A Russell Crowe le gusta contar una anécdota de la época en la que, recién cumplidos los 20 años, trabajaba como camarero. Él trató de meterse en el bolsillo a una clienta comportándose como cualquier turista esperaría que se comportase un australiano en los años 80: como Cocodrilo Dundee. Insolente, brusco y encantador. Así que cuando la clienta pidió un descafeinado, Russell le trajo un vaso de agua hirviendo y ella se quejó, él le espetó "señora, cuando descafeinamos algo en Australia no tocamos los cojones". Porque según él explicaba años después, "en la Nueva Zelanda de 1986 un descafeinado era agua caliente con una cucharada de Nescafé, no existían todas esas opciones de latte y espresso". Una hoja de reclamaciones después, Russell estaba despedido y seguía sin entender por qué. Al fin y al cabo, le había dado a esa clienta una experiencia australiana inmersiva.
Esta anécdota resume el carácter de Crowe y su complicada imagen pública: se comporta como el personaje que cree que el público espera de él, supuestamente en broma, pero la gente lo acaba percibiendo como un grosero. Y por eso el que fue durante una década el actor favorito del planeta ha acabado pasando a la historia como el tipo con más mala hostia de Hollywood. Tanto le llamaron bruto que acabó creyéndoselo.
De joven Crowe soñaba con ser famoso y cuando iba caminando por la calle se imaginaba a los desconocidos gritando su nombre. Su primera vocación fue la música y, bajo el nombre artístico Russ le Roq, grabó canciones con títulos como "Yo solo quiero ser como Marlon Brando". A mediados de los 90 sus primeros papeles en Hollywood sembraron lo que acabaría estableciéndose como "el cine de Russell Crowe": tanto en 'Rápida y mortal', en la que interpretaba a un rudo predicador en el salvaje oeste, como en 'L. A. Confidential', donde hacía de policía traumatizado desde niño por el asesinato de su madre y obsesionado con salvar a damiselas en apuros, Crowe encarnaba al arquetipo del bruto sensible. Una mezcla perfecta entre Bruce Willis y Tom Hanks. Cuando le aseguraba a Kim Basinger "es usted más guapa que Veronica Lake" no se trataba de un órdago para ligar sino de una opinión honesta. Crowe reincidió en esa integridad sin ambages en 'El dilema', 'Gladiador', 'Una mente maravillosa', 'Prueba de vida', 'Master and Commander' y 'Cinderella Man'. En aquellas películas personificaba valores pasados de moda en un tipo de cine que también estaba a punto de pasar de moda. El de la película importante. La película con principios. La película de Russell Crowe.
Hollywood respondió a este fenómeno: en solo siete años, cinco películas de Crowe casi consecutivas lograron la nominación al Oscar a la mejor película; él se convirtió en el sexto actor de la historia en conseguir tres nominaciones seguidas; y el segundo en protagonizar dos ganadoras de mejor película consecutivas ('Gladiator' y 'Una mente maravillosa', algo que no ocurría desde 1943 cuando Walter Pidgeon protagonizó 'Qué verde era mi valle' y 'La señora Miniver'). Y fue Máximo Décimo Meridio, claro, el personaje que más caló en la cultura popular. El general romano embarcado en una misión de venganza, nobleza y dignidad adquirió un estatus en la sociedad equiparable al de un líder político o un ídolo del deporte (la banda sonora de 'Gladiator' sigue siendo, junto con la de 'Braveheart', la predilecta en los reportajes televisivos sobre fútbol). Su presencia física y su sensibilidad evocaban virilidad en el sentido más histórico del término, tal y como la describe el libro de ensayos 'Historia de la virilidad': "Lo viril no es solo lo masculino, es mucho más. Es un ideal de poder y virtud, de autoconfianza y madurez, certidumbre y dominación, coraje y grandeza acompañados de fortaleza y vigor". A propósito de esta definición, el historiador Josh Rothman utiliza 'Gladiator' para ejemplificar la diferencia entre virilidad y masculinidad. "Al ver la película, enseguida reconocemos que Máximo (tranquilo, templado, mortal) representa el ideal de la virilidad; mientras que el emperador Cómodo de Joaquin Phoenix es fuerte, sexy, inteligente e indudablemente masculino, pero sus pasiones lo controlan y le llevan en direcciones poco deseables. Es una figura familiar: un hombre que representa los peligros de la masculinidad despojada de virilidad", analiza Rothman.
