años son personas jóvenes, que hoy en día no es como antiguamente, con 30 años ya habías ido a la guerra y habías vuelto. En segundo lugar, que sepan que todos vamos a meter la pata y que no pasa nada, que se trata de ir entendiendo conceptos sencillos como poner el foco en el punto de vista del niño, en su cerebro. Yo busco formar a los padres de un modo amable, que despierte su curiosidad en busca de un proceso de cambio de toda la sociedad.
No parece sencillo.
Hay distintos métodos para llegar a los padres. Puede ser de un modo en el que busques que sienta empatía con el niño, que sepa cómo se siente, o más científico, en el que le expliques qué parte del cerebro reacciona cuando grita a su hijo, y cuál va a reaccionar cuando le pides las cosas de una manera distinta. Esto conecta mucho con los padres y les seduce. Para mí eso es lo importante, que ellos se den cuenta de que esto funciona, que esta es la manera más lógica de acuerdo con la evidencia, con lo que entendemos de cómo funciona el niño.
¿Los padres de esta edad son más pragmáticos?
Sí, y sobre todo los varones. Uno de los secretos de que mi libro haya funcionado muy bien parece que tiene que ver con que muchas mujeres compraban el libro, se lo pasaban al marido, y el marido veía que es un método que funciona. Explicar las cosas basándonos en cómo funciona el cerebro hace que los padres lo comprendan mejor y lo puedan aplicar mejor.
En este último libro, ‘Prepárate para la vida’, has cambiado el interlocutor. No está dirigido tanto a los padres tanto como hacia los niños, hacia los adolescentes.
Mi idea, desde el primer momento, era escribir un libro para los adolescentes, porque me habían pedido un montón de veces que escribiera ‘El cerebro adolescente explicado a los padres’, pero yo prefiero escribirlo cuando tenga más experiencia real en casa con los niños.
En cambio, sí que he trabajado con muchos adolescentes en consulta, y quería dirigirme a ellos porque estaban pasando un momento más complicado, muchos casos de depresión, muchos casos de ansiedad, incluso de suicidio.
No es un libro en el que explique a los adolescentes cómo funciona el cerebro adolescente, sino que les explico cómo funciona el cerebro adulto para que ellos vayan acercándose a ese modelo de cerebro y puedan tomar mejores decisiones, o puedan ir progresando con menos dificultades y cayendo en menos errores de los que quizá nosotros caímos.
Pero el libro también puede ayudar a los padres a situarse.
Este libro puede ayudar a unos y a otros. Los padres, cuando tienen un niño de cuatro, cinco, ocho o diez años no se pueden imaginar que va a llegar el día en el que su hijo tenga 15 y no le vas a ver el pelo. Eso es algo que a los padres les toca mucho y por eso deben entender que el adolescente tiene otros intereses, que está con otros temas en su cabeza y que se tiene que preparar para otras cosas.
Su rol de padres de niño pequeño ha cambiado a uno un poco más adulto, en el que van a estar más a su lado, en el que a veces van a tener que explicar cosas y comprender que sus hijos tienen sus propias necesidades, que necesitan tener tiempo para ellos.
Con hijos de 10 ó 12 años, ¿un padre está a tiempo de cambiar de estrategia de educación?
Sí, sin lugar a dudas.Te puedo contar casos de padres que han pegado un cambio enorme, ya sea por los cursos o porque han venido a consulta. Padres que tenían una idea de educación muy anticuada y se han dado cuenta del tipo de relación que tienen que construir con su hijo.
¿Quedan todavía muchos padres que gritan, pegan, castigan y demás?
Que gritan, sí. Todos. Porque a todos los padres en algún momento se nos escapa. Que pegan, pocos, al menos en público. Es raro ver en un parque a un padre pegando o humillando con una frase a su hijo. Eso ya, públicamente, está muy mal visto pero yo, que paso consulta todas las semanas, sí veo que todavía existen los que pegan azotes o cachetes.
Eso está más presente de lo que creemos aunque cada día estamos mejorando, sin duda. Cada vez son menos los que se les escapa la mano y más los que se avergüenzan de ello cuando lo hacen.
No hace tanto tiempo eso era algo normalizado.
Sí, antes dar un sopapo a un niño era una cosa que podíamos hacer en público y te quedabas más ancho que largo hoy en día es una cosa que avergüenza a la inmensa mayoría de los padres. En consulta te lo cuentan mirando al suelo como algo súper ocasional. Ahora es algo que a los padres les hace reflexionar. Aún así, queda mucho camino que recorrer.
La última… Me gustaría que me dieras un par de consejos imprescindibles para que los padres mejoren su relación con sus hijos.
Sobre todo, que pasen tiempo con ellos y lo disfruten. Da igual que tengan dos años o 16m que intenten encontrar una actividad que puedan hacer al menos una vez a la semana y que disfruten juntos.
Siempre digo a los padres que, en el día a día, lo mínimo es que cenen en familia y que pasan ese rato de cena sin pantallas y simplemente hablando. Pero, encontrar tiempo extra juntos es importante.
Por otro lado, una vez que han construido esa relación, ese vínculo de afecto, que sean firmes con las normas y con los límites porque son importantes. Han de hacerlo de un modo cariñoso, pero deben mantener una disciplina y una estructura porque no está reñido el afecto con el límite. El cerebro necesita ese equilibrio entre unas cosas y otras porque es la manera natural en que se desarrolla.