En noviembre de 1994 Tim Allen alcanzó un hito en Estados Unidos al protagonizar a la vez la película número uno en taquilla del país ('Vaya Santa Claus'), la serie más vista de la televisión ('Un chapuzas en casa') y el libro más vendido ('Don't Stand Too Close to a Naked Man'). Su estatus permanece, 25 años después, casi intacto: ha repetido como doblador de Buzz Lightyear en 'Toy Story 4' y va por la séptima temporada de la segunda serie de éxito de su carrera, 'Uno para todas'.
Las tres décadas de éxito del hombre favorito de América (o, al menos, de cierto sector de la sociedad americana) han sobrevivido a varias controversias por hacer comentarios sexistas, racistas y antisemitas, al rechazo de parte de la industria de Hollywood por ser una de las pocas estrellas en apoyar públicamente a Donald Trump, a un ingreso en una clínica de desintoxicación e incluso a la cancelación de 'Uno para todas', que fue resucitada por Fox después de que ABC precipitase su final por (según los rumores) motivos políticos. Claro que, para cuando Tim Allen se convirtió en uno de los actores más adinerados del mundo (se estima que solo por 'Un chapuzas en casa' ganó mil millones de euros), ya había sobrevivido al trauma de perder a su padre de niño y a cumplir dos años de condena en la cárcel. Nadie puede hundir a Tim Allen. Ni siquiera él mismo.
“Cuando tienes seis o siete años tu padre se convierte en una presencia maravillosa en tu vida” cuenta el actor, “yo conectaba mucho con él y entonces, en el mismo momento en el que me di cuenta que le quería de forma incondicional y de que mi vida iba a ser genial solo porque él estaba en ella, se marchó”. El padre de Allen era un agente inmobiliario que construyó un vínculo masculino con su hijo llevándolo a partidos de fútbol, carreras de coches y tiendas de bricolaje.
El 23 de noviembre de 1964, cuando Tim tenía 11 años, se quedó solo en casa mientras su padre iba a ver un partido. Nunca regresaría porque su coche chocó contra el de un conductor borracho y murió en el acto. “¿Por qué Dios se llevó a mi padre? Sentía culpabilidad y rabia. No tenía a nadie con quien compartir mi duelo así que el niño-machote que había en mí, el niño-superviviente, llegó a la conclusión de que para que no me ocurriese otra vez no debía amar a nadie tanto nunca más”, recuerda Allen.
Tras una adolescencia rebelándose contra el mundo, Allen acabó juntándose con la gente equivocada y en octubre de 1978, con 25 años, fue arrestado por transportar más de 650 gramos de cocaína. Se declaró culpable y proporcionó nombres de otros traficantes para eludir una condena de cadena perpetua. Una noche, mientras seguía a la espera del juicio, asistió al club de comedia de Detroit Comedy Castle y acabó subiendo al escenario a contar unos chistes. “No tenía nada que perder. Y funcionó. Aquella noche cogí un azulejo del baño y escribí 'lo he conseguido'. Todavía lo tengo enmarcado. En mi corazón sentí que la comedia era lo que Dios quería para mí, que todo iba a salir bien. Pero dos meses más tarde estaba en la cárcel”. Allen ha reconocido que esperaba que no condenasen a un chaval creyente y de buena familia, que verían que había aprendido la lección, pero aunque se libró de la cadena perpetua que le correspondería por el volumen de cocaína transportada sí fue condenado a siete años. Tras cumplir 28 meses salió en libertad condicional y retomó su vocación como humorista donde la había dejado aquella noche del Comedy Castle. Era 1981 y en una década se convertiría en el humorista más popular de la nación.
Durante los 80 Tim Allen trabajaba como director creativo de una agencia de publicidad por el día (nunca hay que subestimar la capacidad de un hombre blanco para caer de pie en Estados Unidos) y como cómico en bares por la noche. Era la época de los monologuistas en americana y corbata, que divagaban delante de un decorado de ladrillos y tenían como temas predilectos las diferencias entre hombres y mujeres. Entre sus chistes había reflexiones como “¿cuál es la extensión de una vagina? El bolso”, “hay pocas cosas que molesten a los hombres, las mujeres que no se depilan es una de ellas”, “en la universidad me pillé tanto por una chica que decidí acompañarla a casa... solo para averiguar dónde vivía”, “me caen genial los tíos, pero no puedo tener una cita con otro hombre y salirme con la mía”, “las mujeres hacen como si rechazasen las cosas de hombres porque les asustan y luego necesitan a un hombre para que las haga” o “¿por qué las mujeres se empeñan en emascular a los hombres?”. Este tipo de humor, el que apela al mínimo común denominador, al “es gracioso porque es verdad” y al “por fin alguien dice las cosas como son”, se quedó momificado en los 80 pero Tim Allen supo reciclarlo en 'Un chapuzas en casa'. El comediante canalla se reinventó como padre de familia con valores tradicionales.