Coincidiendo con la irrupción de un nuevo modelo de hombre, el metrosexual (vulnerable, preocupado por su físico, obsesionado con la superficialidad), Russell Crowe representaba una fantasía masculina clásica y atemporal. En pleno triunfo de 'Gladiator' aseguraba que el logro del que se sentía más orgulloso aquel año era haber repoblado cuarenta hectáreas de árboles en su rancho. "Una revista dijo que siempre viajo con sábanas de algodón egipcio" criticaba el actor, "¿Qué coño es el algodón egipcio? ¿Y por qué iba a viajar yo con mis propias sábanas? Una sábana es una puta sábana". En el cine, Crowe era un héroe literal. No de los que hacen chascarrillos sarcásticos durante sus peleas sino de los que actúan con integridad porque no se planten otra forma de vida. Y así fue cómo se convirtió en una estrella (despertando además un curioso fenómeno fan entre las espectadoras de mediana edad) y en una garantía de calidad: si Russell Crowe aparecía en una película, el público asumía que era buena. Pero la vida real, como siempre, acabó arruinando la fantasía.
Durante el rodaje de Prueba de vida Meg Ryan dejó a su marido Dennis Quaid, tras nueve años de lo que a la prensa le encantaba llamar "el matrimonio más estable de Hollywood", para iniciar un romance con Russell Crowe. En vez de responsabilizar a Crowe o acusarlo de "destrozahogares" (como cinco años después se haría con Angelina Jolie), la opinión pública la tomó contra Ryan. La "Novia de América" oficial, un título que se había forjado a golpe de comedia romántica, se había dejado llevar por un calentón con un maromo australiano.
Tras seis meses de relación la actriz rompió con Crowe, agobiada por la velocidad con la que él pretendía formalizar su relación. Él la asediaba con regalos (desde un cachorrito a un Buick vintage) y ella declinó su invitación de asistir juntos a los Globos de oro de 2001. Pero la carrera de Meg Ryan jamás se recuperaría de aquel escándalo. Especialmente cuando, en vez de replegarse y volver a sus papeles de pizpireta enamoradiza, decidió rebelarse y protagonizar el thriller erótico 'En carne viva', donde aparecía desnuda y manteniendo relaciones sexuales en todas las posturas posibles. La imagen de Crowe, por el contrario, no sufrió ni un rasguño. Se casó con su novia australiana de toda la vida, Danielle Spencer, en una ceremonia celebrada en el rancho que el actor tiene a las afueras de Sidney. El terreno, de 5.6 km2, incluye varias residencias y una capilla donde tuvo lugar la ceremonia. Crowe se puso a llorar mientras recitaba sus votos, tal y como haría cualquiera de los brutos sensibles que interpretaba en el cine, y los festejos duraron cuatro días: partidos de cricket en el campo privado del rancho, un karaoke con canciones de ABBA y una escolta policial para protegerlos de los paparazzi que sobrevolaban el terreno en helicópteros. Entre los invitados que enviaron mensajes de felicitación para disculparse por ausencia estuvieron Elton John, Catherine Zeta-Jones, Sting y George W. Bush.
Quien no estuvo invitado fue Michael Jackson. En aquella época el cantante, según contaría Crowe, se obsesionó con el actor y averiguaba en qué hotel se estaba alojando y qué seudónimo estaba empleando. Jackson solía llamar a su habitación y preguntar si estaba el señor Pared. "¿Y la señora Pared?" insistía. Ante la negativa exasperada de Crowe, Jackson exclamaba "¿Pero cómo se sostiene el techo entonces, si no hay paredes?".
La popularidad de Russell Crowe a principios de los 2000 era tal que Al Qaeda lo señaló como uno de sus objetivos principales como parte de un plan de desestabilización cultural que consistía en liquidar a los mayores ídolos americanos. "A día de hoy sigo sin saber a qué coño venía aquello. Un día aterricé en Los Ángeles, llegué al hotel y me encontré con unos agentes del FBI que a partir de entonces me acompañarían durante dos años. Recuerdo ir a los Globos de oro con 16 agentes a mi alrededor y la gente, claro, decía 'miradle, se cree que es el puto Elvis'", lamentaba Crowe. En una reacción poco habitual, el FBI confirmó que existían motivos para creer que Al Qaeda tramaba secuestrar a Russell Crowe. "Yo pensaba 'tíos, si queréis secuestrarme más os vale traer una mordaza porque voy a convenceros de que dejéis de creer en las filosofías en 24 horas. E incluso aunque traigáis mordaza, a lo mejor me la como'" bromeaba el actor.
