Hubo un tiempo en el que al actor Carmelo Gómez le teníamos en casa casi a diario por la cantidad ingente de proyectos cinematográficos en los que participaba. La razón es muy simple: cada trabajo lo bordaba con maestría y una voz inconfundible, envolvente y maravillosa. De repente, desapareció, por fortuna, solo de la pantalla grande y de la pequeña. En Uppers hemos querido localizarle para contar qué fue de Carmelo Gómez.
El 2 de enero pasado, Carmelo Gómez celebró su 61 cumpleaños. Nació en el pueblo leonés de Sahagún y en Madrid estudió en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Según su currículum su primera incursión en el cine fue en 1986 junto a los grandes Fernando Fernán Gómez, como director y protagonista, José Sacristán o Juan Diego, en la película El viaje a ninguna parte. Después llegó la genial cinta Bajarse al moro de Fernando Colomo en 1988. A partir de ese momento no permaneció en los platós llegando a rodar más de una película por año. En la década de los noventa era el preferido del público y de la profesión. Cada uno de sus papeles iban dejando una huella mayor. En 1994, con Días contados del director Manuel Uribe obtuvo su primer Goya Mejor interpretación masculina protagonista.
Se atrevió con proyectos en los que otros ni siquiera se lo plantearían como en la encantadora y original película de 1996 El perro del hortelano. A las órdenes de Pilar Miró recitó a Lope de Vega en verso, una cinta que estoy deseando volver a ver. En los Fotogramas de Plata de ese año obtuvo el premio Mejor actor de cine.
Carmelo Gómez “era uno de los rostros más solicitados, eficientes y carismáticos del cine español”. Más aún, “dentro de la profesión estaba considerado el modelo de perfección”. Es un “actor de talento innato, disciplinado y versátil, servía para cubrir con garantías cualquier papel dramático e incluso cómico”, escribe un crítico desde una de las principales cabeceras nacionales.
Con el nuevo siglo, el número de proyectos de cine en los que llamaban a Carmelo Gómez fue en descenso. Tras El método, dirigida por Marcelo Piñeyro en 2005, cuya representación le hizo ganar el Goya Mejor interpretación masculina de reparto, fue abandonando el cine para empezar en otro campo que gusta incluso mucho más: el teatro.
Algunas de sus obras yo misma las he disfrutado como La cena (2004), El alcalde de Zalamea (de 2015 a 2016) o Todas las noches de un día (de 2018 a 2022) y he aplaudido de pie un rato largo junto al público. Con otros proyectos ha recorrido España, pasando por el Teatro de la Abadía de Madrid, con A vueltas con Lorca, donde adaptó textos de Federico García Lorca, Miguel de Cervantes y Lope de Vega para dar forma a un monólogo junto al pianista Mikhail Studyonov.
El 25 de enero pasado estrenó en Madrid junto a su compañero de profesión Miguel Hermoso la obra Las guerras de nuestros antepasados, un texto adaptado de la obra original de Miguel Delibes. Ya ha estado en otras ciudades como en Valladolid con una crítica fabulosa. La que escribe atesora su entrada para verlo en directo.
Carmelo Gómez ni mucho menos está desaparecido. Lo que pasa es que le ha cogido el gusto al teatro y a ese contacto tan directo, cariñoso e íntimo con el público que no permite el cine ni la televisión ni las series, tan de moda, por mucha red social que se precie. Tiene su propia web donde se enumeran todas y cada una de sus películas, trabajos y obras de teatro. Es lo mismo, cuando las ha protagonizado o ha permanecido en segundo plano deja claro que actúa como nadie.
A veces publica un post en su propio blog que cuelga de su web. Por ejemplo, cuenta agradecido y feliz la experiencia de representar sus obras en pequeños teatros de pueblos en los que nunca había estado. Sus trabajadores y sus gentes comparten su espacio con él y con los suyos y les hacen sentirse como si llevaran allí toda la vida. Así, para Carmelo, cada una de sus representaciones se transforma en única e inolvidable.