El hombre que más sabe en España de mapas: "Si sabemos mirar, están llenos de tesoros"

  • ¿Sabías que en el s. XIX triunfaban los 'mapas humorísticos? ¿Y que en un pueblo de Colombia las mujeres trazaban mapas en sus trenzas?

  • El historiador del arte Kevin R. Wittmann traza en 'La huella de los mapas' una cartografía cultural a través de planos, atlas y mapamundis

  • "En términos históricos, sociales, económicos y geopolíticos, estamos hechos de mapas"

Tal vez no somos demasiado conscientes de esto, pero los mapas son ahora mucho más usados que en tiempos de los grandes exploradores. Ya casi no preguntamos por las direcciones en las ciudades que visitamos, ni tenemos que parar en las gasolineras para pedir indicaciones de yal o cual salida hacia nuestro destino. Nuestro destino está en nuestras manos. O en nuestro móvil, que es casi lo mismo. Las aplicaciones como Google Maps se han convertido en parte de nuestra rutina y sin ellas, no sentiríamos, literalmente, perdidos. Son tiempos de velocidad y vértigo.

Por eso te proponemos detenerte un momento para preguntarte con nosotros ¿qué es un mapa? Aunque parezca, la pregunta no tiene una respuesta fácil. Piensa en esto: un mapa es un concepto móvil, casi etéreo porque en realidad no existe más allá de los puntos que une y del lector que los sigue. Kevin Rodríguez Wittmann es un historiador del arte fascinado por los mapas que acaba de publicar 'La huella de los mapas' (geoPlaneta), una especie de enciclopedia dedicada a planos, cartografías y atlas. Y tampoco él tiene una respuesta definitiva: "Definir un mapa siempre es complicado. De hecho, es una de las cosas que más me ha costado, y aún me cuesta. Digamos que un mapa es una representación espacial de conceptos organizados en un código de símbolos; es una definición parcial y simple, claro, pero puede ser un punto de partida". Para Wittman, sin embargo, es importante señalar que, si lo vemos desde una perspectiva global, tal definición resulta prácticamente imposible ya que "la definición de mapa en diferentes culturas se multiplica, se complejiza muchísimo".

"Todos los mapas mienten"

Eres licenciado en Historia del Arte ¿de dónde viene tu afición por los mapas?

En un principio, mi afición por los mapas fue como la de tantos otros: consultar, desde que era pequeño, los atlas que tenían mis padres en casa y observar esos lugares distantes con los que uno tiende a fantasear. Siempre me parecieron interesantes desde un punto de vista artístico, pero no profundicé en ellos hasta terminada la carrera. Cuando estaba estudiando el posgrado me pregunté qué es lo que realmente nos muestran los mapas, y de qué forma podemos extraer de ellos información, más allá de la geográfica e histórica. Y ese interés, esa afición, no ha hecho más que crecer durante estos años.

Los mapas son un reflejo de cómo veían el mundo quienes los trazaron: los antiguos, los medievales, los viajeros, los exploradores… ¿qué dicen de nosotros los mapas interactivos que llevamos todos encima en nuestros móviles?

Sobre todo, dicen que la tecnología condiciona por completo nuestra relación cotidiana con el espacio. Yo diría que nunca antes hemos tenido una relación tan estrecha con los mapas, me refiero como producto de consumo masivo. Ya parece que nos cuesta guiarnos por una ciudad que no frecuentamos sin recurrir a Google Maps; cada vez hay menos gente que pregunta direcciones a transeúntes en la calle. A todos los niveles, dependemos de esos mapas satelitales; no solo los usamos nosotros, a nivel individual, sino también multitud de softwares, aplicaciones, etc. que también utilizamos, por no hablar de su impacto en el transporte. Ha sido una revolución absoluta, que ha cambiado por completo nuestro uso de los mapas. Pero el hecho de que creamos que los mapas satelitales muestran el espacio en tiempo real, de forma objetiva, no significa que sea así...

¿A través de los mapas se puede trazar una cartografía de nuestra evolución cultural desde el s. VI a. C?

