El amor por las piscinas de Anabel Vázquez nació en su infancia, mucho antes de convertirse en periodista y vivir en Nueva York y Madrid. Incluso antes de querer ser, por ese orden, exploradora, gimnasta, Edith Head, ministra de Cultura y Karen Blixen. Era una pasión rotunda, disfrutona, como de otro tiempo y espacio. Un refugio. “De niña ya me di cuenta de que generaban un campo magnético de levedad y alegría. Entonces no lo expresaba con estas palabras, pero certeza fue creciendo con los años”, nos cuenta a Uppers por mail, no sabemos si en bañador y con pamela. Tanto ha crecido esa obsesión (azul) que ha escrito un ensayo llamado ‘Piscinosofía’, cuyo subtítulo ya avisa: ‘Tratado acuático y desordenado sobre piscinas reales e imaginarias’.
Así que por ahí va el campo semántico de todo esto: Ligereza. Felicidad. Hedonismo. Belleza. “No conozco a nadie que viaje persiguiendo piscinas, madrugue, trasnoche, salte vallas, renuncie a planes, se desvíe de rutas o se clave astillas en el dedo para mirarlas. No deseo poseerlas, tampoco lo deseaba la Didion, a quien su padre dijo que, si quería una piscina, debía cavarla ella y se negó con sabiduría. Tampoco nadarlas, solo espero tenerlas cerca”, explica ella en el prólogo, como una declaración de intenciones que invita a darse un buen chapuzón, tanto en el agua como en sus páginas.
¿Qué tiene una piscina que no tenga ningún otro lugar del mundo?
Es agua ordenada y limitada, un intento ilusorio de controlar la Naturaleza. También concentra ocio, descanso, juego, seducción, deporte… Todo a la vez.
"Quien posee una piscina guarda en el bolsillo la llave de la alegría de otras personas", dices.
Cuando llega el verano todos sabemos lo que se valora una piscina. Poder compartirla con alguien es un privilegio. Es fácil hacer feliz a alguien cuando le invitas a la tuya en pleno julio.
¿Son símbolos del control sobre lo incontrolable?
Es un intento de intentar domar lo que nos supera: el agua.
¿Qué dice de la clase social de uno su relación con una piscina?
Hace cuarenta años las piscinas eran patrimonio de pocos. Hoy lo son de más. En cualquier caso, siguen siendo una manera de decir: “No me va mal en la vida”
Tus tres piscinas favoritas del mundo
¿Solo tres? La piscina de La Mamounia en Marrakech, por su vida social, la del Emperador de Madrid, por su historia y cualquiera de un hotel alentejano: sencilla y pequeña.
La piscina en la que has sido más feliz
En cualquiera a la que yo ya llegara feliz.
La más sexy
La piscina de Torres Blancas.
¿Cómo fue colarse en esa piscina de Torres Blancas?
Divertidísimo. Me colaría en muchas más.
¿Por ejemplo de qué famoso?
Espero no tener que hacerlo después de este libro.
La piscina más lujosa en la que has estado
Cualquiera que tenga silencio, un olivo cerca y un agua clara y limpia me lo parece.
¿Todo el mundo sonríe al borde de una piscina?
Al menos durante unos segundos y aunque solo sea porque el sol le obliga a guiñar los ojos y a hacerlo.
¿Joan Didion fue la que mejor escribió de piscinas?
Curiosamente, Didion escribió poco sobre ellas, pero lo hizo de manera muy rotunda. Me gusta la frase: “Una piscina es agua hecha disponible y útil y, como tal, es infinitamente relajante para el ojo occidental”.
¿Cuándo y dónde se creó la primera piscina del mundo?
Hacia el 2800 a.C en Mohenjo-Daro, en el actual Pakistán.
¿Tienen esa mezcla de bienestar y ligereza que te gusta las piscinas de mar?
Son mucho más salvajes, más impredecibles y, por tanto, más serias.
¿Cómo se han relacionado con las piscinas los presidentes de EE.UU?
Si la piscina de la Casa Blanca hablara…
¿Y los españoles?
Existe una piscina en Moncloa que hizo construir Suárez. Imagino que también guardará secretos.
¿Y Matisse?
Él quiso su propia piscina y la construyó pintando, o mejor, recortando papel. Es una maravilla.
¿Hockney ha sido el mejor pintor de piscinas?
Al menos ha sido el más popular. Les dedicó mucho tiempo.
¿Qué les dirías a alguien que odia las piscinas?
Le diría que ese odio no es mutuo. Las piscinas quieren a todo el mundo.