La cultura pop puede servir para marcar brechas generacionales. Está la generación que recuerda el pecho de Sabrina en Nochevieja y la que no. Hay millones de personas que comprenden lo que significan las palabras “Ricky Martin, el perro y la mermelada” y millones de personas que no tienen ni idea. Hay gente que sabe perfectamente quién es Val Kilmer y hay gente que ni siquiera estará segura de si Val Kilmer es el nombre de una persona o el de una app. Para los que no lo sepan, aquí va un resumen: Kilmer es la mayor casi-estrella del Hollywood moderno. Pero durante 15 años (y 15 años son muchos años) pareció una estrella de verdad, creando más personajes icónicos que la mayoría de actores de su tiempo.
Val Kilmer era Nick Rivers, la estrella del rock & roll de 'Top Secret'; era Iceman, la némesis de Tom Cruise en 'Top Gun'; era Madmartigan, el héroe de 'Willow'; era el tipo que no se amedrentaba ante Pacino y De Niro en 'Hea't; era Jim Morrison en 'The Doors', Doc Holliday en 'Tombstone', Elvis Presley en 'Amor a quemarropa' y Bruce Wayne en 'Batman Forever'. Cubrió todos los géneros posibles, demostrando su versatilidad y sus agallas: era un guaperas que no tenía miedo a resultarte antipático si así lo requería el papel. Y de repente, en 1999, cumplió 40 años y pasó directamente de estrella en ciernes a vieja gloria. De las portadas de “las estrellas del mañana” a las galerías de “¿qué fue de...?” o, pero aún, las de “¡mira cómo están ahora!”. ¿Qué truncó la carrera de Val Kilmer tan precipitadamente? La respuesta corta es que dos vehículos de lucimiento, concebidos para formalizarlo como reclamo comercial ('El santo' iba a ser una franquicia, inspirada en los éxitos recientes de 'Goldeneye' y 'Misión imposible') y actor de prestigio ('A primera vista', donde su papel de invidente era casi una parodia de los cebos para los Oscar), fracasaron estrepitosamente a nivel de crítica, premios y taquilla. La respuesta larga es que el rumor de que Kilmer era insoportable y que estaba como una regadera se extendió por la industria como la pólvora. Y le explotó en toda la cara.
“Todos tenemos tendencias narcisistas y grandilocuentes” analizó su hermano Mark, con quien el actor lleva sin hablarse desde 1993, “y si hay gente reforzando esas tendencias resulta difícil resistirse a caer en ellas”. Durante el rodaje de 'Tombstone', un extra interrumpió una conversación entre Kilmer y el director de la película para enseñarles una langosta que se había encontrado en el desierto. Val la cogió y se la comió. “Como sabéis, tengo reputación de ser difícil” concluyó después de tragársela, “pero solo con la gente estúpida”. En el rodaje de 'Extremadamente peligrosa', Kilmer discutió con el director y se desahogó disparando las balas de fogueo de su pistola contra un coche. Joel Schumacher, director de 'Batman Forever', llegó a liarse a puñetazos con el actor: “Val era irracional y volátil contra el asistente de dirección, contra los cámaras, contra los de vestuario. Era un maleducado, infantil e imposible. Después de nuestra pelea se pasó dos semanas sin hablarme y fueron dos semanas de felicidad total. No era un actor difícil, era un actor psicótico”.
Hollywood estaba enamorado de Val Kilmer a principios de los 90. O más bien, tal y como dice hoy la gente que no tiene ni idea de quién es Kilmer, Hollywood “tenía un crush” con él porque con quien se acabó casando fue con Brad Pitt. “Los actores ahora no quieren ser como Stallone o Schwarzenegger” aseguraba un ejecutivo de la industria en 1996, “quieren ser como Val Kilmer y hacer papeles diversos, incluyendo alguna película de acción”. Pero el actor era, como él mismo ha comprendido y explicado años después, un actor de carácter atrapado en el físico de un galán: tenía el aspecto del rey del baile de promoción, pero siempre resultaba inquietante porque sonreía mucho con la boca y nada con los ojos. Cuando tenía 12 años abandonó su primer trabajo (un anuncio de hamburguesas) porque no conectaba con la motivación de su personaje: “No soy capaz de fingir que me gustan las hamburguesas que estoy anunciando”, le aclaró al director. A los 17 se convirtió en el alumno más joven de la historia en ser aceptado en Juilliard, la escuela de artes escénicas más prestigiosa del mundo, y tras el éxito de 'Top Secret' rechazó trabajar con Robert Altman y David Lynch en 'Blue Velvet' para centrarse en escribir poesía y dirigir documentales.
