Con una carrera marcada por el prestigio y el récord de contar con tres premios Oscar, Daniel Day-Lewis es un referente ineludible en el mundo de la interpretación. El protagonista de grandes títulos como 'El último de los mohicanos' o 'Petróleo sangriento', se despidió de la actuación en 2017 y, aunque su nombre ya no figure en la cartelera, su legado y el interés sobre su figura se mantiene intacto.
Day-Lewis siempre fue famoso por tomarse muy en serio cada uno de sus trabajos, al punto de forzar su cuerpo hasta el límite, con tal de comprender aquello que le sucedía a sus personajes. Por ejemplo, en el rodaje de 'El último de los mohicanos' aprendió a comer solo lo que cazaba y buena parte de su dieta consistió en aprender a despellejar y cocinar a la intemperie a los animales que atrapaba. O en 'Pandillas de Nueva York' llegó a enfermarse de neumonía por querer vestir solo las ropas de ese período histórico, completamente negado a abrigarse con prendas actuales.
De los platós cinematográficos a ceremonias de entrega de premios, Day-Lewis se ha convertido en uno de los mejores actores de su generación. Pero el glamur de Hollywood, la fama y los contratos millonarios contrastan mucho con su vida en las colinas ondulantes y las montañas moteadas por el brezo del condado de Wicklow, en Irlanda.
Actualmente, el intérprete vive pleno sin la necesidad de las grandes luces o las alfombras rojas. Nunca lo distrajo la fama, y por ese motivo, se encuentra lejos, no solo del cine, sino también del folclore de la industria. Day-Lewis, de hecho, está literalmente muy lejos de Hollywood, y comparte sus días con su esposa Rebecca Miller -hija del dramaturgo Arthur Miller- en Wicklow, un condado irlandés que se ubica a poco más de cuarenta kilómetros de Dublín.
El actor se casó con Miller en 1996, poco después de dar por finalizada su relación con la actriz Isabelle Adjani (con quien tuvo a su primer hijo, Gabriel-Kane Day-Lewis). Junto a su segunda esposa es padre de Ronan Cal, de 22 años, y Cashel Blake, de 19. Ahora, en ese pequeño pueblo irlandés en el que decidió echar raíces, Day-Lewis se dedica a otras de sus pasiones, como la carpintería y el boxeo, que le permiten encontrar esa paz interior que, irónicamente, no halló durante el proceso que lo convirtió en una leyenda del cine.
Conocido como el 'Jardín de Irlanda', el condado es famoso por su paisaje principalmente rural de pueblos dignos de postal, colinas cubiertas de tejos y ruinas de la Alta Edad Media. Day-Lewis vive junto al pueblecito de Annamoe, cerca del famoso y bello monasterio de Glendalough.
El propio actor declaró que, entre otros motivos, eligió Wicklow porque allí puede llevar una "vida tranquila". Pero eso no significa que no cuente con el respeto de toda la comunidad. Day-Lewis es un patrocinador de la fundación Wicklow Hospice y fue la primera persona a la que se otorgó el honor de la 'Libertad del condado de Wicklow' ('Freedom of County Wicklow') en 2009. En su discurso de agradecimiento, explicó que se había sentido totalmente absorbido por la nobleza de las montañas de Wicklow a su alrededor. "Este es el lugar que me sostiene", explicó Day-Lewis, que añadió. "He echado raíces aquí. Es un refugio donde me recupero".
El actor británico interpretó el que fue su último papel en 'El hilo invisible', una película de Netflix, dirigida por Paul Thomas Anderson se realizó en 2017. La razón de apartarse por completo de la profesión que lo llevó al estrellato la dio él mismo cuando dijo que el personaje de Reynolds Woodcock, el diseñador que interpreta en 'El hilo invisible', le provocó una depresión muy profunda.
En el filme de Anderson, Day-Lewis se pone en la piel de un diseñador de alta costura de Londres de los años 50 que vive atrapado entre su éxito profesional y su vacío existencial. El mismo actor admitió que, si bien venía filmando de manera esporádica y últimamente dejaba pasar un par de años entre película y película, antes de 'El hijo invisible' no tenía en mente abandonar la profesión.
En una de las pocas entrevistas que dio meses después de concluir el rodaje, a la revista W Magazine, el actor aseguró: "Al terminar, tanto Paul (el director) como yo nos sentimos inundados por un enorme sentimiento de tristeza, que nos agarró por sorpresa. Hasta ese momento, ninguno de los dos fuimos conscientes de lo que habíamos creado. Fue duro y todavía lo es", contó entonces.