Le gustan los viajes "como los de antes", en modo carretera y manta. Y eso es exactamente lo que hace una vez al año Dolores Payás (Barcelona, 1956). Coge su coche y llega a algún puerto del Mediterráneo, a veces con alguna parada intermedia, para tomar el ferry que le lleve a su paraíso griego, donde vive unos meses al año.
Payás ha hecho de la itinerancia un modo de vida que no le impide ser muy productiva. Traductora prolífica, guionista y directora de cine, y novelista aguerrida. "No tengo musas que me susurren al oído, tampoco me rondan ángeles con arpas celestiales. Mi mesa de trabajo es el escenario de duras batallas campales", explica en su web. El resultado de tales batallas puede leerse en numerosos artículos y traducciones, y seis obras propias. La última de ellas es 'Ultimate Love' (Círculo de Tiza), una novela romántica donde la crítica social y el humor asoman desde la primera lectura. Una obra de idas y venidas, como la propia vida de Payás, siempre inmersa en nuevos proyectos, nuevos viajes y nuevas aventuras. Infatigable pese a sus años o quizá, precisamente, por sus años.
Muchas personas no irían a Grecia como vas tú, recorriendo media Europa en coche y otra media en barco. ¿Todo eso lo haces sola? ¿Te caes bien a ti misma?
No solo esto. Me gustan mucho los hombres, pero es muy difícil encontrar un buen compañero, más a mi edad. Tengo 67 años y es difícil encajar las piezas. Sería casi un milagro. Todos llevamos una larga biografía detrás, tenemos vida propia. Y si no la tenemos, malo, querría decir que somos aburridísimos. Los hombres que a mí me atraen tienen construido su propio ecosistema, armonizarlo con el mío -y el mío con el suyo- requeriría mucho encaje de bolillos. Casi una ecuación imposible.
Al margen de eso, ¿no está relacionado con nada de tu carácter?
De todas formas, soy bastante solitaria. Nací con una semi sordera congénita y estas cosas no mejoran con los años. Hoy dependo enteramente de la tecnología. Supongo que esto ha configurado mi carácter. Estoy en muy buenos términos con la soledad. Tengo mis libros, la escritura, mi jardín, mi música (sí, puedo escuchar música, ¡viva la tecnología!). Me gusta, de modo particular, viajar sola. Una señora mayor que viaja sola no supone una amenaza para nadie. Y eso te permite hablar con mucha gente, vivir experiencias y aventuras que no serían posible en compañía. Pasear por Grecia en solitario es una delicia.
¿Cómo llegaste a Grecia? ¿Tuvo que ver tu amistad con el escritor Patrick Leigh Fermor?
Yo ya conocía Grecia, venía por vacaciones, pero cuando empecé a traducir a Paddy [Patrick Leigh Fermor], conocí la zona de Mani y me enamoró. Estaba entonces muy sin desarrollar. Me enamoré de la zona y de él. Era un señor de 93 años maravilloso. Nos quisimos muchísimo. Cuando murió, me dio mucha añoranza. Entonces yo estaba viviendo en China con mi compañero sentimental de ese momento, pero me dije: "Con 54 años, ¿a qué espero para vivir mi sueño?". Mi sueño era vivir en Grecia, tener una casa al lado del mar. Malvendí una masía que tenía en Barcelona, ante el horror de todos. Metí todo en un container, me subí al barco y vine a Grecia, donde me compré una casita. Hace diez años de eso y no me he arrepentido nunca.
Llama la atención el título del libro: 'Ultimate Love'. ¿Es solo 'El último amor'?
No es el último amor porque puede haber más. Es, en realidad, el mejor, el definitivo. El romanticismo presupone siempre que el siguiente amor será el definitivo, es intrínseco a la pasión romántica. Esa palabra en español no la tenemos. En inglés, el significado de 'ultimate' abarca lo mejor, lo definitivo, 'el no va más'. El equipo de la editorial y yo misma pensamos que iba a parecer pretencioso o pedante. Pero la historia va de Inglaterra, la gente no se lo va a tomar tan mal.
