Cuando Jodie Foster entró en la universidad de Yale para estudiar literatura inglesa hizo todo lo posible por pasar desapercibida. Era 1980 y la actriz, con 18 años, había trabajado en casi 50 series y películas desde Disney ('Napoleón y Samantha', 'El pequeño fugitivo', 'El secreto del castillo') hasta Scorsese ('Alicia ya no vive aquí', 'Taxi Driver'). Durante el primer curso vivió una ilusión de anonimato en las clases, en los partidos de tenis y en las fiestas de estudiantes hasta que una tarde un amigo le gritó desde el otro lado del pasillo “oye, ¿te has enterado de lo de Reagan?”.
El hombre que había disparado al presidente de Estados Unidos era John Hinckley y llevaba meses enviándole cartas de amor a Jodie Foster. La política y la cultura pop llevaban años flirteando (con la campaña mediática de Kennedy y sus escarceos con Marilyn Monroe; o con la propia victoria de Reagan, una antigua estrella de Hollywood) pero nunca de forma tan siniestra. Toda la nación, que estaba empezando a olvidarse de aquella niña prodigio, compadeció a la pobre víctima indirecta del disparo y culpó, una vez más, al cine de la violencia sistémica en la sociedad: en 'Taxi Driver' el personaje de Robert De Niro se enamoraba de Jodie e intentaba atentar contra un senador candidato a la presidencia, lo cual en teoría inspiró al magnicida frustrado John Hinckley.
Un compañero de clase de la actriz, con el que ella no había intercambiado palabra jamás, le contó a la revista People todo lo que Foster había hecho durante su primer curso de universidad y la describió como una persona “fría como un pepino”. Y así fue como, en medio de una pesadilla pública, Jodie Foster se dio cuenta de que no había conseguido ser anónima ni un solo día en Yale.
El anhelo de Foster por tener una vida normal choca contra el hecho de que ella, literalmente, no sabe lo que es una vida normal. Empezó a trabajar en anuncios con tres años, en series de televisión a los cinco y en cine a los ocho: antes de empezar la escuela primaria ya mantenía económicamente a su madre divorciada y a sus tres hermanos. Con 13 años presentó tres películas en el festival de Cannes ('Taxi Driver', 'Bugsy Malone, nieto de Al Capone' y 'La muchacha del sendero'), donde causó sensación hablando en francés fluido. Jodie era tan famosa que cuando se reunió con el objeto de su tesis doctoral con la escritora ganadora del Pulitzer y del Nobel Toni Morrison, se registró con su verdadero nombre (Alicia) y a Morrison “casi le dio un infarto” cuando vio a la estrella de cine entrar por la puerta.
La publicación en el New York Times de una carta de John Hinckley, el agresor de Reagan, explicando que se había sacrificado cometiendo el crimen definitivo para así ganarse el corazón de Jodie traumatizó tanto a la sociedad norteamericana que la actriz acabó dando una rueda de prensa y testificando ante el FBI para jurar que jamás había interactuado con Hinckley. “Jodie sigue con su vida como si nada fuera de lo normal le hubiera ocurrido”, escribía el psicópata en su carta abierta, “sigue manteniendo las distancias conmigo y me atormenta con su silencio, he dado mi vida por ella y no le importa. Sí, ahora ella sabe quién soy como todo el mundo civilizado sabe quién soy. ¿Pero sirve de algo? Yo quería el amor de Jodie, no la infamia eterna”. Una tarde lluviosa, al salir del rodaje de una película, Foster regresaba a casa lesionada, un fotógrafo la persiguió y ella acabó resbalando y llorando en el suelo. “¡La he pillado!”, exclamó el paparazzi entre risas. Jodie Foster nunca estuvo tan lejos de una vida normal como aquella tarde.
“Jodie Foster podrá continuar ignorándome descaradamente durante el resto de su vida”, concluía Hinckley, “pero he causado una impresión en esa jovencita que jamás desaparecerá de su cabeza. La he convertido en una de las actrices más famosas del mundo”. Sin embargo, Foster necesitó solo una década para forjarse una fama propia basada en su trabajo: dos Oscar antes de cumplir 28 años por dos películas seguidas ('Acusados' y 'El silencio de los corderos') y el dicho popular en Hollywood de que todas las actrices de la industria tenían que conformarse con los papeles que Jodie Foster no quería aceptar.
Otra broma recurrente en Hollywood era la obstinación de la actriz por convencer a sus directores de hacer cambios en sus personajes. Para 'Acusados', insistió en que el conflicto sería más interesante si la víctima de una violación en grupo era una chica ligera de cascos, bebedora y de clase baja (para que así el fiscal tratase de desmontar su caso acusándola de haber ido a aquel bar “provocando y buscándoselo”) en vez de una ciudadana modelo y una víctima perfecta.
