Según el Instituto Nacional de Estadística, la esperanza de vida de las mujeres nacidas en España es hoy en día de 85,1 años. Hace 20 años era de 82,7, lo que significa que las españolas cada vez vivimos más, seguramente porque vivimos mejor. La atención sanitaria, el amplio espectro de posibilidades culturales y de tiempo libre, la independencia económica derivada de tener un trabajo propio que permite viajar, hacer deporte, reunirse con amigas, ir a la peluquería... Todo ello ha hecho que las mujeres de hoy tengamos una vida no solo más larga sino muchísimo más plena que las mujeres de generaciones anteriores.
Hoy en día una mujer de 30 años es aún una chica, y una de 50 está entrando en la madurez, no como antes, cuando se hablaba de las “cincuentonas” con absoluto desprecio. De las de 60, 70 y 80 ya no se hablaba para nada, sin más.
Sin embargo, a pesar de que ahora somos más jóvenes, más activas, más libres y tenemos más de 20 años por delante, contando desde la jubilación, la sociedad y los medios de masas insisten en ignorar a las mujeres que han pasado la frontera de la menopausia. Todos conocemos magníficas actrices que se quejan -con razón- de que no les ofrecen buenos papeles a partir de los cuarenta y tantos, salvo para hacer de vieja bruja o de loca. Curiosamente, lo mismo pasa en las novelas: en la mayor parte de ellas los personajes femeninos, sobre todo cuando son protagonistas, tienen entre veintitantos y cuarenta y pocos. Antes de los 20 es literatura juvenil, después de los 50, el desierto.
Da la sensación de que en el momento en el que, biológicamente, las mujeres dejan de ser fértiles, dejan también de resultar interesantes. Esto era hasta cierto punto comprensible cuando la literatura y el cine eran dominios masculinos. A los autores varones solo les resultaban atractivas las chicas jóvenes, y los conflictos narrativos en los que había una mujer siempre tenían relación con el sexo. Por lo demás, ni siquiera era necesario tener personajes femeninos. En muchas ocasiones los hombres hacían películas y escribían novelas solo de hombres y para hombres y a nadie le extrañaba (los temas bélicos, del Oeste, de ciencia ficción, de aventuras en lugares extremos y peligrosos, de héroes...). Cuando aparecía una mujer siempre era la madre de alguien, la novia o esposa de alguien, la amante, la hermana, o la prostituta, la mujer fatal... pero siempre en relación a un hombre.
Cuando las mujeres han empezado a escribir novelas de éxito y a rodar películas ha aumentado exponencialmente el número de personajes femeninos que están en el centro del conflicto, o bien el conflicto se narra desde su perspectiva. Sin embargo basta echar una ojeada a la producción para darnos cuenta de que en muchas ocasiones también las propias mujeres caen en el mismo cliché que los hombres y se empeñan en poner el foco en mujeres entre los treinta y los cincuenta, como si ellas mismas no tuvieran madres y abuelas en la vida contidiana que les demuestran que la vida de una mujer no se acaba con la menopausia y que su felicidad no depende necesariamente de un hombre.
Desde el momento en que una mujer deja de menstruar tiene por delante -estadísticamente- más de treinta años de vida. ¿No le va a pasar nada interesante en ese tiempo? ¿No vale la pena ponerla como protagonista? ¿No va a viajar, hacer planes, enamorarse, divorciarse, aprender cosas nuevas, hacer deporte, cambiar de ocupación, de círculo de amistades, de país?
Yo sé que sí, porque tengo ojos en la cara y conozco a muchas mujeres de todas las edades. Sin embargo no es frecuente, ni siquiera entre las novelistas, dar buenos papeles a mujeres que viven esa tercera etapa de la vida. No sé si es que no se han dado cuenta de que existen o piensan que a su público no les va a gustar una novela donde los personajes ya no son jóvenes. A mí, por el contrario, siempre me ha gustado dar voz a hombres y mujeres, pero cada vez más a mujeres sobre todo, que han dejado atrás la juventud. No es que haya empezado a hacerlo ahora porque yo misma voy envejeciendo, en absoluto. Cuando tenía poco más de treinta, con 'El mundo de Yarek', tuve un protagonista de casi 60, y sobre los 40, escribí 'Disfraces terribles', con una protagonista femenina de 64.
Mientras tanto hay cada vez más mujeres en mis novelas, desde muy jóvenes a muy viejas, y no son todas guapas y maravillosas. Como en la vida, hay de todo.
Esta actitud mía frente a los personajes femeninos se ha ido haciendo cada vez más fuertes y en el último proyecto que he emprendido se pone claramente de manifiesto: en las novelas del Huerto de Santa Rita, que serán cuatro, y de las que ya han aparecido dos –'Muerte en Santa Rita' y 'Amores que matan'- hay muchos personajes femeninos, desde chicas de 20, que aún están estudiando, hasta mujeres de 40, en mitad de su etapa laboral, mujeres de más de 70, ya jubiladas, y llegando a la protagonista absoluta, Sofía, que acaba de cumplir 93 años. En cada época hay unos problemas comunes y otros individuales, pero todas ellas son protagonistas de su propia vida, como sucede en la realidad.
Eso es algo que ha gustado mucho a las lectoras que han descubierto mis novelas: que pueden identificarse con mujeres de su edad en unas circunstancias que a veces son cotidianas y otras, extremas. Y, algo que me alegra mucho, también he encontrado un gran público masculino. En la pasada Feria del Libro de Madrid, vino un señor a que le dedicara una novela, “para mí”, precisó, “no para mi mujer”, y me contó que había aprendido mucho de la mentalidad femenina leyendo mis historias, hasta el punto de que ahora comprendía cosas que antes le parecían incomprensibles en el comportamiento de las mujeres de su entorno.
Llevamos demasiado tiempo viéndonos forzadas a buscar la identificación con protagonistas masculinos o con mujeres que responden a un tipo en el que no nos vemos reflejadas. Tenemos derecho a escribir y a leer historias en las que los personajes son como nosotras, ni tan jóvenes, ni tan bellas, ni tan sexualmente atractivas como característica básica. Mujeres con personalidad, dueñas de su vida, de su pasado – a través de tantos recuerdos- y de su futuro -a través de mil planes-, protagonistas de su propia historia, no personajes secundarios en la vida de un hombre.
En mis novelas las mujeres piensan mucho, sienten mucho y hablan mucho, actúan, toman decisiones, cometen errores, celebran triunfos, unas tienen pareja y otras no, unas están satisfechas de lo que han logrado y otras se arrepienten y quieren cambiar... como en la vida. También hay hombres, como en la vida, por supuesto, pero no son superiores a ellas ni tienen más papel en la narración.
Como siempre ha hecho la literatura, en mis obras ofrezco modelos para que poco a poco podamos acercarnos a una vida más igualitaria, más equitativa en una sociedad en la que ser mujer no estará por debajo de ser hombre y ser joven no será necesariamente mejor que ser mayor.
* Elia Barceló es autora de 'Amores que matan', que se presentará el 12 de abril en el Museo Thyssen-Bornemisza.