En el libro aparece mucho la idea de 'búsqueda': buscar a la persona o el momento para leer un mail. Pero, además, los protagonistas, después de buscarse y encontrarse, aprenden a conocerse, a leer entre líneas. ¿El amor se aprende?
Sí, el amor es un aprendizaje. El amor pasional, paroxístico, es una construcción mental y propia. Una mente imaginativa y creativa puede enamorarse sin ni siquiera un recipiente. Todo está en la mente. Eres tú quien construye a la otra persona y tú la haces a imagen de tus deseos. Y tiene mucho que ver con la cultura. Yo he vivido en China. En China no aman como nosotros. El amor pasional, de la entrega total, de la fusión, es occidental.
Rocío, la protagonista de 'Ultimate Love', comparte muchas cosas contigo: es traductora, ama las palabras, es una mujer libre. ¿Cuánto hay de ti en tu libro?
Yo escribo ficción, pero, dicho esto, quise introducir el tema de la traducción porque me convenía introducir el amor a las palabras. Estos dos chiflados, Rocío y Pip, comparten el amor a las palabras y su amor es una construcción literaria, solo con palabras, ni se ven ni se oyen. Rocío puedo ser yo, puede ser cualquiera de mis hermanas o mis amigas. Es un personaje propio de mi generación y de los países latinos. Tiene esa armonía con el propio cuerpo, que es una cosa muy latina. Los ingleses no lo tienen. Mis amigas inglesas, por ejemplo, tienen una pésima relación con su cuerpo, de hecho, es casi inexistente
Curiosamente, tu carrera no empezó en la literatura, sino en el cine. ¿Cómo has hecho esa evolución?
Aunque, en el fondo, nada es un error y de todo se aprende, el cine fue una especie de error y también forma parte de mi carácter. He sido muy aventurera: he vivido en China, he vivido en México... He sido muy gamberra. El mundo del cine es muy trepidante, muy divertido, y me permitió vivir una serie de aventuras. Pero mi pasión es la palabra. De siempre.
¿Te ha pesado no haber prestado atención a la literatura desde el principio?
Solo me ha pesado una cosa en mi vida y es no haber hecho antes lo que empecé hace diez años. Debería haber dejado el cine y haberme dedicado a la escritura antes. Pero no pasa nada, porque de una manera automática lo visualizo todo y se nota en mi escritura.
¿Por qué te gusta tanto escribir?
Cuando escribes estás tú sola, frente al papel. No hay filtros de por medio, los editores suelen ser muy respetuosos. Todos mis libros, gusten o no, son exactamente lo que yo he querido que fueran. En cine conseguir ese resultado es casi imposible, hay demasiadas interferencias de por medio: presupuesto, casting, productores...
Algunas partes del libro recuerdan mucho a algunos textos de Jane Austen, ¿te has inspirado en ella?
Jane Austen es mi próximo proyecto de traducción. Era súper ingeniosa y súper irónica. Es una gran humorista. El final del libro es un homenaje a Jane Austen. La gente se confunde porque siempre piensa en la cosa romántica, en los finales con boda, pero en el ínterim hace mucha crítica social, habla de dinero, de la sociedad, es muy perspicaz.
Como lectora, la novela parece estar escrita a capas, muchas capas que se van depurando. ¿Es así?
Me ha costado menos que otras novelas, he tardado un año y medio en escribirla. Efectivamente, yo trabajo por capas. Reescribo constantemente, soy pesadísima. ¡Me aburro a mí misma! Lo que es solo correcto no me funciona, tengo que ir un poco más allá.
Tiene varias capas y varias lecturas, también.