Crowe asegura que su forma de expresarse ("directa y honesta") a menudo da la impresión de que es "arrogante y maleducado". "Ser famoso era divertido al principio. No traía ninguna presión real. Solo significaba que cuando iba a un restaurante el camarero se alegraba de verme. Si iba a un hotel me ponían en una habitación mejor. Pero ['Gladiator'] llevó mi fama a otro lugar, donde yo ya no podía ser yo mismo. En aquella época creía estar haciendo lo correcto al mostrarme reservado y humilde, pero no se interpretó así" lamentaba el actor recientemente.
Lo cierto es que la mala relación del actor con la prensa viene desde sus primeros papeles en los 90. En 1993 una revista australiana aseguró que "de repente todo el mundo cuenta historias sobre lo gilipollas que es Russell Crowe" y describió cómo una periodista norteamericana lo entrevistó y él se pasó la entrevista leyendo el periódico. Acabó marchándose porque se estaba aburriendo. (La periodista en cuestión trabajaba en el New York Post y era la directora del círculo de críticos de Nueva York). Cuando la revista Time lo sacó en portada con motivo del estreno de 'Master & Commander' en 2003, arrancó el reportaje describiéndolo como "un hombre que da la impresión de ser un tarugo, un crowe-mañón primitivo y uno de los mayores imbéciles del mundo". "Crowe es definido por los que han trabajado con él como 'un perfeccionista'" continuaba el reportaje, "lo que en Hollywood es un eufemismo de 'gilipollas'". "Puedo olerlo a un kilómetro y medio. Cuando un periodista solo me hace preguntas para colocarme en una pequeña caja donde ya ha decidido que voy a estar" criticaba el actor respecto al reportaje de Time.
La actitud hostil de Crowe hacia los periodistas se vio agravada durante el acoso mediático que sufrió cuando salía con Meg Ryan. Pero él no solo arremetía contra los tabloides, sino con la prensa en general. "Si alguna vez quiero torturar a alguien, lo pondré en una habitación para que tenga que responder las mismas preguntas de una persona nueva cada tres minutos durante días y semanas" explicaba respecto a las largas jornadas promocionando sus películas. Este desprecio público, unido a su tendencia a montar broncas en bares, empezó a perjudicar la imagen del actor. A mediados de los 2000 llegó a existir un grupo de MySpace llamado "Russell Crowe es un imbécil" dedicado a compartir noticias que demostrasen... que Russell Crowe era un imbécil. El actor siempre ha hecho ver que no le importa lo que nadie piense de él y ha mostrado su indiferencia hacia los medios de comunicación. Pero por otro lado, hay pistas de que vive obsesionado con conseguir la aprobación de la opinión pública, siquiera porque su carrera (y su imagen noble) depende de ella.
En 2006 el periodista australiano Jack Marx contó cómo Crowe se había puesto en contacto con él para que le ayudase a promocionar la música de su grupo de folk-rock, 30 Odd Foot of Grunts. Según Crowe, la prensa albergaba prejuicios contra su carrera musical por culpa de su fama como estrella de Hollywood. El periodista describía el cortejo al que el actor lo sometió durante meses: largos paseos por el campo, invitaciones a su rancho y conversaciones confesionales de madrugada. Pero al final Marx descubrió que Russell estaba haciendo lo mismo con varios periodistas a la vez, que lo había hecho muchas veces antes y que seguiría haciéndolo con una estrategia muy clara: meterse en el bolsillo a periodistas de los medios más influyentes para después concederles entrevistas exclusivas, que escribiesen artículos favorables y que rehabilitasen esa imagen pública de tipo impertinente, hosco y agresivo. Pero esta operación de lavado de imagen se topó con una mancha de las que no salen por mucho que se froten: un escándalo, tan estúpido como indignante, en el que Crowe le tiró un teléfono a la cara a un recepcionista.