A su personaje, Tim Taylor, le gustaba arreglar sus asuntos familiares con la misma actitud con la que abordaba el bricolaje: pragmatismo, colaboración y buen humor. De hecho el título original, 'Home improvement' (“mejoras del hogar”), era un juego de palabras que relacionaba directamente los contratiempos del mantenimiento de una familia con los del mantenimiento de una casa. La serie triunfó durante sus ocho temporadas hasta el punto de que ABC (propiedad de Disney, que también fichó a Allen para 'Vaya Santa Claus' y 'Toy Story') le ofreció al actor 50 millones de euros por una novena, sueldo que le habría convertido en el actor mejor pagado de la televisión, pero él los rechazó para ingresar en un centro de rehabilitación por su alcoholismo, divorciarse y mejorar la relación con su hija de diez años.
En 2011 Tim Allen regresó a la televisión con Uno para todas ('The Last Man Standing', otro juego de palabras entre “el último superviviente” y, tal y como tradujeron en Latinoamérica, 'El último macho') interpretando al único hombre de una familia con tres hijas, cuyo ambiente femenino hace que a veces le cueste mantener su hombría. Si en 'Un chapuzas en casa' su personaje tenía un programa de bricolaje similar a 'Bricomanía', en 'Uno para todas' Allen interpreta al dueño de una tienda de productos de caza. Un republicano recalcitrante que culpa de todas sus desgracias a Barack Obama (al que define como “comunista”) y que echa de menos los buenos tiempos en los que todo el mundo se llevaba bien en vez de estar constantemente a la gresca. Porque si Allen lleva tres décadas triunfando es porque sabe muy bien quién es su público.
Y a ese público no le importan sus salidas de tono, como cuando defendió que él debería poder usar la palabra “nigger” (tremendamente ofensiva en Estados Unidos hasta el punto de estar prohibida en la televisión) porque no la emplea con intenciones racistas. O cuando aseguró que ser un actor conservador en el Hollywood liberal era como vivir en la Alemania de los años 30: “Tienes que tener cuidado, te darán una paliza si no piensas como la mayoría”. Este último comentario precipitó, según algunas fuentes, la cancelación de 'Uno para todas' en 2017 cuando era la comedia más vista de ABC. Él mismo expresó en Twitter su estupor ante esta decisión sin previo aviso. El actor nunca ha disimulado su animadversión a los abogados de Disney, a quienes definió como la antítesis de la creatividad, y casualmente 'Uno para todas' fue reactivada por Fox, donde sigue en emisión, meses antes de que Fox se fusionase con Disney. La versión oficial de Disney fue que no renovaron la serie porque no encontraron hueco para ella en su programación y la renovación del contrato de Allen resultaría demasiado cara.
Desde entonces, Allen ha seguido diciendo lo que le ha dado la gana con la seguridad que solo puede tener alguien que sabe que, de un modo u otro, acabará cayendo de pie. Fue una de los pocos actores que acudieron a la investidura de Donald Trump como presidente, lamentó que los humoristas ya no puedan hacer chistes sobre nada sin que alguien se ofenda y defendió a su amiga Roseanne Barr cuando fue despedida de su propia serie, la líder de audiencia Rosseanne, por tuitear un comentario racista en el que comparaba a una política negra con un simio.
Tim Allen, un eterno niño-hombre, sabe que representa a un tipo de americano que hoy se siente perseguido, oprimido y censurado. Sabe que los que le critican tampoco iban a ver su serie de todas formas, así que toca las teclas adecuadas para dar voz al hombre blanco nostálgico de una época en la que podía hacer y decir lo que quisiera sin consecuencias. En lo que se equivoca es en eso de que “ya no se pueden hacer chistes con nada”, porque si alguien es prueba viviente de que un hombre blanco todavía puede hacer chistes con lo que le dé la gana ese es Tim Allen. Y es que otra cosa que caracteriza a sus personajes es que nunca son conscientes de su privilegio. Un multimillonario que, como Trump, se autoerige como la personificación del hombre normal y corriente. Esas cosas solo pueden pasar en América. Quizá por eso el éxito de Tim Allen se nos escapa en Europa. Él lo sabe y por eso centra su carrera en el público estadounidense. No, Allen no es un tipo normal y lo sabe perfectamente.
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