Sí, hay muchas maneras de leerla. Esta novela tiene muchas lecturas y una de ellas es como novela romántica. A mí me gustan las historias humanas y esta novela fue bastante inesperada. Estaba en otro proyecto, pero pensé que tal vez era el momento de escribir una novela romántica. He escrito género policiaco, histórica, ensayo... ¡hasta porno! Me dije que con 67 era el momento. Me acordé Bárbara Cartland. Quise hacer una deconstrucción de Bárbara Cartland y pasármelo bien, de paso. Conozco bien Inglaterra, soy anglófila, el argumento no es complejo... Y además quería trabajar el tema de la correspondencia, la novela epistolar.
¿Tu novela responde a alguna fantasía tuya, eso de enamorarte de un lord con una gran propiedad en la campiña inglesa?
El único lord que he conocido era un editor y ¡me estafó! Pero he vivido historias muy bonitas. Y es un ambiente que conozco un poco. Pero muchos de estos 'lores' son bastante destartalados.
En la novela los protagonistas se conocen a través de una web. ¿Qué piensas de las webs de citas?
Las he usado. Aquí [en Grecia] solo hay gatos y un pope desgreñado (risas). Tienen una parte buena: puedes conocer a mucha gente sin moverte de casa. Cuando voy a Barcelona todo es muy endogámico, nos conocemos de toda la vida. En Londres o en Ginebra, me pasa lo mismo. Y ahora no me voy a ir a 'apatrullar' bares. Las webs de citas tienen esto de bueno.
¿Y lo malo?
Tienen también una cosa muy fea: es algo cruel. El maltrato está implícito. Cuando ves la foto de un señor y lo que dice, y lo tachas o no le respondes. Es cruel y, por otra parte, coherente con la sociedad que vivimos, en la que nos maltratamos. A mí me preocupa.
¿En qué lo has notado?
Como te decía, yo viajo mucho sola y he visto un cambio. Falta consideración elemental hacia el otro, generosidad, cortesía. Ya no hablemos de solidaridad.
¿En las relaciones afectivas también?
Nuestra generación, la de los 60 y tantos, no es puritana, pero los jóvenes de ahora sí lo son. Estamos viviendo una fase de puritanismo brutal con eso de la corrección política. Es una pesadilla. He estado traduciendo a Dickens, sus artículos periodísticos, y no sabes la cantidad de temas que podrían aplicarse a nuestra época. Y hablamos de la época victoriana. Me quedé en shock. Y, además, creo que estamos criando mal a nuestros hijos.
¿Qué crees que estamos haciendo mal?
Las estadísticas de agresiones sexuales de gente muy joven, incluso menores, son un horror... una generación perdida con esto de las pantallas. Creo que viven el sexo, la violencia, el dolor, como algo irreal, algo que sucede de modo virtual, en una nube. Puede que tengamos por delante a una generación perdida o de posibles psicópatas narcisistas.
Hablemos de la edad. Tienes 67 años y estás fabulosa. ¿Cómo te cuidas?
(Risas) Eso es la aplicación Zoom, que nos hace liftings automáticos. De verdad, no me hago nada. Soy contraria a todo tipo de operaciones y retoques. Como poco y bien, nado mucho, permanezco activa y, muy en especial, mantengo el cerebro siempre en marcha. Empecé a estudiar griego casi en la sesentena, es una lengua enrevesada y difícil. Gimnasia cerebral de primera.
¿Y cómo te sientes?
Mucho mejor de lo que me imaginaba. Siempre he sido un espíritu libre y he hecho bastante lo que me ha dado la gana, pero ahora estoy viviendo como siempre había soñado. No tengo ningún sentido de pertenencia. Ninguno. Hace mucho tiempo que lo perdí. De niña ya soñaba con vivir así: sin arraigos, me gusta estar aquí y cuando quiero, me voy. Hago exactamente lo que me gusta. Adoro mi trabajo.
¿Cuántas crisis te ha costado llegar ahí?
(Risas) Mira, el ejercicio real de la libertad es muy complejo. Es un plato muy fuerte, no es apto para todos los paladares. Hay mucha incertidumbre, renuncias a la seguridad financiera, no hay rutinas fijas... No tienes la seguridad de una rutina diaria, saber que la familia está cerca. Yo, cuando me caigo, me caigo de muy alto y nadie me recoge.