Ron Howard describió su experiencia dirigiéndolo en Willow como “frustrante” a causa de su inmadurez. Jim Abrams, cansado de las preguntas del actor en torno a su personaje en la comedia absurda 'Top Secret' (“¿quién es realmente Nick Rivers?”, “¿por qué dice las cosas que dice?”) acabó zanjando la conversación con “Val, no es tan importante”. John Frankenheimer, quien reemplazó al director inicial de 'La isla del doctor Moureau' cuando este fue despedido por sus conflictos con Kilmer, aseguró que había dos cosas que jamás haría en la vida: escalar el Everest y volver a trabajar con Val Kilmer.
“Tuve actitudes que aprendí y adopté en relación con la escuela de Marlon Brando” admitiría el actor años después, “no ya en el aspecto interpretativo sino en el estilo de vida, en la actitud de que el director no sabe lo que está haciendo y de despreciar a casi todo el mundo en el rodaje. Básicamente, malcriado. Brando era extremadamente talentoso, un genio, pero también un malcriado”. Precisamente Kilmer trabajó con Brando, uno de los actores más imposibles de tratar de la historia de Hollywood, en La isla del doctor Moreau. En una ocasión, Brando tiró el teléfono móvil de Kilmer al suelo y le aconsejó “no confundas el tamaño de tu cheque con el tamaño de tu ego”. Durante el rodaje de aquella película, Kilmer le llegó a apagar un cigarrillo en la cara a un operador de cámara.
En mayo de 1996, cuando se anunció que Kilmer no repetiría como Batman y que George Clooney le reemplazaría para 'Batman y Robin', Entertainment Weekly publicó un artículo que sentenció su carrera: “Val Kilmer hace enemigos en Hollywood”. En él se enumeraban todas las tensiones, las dificultades y los despidos de directores que Kilmer había provocado. Él se defendió señalando a su exmujer, Joanne Whaley (que intepretó a Escarlata O'Hara en la secuela para televisión de 'Lo que el viento se llevó, Scarlett'), había orquestado esta campaña de desprestigio para arrebatarle la custodia de sus dos hijos en su proceso de divorcio. Kilmer se había enterado de que ella había interpuesto la demanda de divorcio, semanas después de dar a luz a su segundo hijo, mientras veía las noticias de la CNN en un hotel. Pero había demasiados testimonios contra él y se parecían demasiado entre sí. Al terminar 1996, la revista Buzz le nombró una de las 12 personas más aterradoras de Hollywood.
Su última aparición en calidad de estrella (algo que en realidad nunca fue, pero sin duda lo pareció) fue en 'Planeta rojo'. Al fracaso de la película, eclipsada por el estreno de 'Misión a Marte' un par de meses antes, contribuyó que la prensa se lo pasó bomba desvelando los malos rollos que Kilmer había perpetrado durante el rodaje. Era 2000 y ya tenía fama de pirómano que quemaba puentes entre toma y toma, así que todo el mundo dio por buenos los rumores de que se peleó con Tom Sizemore cuando este exigió que le instalasen una máquina de ejercicio en el set hasta el punto de dejar de hablarse y a negarse a compartir escenas con él o siquiera pronunciar el nombre de su personaje. Anthony Hoffman, director de 'Planeta rojo', no ha vuelto a rodar una película desde entonces.
Val Kilmer vive exiliado de Hollywood, aunque nunca ha dejado de trabajar (entre 2008 y 2013 hizo 24 películas, 15 de ellas estrenadas directamente en dvd), y reconoce haber aprendido varias lecciones aunque ya sea tarde: “Mis representantes eran estupendos cuando era joven, pero no los escuché. Ojalá lo hubiera hecho. Me aconsejaban cosas inteligentes como 'si estás en una película de éxito, te conviene hacer otra película de éxito inmediatamente'”, “cuando una película fracasaba, los ejecutivos necesitaban encontrar a alguien a quien culpar y contaban historias sobre mí en las fiestas”, “ojalá me hubiera dedicado tanto a mi carrera como a las mujeres”.