En junio de 2005 acababa de estrenarse 'Cinderella Man', donde Russell Crowe interpretaba a un bruto de buen corazón que se habría camino de la pobreza a la gloria durante la Gran Depresión gracias a su talento como boxeador. El actor se había enamorado tanto de ese guión que convenció al productor Harvey Weinstein de que lo comprase. Para devolverle el favor Crowe llamó personalmente a la periodista del New York Times Sharon Waxman, que en 2004 estaba investigando los rumores de abusos sexuales contra Weinstein, para asegurarle que el productor era inocente.
En la vida real la brutalidad de Crowe no resultó tan glamourosa, ni desde luego tan inspiradora, como en sus películas. Cuando la madrugada del 6 de junio bajó a la recepción del Hotel Mercer a quejarse porque el teléfono de su suite (de 2600 euros la noche) no funcionaba, se topó con un recepcionista que no satisfizo su reclamación. "Sí, sí, ahora voy" le dijo el pobre incauto. Crowe entró en cólera y le tiró el teléfono a la cara. La víctima sufrió una laceración en el pómulo y, cuando llegó al policía, el actor se mostró sobrio y cooperativo.
La imagen de Russell Crowe esposado y caminando hacia la comisaría escoltado por dos policías dio la vuelta al mundo. El incidente en sí tampoco resulta tan escandaloso, se trata de un altercado violento perpetrado por un hombre con muy mal carácter que no está acostumbrado a que la gente no haga exactamente lo que él quiere. Pero la noticia se sobredimensionó por tres factores: los agentes se negaron a sacarle del hotel por la puerta de atrás (la policía de Nueva York a menudo utiliza los arrestos de celebridades como castigos ejemplificadores para la sociedad), la prensa online estaba fuera de control tras el éxito de blogs de cotilleos como Perez Hilton (y además le tenían ganas a Crowe, tras años de impertinencias) y la agresión chocaba de lleno con la imagen de nobleza, integridad y valores que el público tenía de Russell Crowe. No se trataba del clásico altercado a la salida de un bar. Se trataba de un tipo de agresión que cualquier ciudadano identifica: la del señor con poder, sin empatía y convencido de que puede tratar a todo el mundo como si fuese inferior a él. Y además, durante aquel paseo a la comisaría Crowe llevaba una chaqueta con el logo de 'Cinderella Man'. Y en contra del dicho, quizá no toda la publicidad sea buena publicidad.
Russell Crowe compartió sala en el juzgado con un hombre acusado de apuñalar a otro en la estación de autobuses y con otro acusado de intento de agresión sexual en Harlem. La defensa del abogado del actor se basaba en el jet lag, en la frustración que había sentido al no poder comunicarse por teléfono con su esposa y en la actitud insolente del recepcionista. "Russell me explicó que la prensa había sido injusta con él" escribió Jack Marx respecto a una de sus conversaciones personales, "Y también había sido injusto el conserje [a quien Crowe indemnizó con 85000 euros para evitar ir a juicio], que no mostró ninguna intención de quitarle hierro al asunto. Según Russell, había sido humillante tener que demostrar remordimientos en público cuando lo único que lamentaba era haberse metido en problemas. El recepcionista le había dicho 'sí, sí, ahora mismo'. Unas palabras que para Crowe constituían 'el insulto más bajo' que alguien puede pronunciar, porque significa 'no eres nada para mí, no importas'. Y si vas a soltarle esas palabras a otro hombre en estos tiempos tan tensos, decía Crowe, más te vale tener preparados los puños". El actor se refugió en su rancho y tuvo su segundo hijo, Tennyson (el primero, Charles, había nacido en 2003), mientras esperaba a que pasase la tormenta mediática.
En realidad aquella no era la primera vez que Crowe se metía en líos. En los 90 le dio un cabezazo a otro actor mientras ensayaban una obra de teatro en Australia y el resto del equipo tuvo que reducirlo para que no fuera a más. En 1999 un vídeo del actor liándose a puñetazos (con bastante torpeza) se filtró a la prensa y en 2002 'South Park' dedicó un episodio entero a parodiar la mala hostia que gastaba la entonces estrella de moda. En 2003 Crowe le gritó una sarta de improperios al productor de la gala de los premios Bafta cuando cortaron su intervención en homenaje a Richard Harris, sin saber que su discurso no pudo emitirse porque incluía un poema y recitarlo en televisión violaría los derechos de autor. Más recientemente, en 2016, la rapera Azealia Banks acusó al actor de gritarle insultos racistas, agarrarla por el cuello y escupirla. Russell, por su parte, se limitó a señalar que echó a Banks porque estaba amenazando con rajarles el cuello a los invitados de su fiesta. Según confirmó el rapero RZA, Banks había empezado a montar un espectáculo en la suite de Crowe quejándose de lo aburrida que estaba con tantos hombres blancos y el actor reaccionó echándola de la fiesta y escupiendo "en su dirección" más que contra ella.