Vista de cerca, ¿cómo es la vejez?
Mi amigo Paddy decía "la vejez no es para cursis". Para estar contento y no llegar a una vejez amarga, hay que echarle humor al asunto. Esto es no Walt Disney. Y está muy relacionado con la novela: el amor, cuando eres mayor, es romántico, maravilloso o lo que quieras, pero, ¡ojo! hay unas realidades que son las que son. Están, por ejemplo, lo que llamo los 'problemas hidráulicos'. Nosotras tenemos problemas de fluidos y ellos de ingeniería mecánica. Y todo esto forma parte de la vejez, como que te duelen cosas y eres menos fuerte. No hay que eludirlo, pero tampoco extenderse. Hay que tratar de convertirse en viejos simpáticos y agradables. Como se ve en la novela, los problemas se resuelven con naturalidad y con cariño. En el fondo, ¡llegar a viejos es una victoria, caray! La alternativa es estar criando malvas.
Tienes una nieta. ¿Cómo es tu relación con ella?
Cuando nació, me fundí con mi nieta. Me tiene loca. Me gusta mucho ser abuela y lo disfruto muchísimo. Nos llevamos muy bien, se siente muy orgullosa de mí, pero, dicho esto, la familia no es mi proyecto. Mi proyecto es mi escritura, mi casa, mi jardín, mis viajes y mis hombres, cuando los tengo, si los tengo.
Eres una abuela con vida propia.
Creo que es importante esto. Tengo amigas que han sido abuelas y han detenido su vida. Yo no soy de esas. Adoro a mis hijas y a mi familia. Ayudo cuando tengo que ayudar, pero para mí la autonomía y la independencia son lo primero. Mis dos hijas saben lo que me tienen que pedir y lo que no me tienen que pedir.
En esa vida propia, ¿cuánto cuenta el sexo a tu edad?
Nunca he disfrutado tanto con el sexo como ahora de mayor. Cuando los hombres son inteligentes y las hormonas se desploman es cuando se convierten en grandes amantes. La clave es la voluptuosidad. De mayor, el sexo puede ser maravilloso.
¿Qué le dirías a la Dolores de 20 años?
Yo fui una joven insegura. Ser sorda marca, pero lo que no te mata te hace fuerte. Una discapacidad te convierte en una persona muy determinada. Si no, no funcionas. Te convierte en alguien acostumbrada a superar obstáculos a diario. Le diría que fuera menos atormentada, que dejara de correr tras el amor y que se centrara en su profesión. Si yo hubiera dedicado al trabajo la energía que le he dedicado al amor, ¡tendría cuatro premios Nobel y tres Oscar!
Pero esa experiencia te ha hecho ser como eres.
Sí, los griegos decían que hay un tiempo para las cosas. Lo llaman 'kairós'. Es posible que sea verdad.
¿Cómo te ves a los 80?
Para empezar, no sé si voy a llegar. Tengo una madre maravillosa de 91 años, pero nunca ha fumado, jamás ha entrado en un bar. Yo he hecho de todo... En tanto yo pueda trabajar y sea autónoma, la vida me interesa. Si no puedo hacerlo, la vida no me interesa. La muerte es algo que no me quita el sueño. Lo que me interesa es que el tiempo que me queda sea largo o sea corto sea de calidad. Y con dignidad. Si llega un momento en el que no hay calidad o dignidad, me voy. Esto también lo tengo muy claro.
¿Estás a favor de la eutanasia?
Sí. Y lo he expresado por escrito. Tenía pendiente ir al notario por esto y lo he hecho hace poco. Lo que he dicho es que no quiero que me alarguen la vida, y si en un momento dado no puedo vivir con dignidad -y mis hijas saben perfectamente lo que yo considero dignidad-, adiós, muy buenas. Es más: llegado el caso, hemos acordado que mis hijas me van a financiar el tránsito, ¡con botella del mejor cava incluida!