Kilmer tuvo relaciones con Cher, Michelle Pfeiffer, Ellen Barkin, Drew Barrymore, Elizabeth Shue, Daryl Hannah o Cindy Crawford. Su mayor bronca con esta última fue cuando ella quiso salir a un evento con una gorra de un restaurante cuyo propietario Val odiaba, lo cual solo puede significar que esa gorra era de Planet Hollywood (¿qué otro restaurante llevaría Cindy Crawford en la cabeza a mediados de los 90?) y Kilmer no podía ni ver a Schwarzenegger, Stallone o Willis. O probablemente a ninguno de los tres.
Kilmer apenas ha concedido entrevistas en las últimas dos décadas, consciente de que siempre van a preguntarle por su fama de actor difícil y de que sus reflexiones a menudo serán malinterpretadas. A veces directamente cae en contradicciones, como cuando contó que estuvo a punto de morir por sobredosis a pesar de que en otra ocasión había asegurado no haber probado las drogas nunca. O cuando aclara que nunca tuvo ambición comercial o profesional mientras en otra entrevista admite que le disgustaba que nunca le nominasen a los Oscar: “Me gustaría tener más Oscar que nadie. Meryl Streep debe de sentirse bastante bien, ¿no? Debe de ser agradable saber que todo el mundo la quiere. Porque al final se trata de eso, de ser amado”. En sus entrevistas suele divagar, quedarse en silencio de repente o cambiar de tema bruscamente. “Encuentra a Scarlett. No puede ser tan difícil” le ordenó a un periodista en medio de una respuesta refiriéndose a que localizase a Scarlett Johansson, con quien Kilmer quería reunirse, porque la actriz estaba en la misma ciudad en el momento de aquella entrevista.
Kilmer culpa de su caída a los “malos directores”, a la prensa y a que nunca bailó al ritmo que Hollywood le marcaba. Por eso no tuvo reparos en criticar la franquicia Batman, en la que sintió que a nadie le importaba Bruce Wayne, que solo le prestaban atención a los villanos y que él solo estaba ahí para poner su cara en los Happy Meals. También explica que trabaja poco porque se dio cuenta de que cada vez que volvía de un rodaje sus hijos eran personas distintas y no quería perderse su crecimiento. Lleva viviendo desde 1983 en Santa Fe (Nuevo México), donde cuando ahorró dinero se compró un rancho de 25 kilómetros cuadrados: “Hay un río que lo atraviesa, tengo cien animales, monto a caballo. Y mi casa es una cabaña de adobe y madera”. Hollywood quiso que Kilmer personificase al americano moderno de la era Clinton, pero él se veía a sí mismo como John Wayne: atrapado en un sistema que era incapaz de comprender, respetar o perpetuar.
Y eso incluye su fe. El actor es devoto de la ciencia cristiana, que entre otros preceptos no cree en la medicina, y por eso fue noticia hace un par de años cuando Michael Douglas contó que Kilmer tenía cáncer de garganta pero se negaba a recibir tratamiento. Él lo negó, pero después admitió que era cierto y que ya estaba en proceso de recuperación (se sobreentiende que gracias a la medicina). Kilmer ha hablado sobre la muerte de su hermano, epiléptico, que sufrió un ataque y se ahogó en una piscina con 15 años el día antes de que Val entrase en Juilliard pero sin entrar en detalles sobre si estaba recibiendo tratamiento para la epilepsia o estaban tratando de curarlo, tal y como hace Val cuando sus hijos caen enfermos, mediante la oración.
Desde hace años Kilmer solo protagoniza titulares por este tipo de historias, por declaraciones delirantes como cuando aseguró que él comprende mejor cómo se siente un soldado en la guerra que el propio soldado que va a la guerra (porque, al interpretar al soldado, él tiene el don como actor de sentirlo todo más intensamente mientras que el soldado real no se entera de nada) o por controversias como la actriz que contó que, durante una prueba de casting para The Doors, Kilmer la agredió tirándola al suelo y dándole un puñetazo de lo metido que estaba en el personaje de Jim Morrison. Ella explicó que le dieron 24.500 dólares como compensación y que acabaron contratando a Meg Ryan para el papel. Val Kilmer cumple este 31 de diciembre 60 años y lleva 15 intentando cazar su ballena blanca: escribir, producir, dirigir y protagonizar un biopic sobre Mary Baker Eddy, la fundadora de la Ciencia cristiana que se curó de una parálisis gracias a su fe, y su ferviente detractor Mark Twain. Dice que tiene en mente a la actriz que querría para el papel de Mary Baker Eddy y, aunque no desvela quién es, los nueve tuits que puso en 2017 sobre lo obsesionado que estaba por conocer a Cate Blanchett dan alguna pista. Blanchett nunca respondió.
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