Pero al margen de estas broncas, fue el percance con el teléfono lo que se quedó en la memoria del público. Como Tom Cruise saltando sobre el sofá de Oprah, Mel Gibson insultando a un policía o Jennifer Lopez asegurando su trasero en un millón de dólares, hay historias que, sencillamente, resultan más memorables que otras y se adhieren a la biografía de sus protagonistas para siempre. Una mala gestión de relaciones públicas o un día sin más noticias comentables magnifican la repercusión del incidente hasta acabar damnificando la popularidad de la estrella: una anécdota se convierte en una historia y esa historia se convierte en un rasgo del carácter de su protagonista.
Existe una grabación de Christian Bale liándose a gritos con el equipo de 'Terminator Salvation' y dando patadas al mobiliario del set porque un iluminador había hecho ruido al caminar mientras él intentaba concentrarse. En otra ocasión Bale tuvo semejante bronca familiar que su propia madre y su hermana le pusieron una orden de alejamiento. Y absolutamente nadie se acuerda. Nadie percibe a Bale como un hombre violento. Pero en el caso de Russell Crowe, el telefonazo se quedó para siempre como una nota al pie en su biografía. 'Cinderella Man' se estrenó en plena tormenta mediática por el incidente y fracasó en taquilla, recibió críticas tibias y consiguió solo tres nominaciones al Oscar (secundario, fotografía y montaje). Desde entonces la carrera de Russell Crowe ha seguido adelante con (un par de) éxitos ocasionales, pero lejos de aquel prestigio que lo convirtió en un ídolo de masas. Sus dos mayores fracasos post-telefonazo han sido, precisamente, los que intentaban restituir su imagen de héroe de otra época: 'Noé' y 'Robin Hood'.
El mayor éxito reciente de Russell Crowe ha sido, sin embargo, divorciarse. En 2018 celebró una subasta en Sotheby's titulada "El arte del divorcio" para conmemorar el final de su matrimonio, en el que habría sido el 15º aniversario de su boda (y su 54º cumpleaños). Resulta paradójico que alguien que asegura detestar la fama monte un evento público en torno a su separación matrimonial, pero lo cierto es que la prensa esta vez se rindió ante el carismático descaro de la iniciativa. En la imagen promocional del evento, el actor lucía un esmoquin y una media sonrisa socarrona mientras acercaba un vaso de whisky a la cámara como brindando con el público por su nueva soltería. La subasta se emitió en directo por Facebook, lo cual atrajo la curiosidad de cientos de miles de personas porque los lotes subastados, en pos de una organización benéfica, incluían 'memorabilia' de sus rodajes: la coquilla de 'Cinderella Man' (vendida por 5500 euros), la armadura de 'Gladiator' (129000 €), el traje morado de 'Virtuosity' (1533 €), un carruaje de 'Gladiator' (67300 €), una de las chaquetas con el logo de 'Cinderella Man' como la que llevaba en su arresto (828 €), el uniforme 'Master & Commander' (11900 €) o el chaleco azul de 'Los miserables' (12300 €).
Al terminar la subasta, Crowe agradeció en Twitter la participación de sus admiradores: "Más de tres millones de euros recaudados, con esta cara llena de carbón. No es un mal salario para un turno de cinco horas". Curiosamente, el actor empleó una terminología de clase obrera ("cara de carbón", "turno de cinco horas") con la que parecía querer demostrar que, a pesar de ser una estrella de Hollywood, seguía sintiéndose como un tipo de la calle. Que aquel camarero vacilón seguía ahí dentro. Pero lo cierto es que, de repetirse ahora aquel encontronazo por el café descafeinado, resulta más fácil imaginarse a Russell Crowe en el rol del cliente ultrajado. Y todo apunta a que no acabaría bien.