007, licencia para citar: repasamos las frases míticas que nos ha dejado James Bond
Tiene licencia para matar y para hacerse el listo delante de los camareros
Una pistola Walther PPK y un Martini con hielo mezclado, no agitado. No hace falta más para cosernos a la pantalla y hacerle ojitos a James Bond. El espía al servicio de su Majestad ha tenido durante décadas un arma debajo del colchón, sábanas recién lavadas para las sesiones de gimnasia lúbrica y un lugar en nuestra memoria sentimental. Es imposible verlo morir. Solo cambia de cuerpo.
Gracias sobre todo al cine, 007 es un mito tan deslumbrante y gigantesco que la cultura pop ya se ha encargado de hacerle adaptarse a los nuevos tiempos y quitarle el tabaco (desde 2014 no fuma en ninguna película), cambiarle el Aston Martin por uno más moderno, proporcionarle un esmoquin siempre blanco o negro para las fiestas con villanos tuertos y señoritas, salvarlo de la muerte inminente por Deus Ex Machina (en alguna trampa mortal con gases tóxicos); y hasta hacer que lo persigan dos esquiadores repeinados con con uzis por la falda de una colina nevada. Sorpresa: Bond sobrevive, los esquiadores no; ni sus conquistas, que suelen quedar epatadas y sin derecho a réplica por decisión de guion.
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Licencia para matar... y para citar
No importa qué actor lo encarnara (salvo quizás George Lazenby o Timothy Dalton, indignos aspirantes), casi todas sus películas han tenido una perla, una frase mítica donde Bond atacaba y desarmaba a sus enemigos o a ese cuerpo estereotipado y luctuoso al que interpretara la chica de turno, casi siempre sin muchas luces, como mandaban los cánones patriarcales de la época hasta que las cintas dieron la réplica con personajes femeninos algo más empoderados.
Mi nombre es Bond… James Bond.
La que pronunció por primera vez en ‘007 Contra el Doctor No', la más recordada, un mantra que se ha repetido en muchas otras películas en los casi setenta años que van desde que Ian Fleming le dio su primera novela.
Otra frase acompaña a la primera en un baile letal: la del Martini (‘mezclado, no agitado, por favor’), sin desmerecer a ‘Los dos ceros que lleva en su número significan licencia para matar, no para morir’, que dan fuste a la figura. Frío y letal.
Se suele bordar el asunto con un coche que serpentea por un acantilado o algún paisaje deslumbrante de Jamaica, Japón, Maldivas.
Ponga las dos manos en el volante, soy un pasajero muy nervioso.
Con su preferencia por los bares, los casinos y las embajadas, Bond pedía su copa mítica y se presentaba como ese misterioso sujeto al que cualquiera, incluso el camarero, intentaba liquidar en algún punto de la cinta. O salía por piernas de una alcoba de forma intempestiva, como en la delirante y un poco kistch 'La espía que me amó' (1977), en la etapa de Roger Moore.
En una de las escenas más recordadas, James recibe un mensaje vital de la agencia a través de su reloj, que lo imprime en una tira de papel. Después tiene que marcharse a toda prisa mientras una mujer desnuda casi se santigua.
-Pero James, ¡te necesito!
-También Inglaterra
En algunas películas encontramos un Martini más rancio en su tono con las mujeres. Un bond masculino como una roca, sin taras visibles, sin perder la elegancia, que mata fríamente y hace el amor con un bisturí venenoso entre las piernas. Por esas cintas siempre ronda una dama semidesnuda, y entre cigarro, copa y desnudo, Bond habla a latigazos, a medio camino entre el castigador y el hombre que no sabe ni freír un huevo.
¿Por qué las chinas tenéis distinto sabor que las otras chicas? Sois diferentes, como el pato de Pekín es distinto del caviar ruso, pero las dos cosas me encantan.
James Bond siempre tiene tiempo para aclarar las cosas, sea a su enemigo con mandíbula de hierro, una asesina a sueldo que trata de asfixiarlo con las piernas en forma de tijera, en ‘Goldeneye’, o alguien que simplemente pasaba por ahí.
A veces, ha sabido epatarnos con ironía, como en una escena de ‘Goldfinger’.
-¿Por qué llevas siempre pistola?
-Tengo un ligero complejo de inferioridad
Es probable que Roger Moore fuera el actor que más frases míticas se llevó a la cama. Siempre parecía listo para desvestir a una mujer con la que hacía unos segundos se había peleado, como en Octopussy.
De las últimas cintas del agente 007 quedan algunas perlas estupendas que dignifican la ironía de un personaje siempre a punto de licuarse en su propio mito o sus escarceos con el cliché del agente siempre guapo, siempre retóricamente imbatible como un senador romano, siempre sin excesiva humanidad. Las últimas películas dejan hueco para leves trazas de alcoholismo, vulnerabilidad y oscuridad interior. Ahí Bond solo quiere que acunen (Eva Green en 'Casino Royale'). Sufre, sufre mucho.
–Todo el mundo necesita un hobby.
–¿Cuál es el tuyo?
–Resucitar.
Los últimos años, sus creadores han sabido hacer que Bond se ría y se rían de él. 'Skyfall', una de sus últimas películas, interpretada ya por el británico Daniel Craig, es un buen ejemplo.
–Un arma y una radio. Habéis tirado la casa por la ventana.
–¿Qué esperabas? ¿Un bolígrafo explosivo? Ya pasamos de esos chismes.