“Si no arriesgas” explicaba Foster sobre un personaje que habían rechazado docenas de actrices, “nunca llegarás a nada mejor que la mediocridad”. Después no tuvo reparos en contar cómo el productor de la película había examinado su cuerpo antes de contratarla para asegurarse de que no estuviese gorda, porque según ella explicaba resignada “los actores somos objetos”. Cuando ganó el Oscar, en vez de aprovechar para protagonizar una superproducción que le asegurase la jubilación, utilizó su recién adquirido prestigio para dirigir su primera película. 'El pequeño Tate' contaba la historia de un niño prodigio y su conflictiva relación con su madre y con su talento: Tate desea desarrollarlo hasta su máximo potencial, pero también quiere ser un niño normal.
Brandy Foster, una "madre de la artista” de manual, controló la carrera de su hija durante sus primeros años y la asesoró desde un segundo plano a partir de que cumpliese la mayoría de edad. Jodie llegó a dejar de hablarla cuatro meses mientras rodaba 'Nell' solo porque Brandy se había opuesto al look que su hija había decidido para el personaje (pelo largo, oscurecido y lacio). En la cima de su carrera, Foster confesaba que su máxima aspiración artística era ser comprendida y aceptada, mientras que a nivel personal seguía empeñada en llevar una existencia lo más corriente posible: no tenía asistente, cocinaba todos los días, llevaba su propia ropa a la tintorería, recogía sus paquetes de correos y hacía la compra antes de volver a casa para alquilar una película y verla en el sofá. Su vida no era normal en absoluto pero ella, como buena actriz, actuaba hasta que al menos lo pareciese.
En el cine, Jodie Foster se fue especializando en personajes oscuros, como la Clarice Starling de 'El silencio de los corderos' que Meg Ryan y Michelle Pfeiffer habían rechazado por lo truculento del guion, y consiguió ser la actriz de moda en base exclusivamente a su talento. Se empeñó en hacer dos personajes que eran hombre en el guion original ('Plan de vuelto: desaparecida' y 'Elysium'), rechazó volver a ser Clarice Starling en 'Hannibal' porque no creyó verosímil la tensión sexual resuelta entre ella y Lecter que proponía esta secuela y, poco a poco, fue trabajando en menos películas. Cuando protagonizó 'La extraña que hay en ti', un thriller de venganza crudo, áspero y deprimente, culminó una carrera que se parecía más a la de su compañero en 'Taxi Driver', Robert de Niro, que a la de cualquier otra “chica de la película”.
Mucha gente no volvió a saber de Jodie Foster hasta su discurso en los Globos de Oro de 2013. En él salió del armario (aunque ya había mencionado a su pareja durante 15 años, Cydney Bernard, a la que conoció en el rodaje de 'Sommersby'), anunció lo que muchos entendieron como su retirada y envió un mensaje a su madre, que sufría demencia. “Sería imposible que yo estuviese aquí sin reconocer a uno de los grandes amores de mi vida y a la heroica madre de mis hijos, mi excompañera en el amor pero alma gemela y hermana. Esto parece el final de una era y el principio de algo diferente. Da miedo y es emocionante, nunca voy a volver a pisar este escenario. O cualquier otro. A mi madre, sé que estás ahí detrás de esos ojos azules. Hay tantas cosas que no entenderás esta noche pero esta es la única con la que te tienes que quedar: te quiero, te quiero, te quiero. Espero que al decir esto tres veces estas palabras entren mágicamente en tu alma y te llene de alegría saber que lo hiciste bien en esta vida. Eres una madre maravillosa. No olvides esto cuando estés lista para irte”.
Poco después de aquella gala, Foster conoció a la fotógrafa Alexandra Hedison y se casaron a principios de 2014. Hoy viven juntas con los dos hijos que Foster tuvo con su expareja, de 17 y 21 años, en una vida que la actriz asegura que “daría para el reality show más aburrido del mundo”. Aunque le va a resultar imposible alcanzar esa normalidad que nunca ha llegado a conocer, su determinación a proteger su vida privada y a salir del armario en sus propios términos (ya en 1991 varias revistas LGTB trataron de sacarla a la fuerza) le han permitido construir su propia normalidad. Quizá no sea tan corriente como a ella le gustaría, pero es solo suya. Al final de su discurso en los Globos de oro prometió seguir contando historias, aunque no fuese en los multicines, para que sigan dejando testimonio de su paso por el mundo: “Que recuerden que Jodie Foster estuvo aquí. Aún lo estoy y quiero ser vista y ser comprendida, profundamente, para no estar tan sola. Gracias a todos por vuestra compañía. Brindemos por los próximos 50 años”.
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