Sin duda alguna, e incluso antes. La fecha que menciona corresponde al mapamundi babilónico, el que está considerado el mapamundi más antiguo conservado. De todos modos, ese trazado que menciona no es tarea fácil, porque para llevarlo a cabo es fundamental despojarnos de las ideas preconcebidas que manejamos sobre el concepto cartográfico. Además, el número de ejemplos conservados de mapas de otras épocas varía bastante; sin ir más lejos, no se conserva ninguno realizado en la antigua Grecia, por lo que solo tenemos referencias textuales, descripciones y reproducciones hipotéticas hechas ya en el siglo XIX. Pero, en cualquier caso, los mapas son un producto cultural, consustancial al ser humano, y como tal, están presentes, de una forma u otra, en infinidad de culturas en todo el mundo y en todas las épocas. A fin de cuentas, lo que representamos en los mapas no son simplemente referencias geográficas y detalles topográficos, sino una determinada visión del mundo.

En el prólogo, Carla Lois asegura que, aunque aceptamos las mentiras en otras disciplinas, los mapas siempre dan impresión de infalibilidad ¿a qué se debe?

Estoy totalmente de acuerdo con esa afirmación. Aún arrastramos una visión positivista de los mapas; tendemos a pensar en una representación cartográfica como un reflejo directo, objetivo e incontestable de la realidad, como una especie de imagen inamovible, una instantánea. Si no nos podemos fiar de un mapa, ¿qué sentido tiene? El caso es que, como le dirá cualquier cartógrafo, no hay mapa 100% real del territorio. Un caso claro, y bastante comentado, es el de las proyecciones cartográficas en los mapamundis, que, aunque intentan establecer un modelo definitivo, lo más cercano posible a la realidad geográfica, no pueden evitar ciertas deformaciones en los continentes, simplemente porque no se puede representar una esfera en una superficie plana sin que se produzcan esas deformaciones. Todos los mapas, de forma más o menos voluntaria, mienten. Está en nosotros el papel de creernos esa mentira; aceptar, tomando prestado el término literario, la suspensión de incredulidad.

Entonces, si como dice Melville (a quien usted parafrasea) los lugares de verdad nunca están marcados en los mapas. ¿Qué sentido tienen?

Esa cita siempre me ha parecido muy sugerente, y un buen motivo para reflexionar. Melville lo usa como recurso literario, y, en mi libro, lo parafraseo para relacionarlo con la tradición de las songlines australianas, que son canciones de los aborígenes que describen el entorno, y que constituyen una especie de mapa de Australia que no tiene forma física. Pero esa frase incide también en la idea que comentaba antes: los mapas no muestran una imagen objetiva y completa del territorio. Los lugares de verdad no tienen una contrapartida real en sus representaciones cartográficas, y aún hay muchos territorios que no aparecen en los mapas, y al revés: territorios que se cartografiaban, pero que resultaron no existir.

El mapa de lo que somos

¿En qué sentido dice usted que un mapa es una confirmación de nuestra identidad?

Cuando alguien crea un mapa, lo hace a partir de una selección de elementos, es decir, de información. La información que quiere transmitir, y las ideas que pretende mostrar. A lo largo de la historia, esa información no ha sido neutral. Los mapas también están llenos de silencios, de olvidados e ignorados. Es decir, representamos lo que queremos representar. Desde un punto de vista cultural, los mapas muestran nuestra naturaleza: cómo valoramos a los demás, qué nos interesa del espacio geográfico, cómo entendemos nuestro entorno, así como aquellos lugares que están más distantes... Al final, los mapas nos definen, y por eso digo que tienen mucho de identitario. Nuestra identidad como sociedad, como cultura, está en ellos. Hay tradiciones cartográficas que están estrechamente relacionadas con la cultura identitaria de una sociedad, como son los casos de las songlines australianas y las trenzas de San Basilio de Palenque, por poner dos ejemplos que trato en el libro. Los mapas son, simplemente, el reflejo de una determinada cultura; como decía antes, de una visión del mundo.

Los piratas de los libros de Stevenson usan mapas, los solados de la Segunda Guerra Mundial usaban mapas, los Jedi de Star Wars usan mapas… al parecer es uno de esos conceptos transversales a la experiencia y la imaginación humanas…

Sin duda. Nos criamos de mano de los mapas; en el colegio, aprendemos cómo es el mundo con ellos. En el libro hablo de cómo pensamos en términos cartográficos; cómo los mapas cognitivos son fundamentales en nuestro día a día, aunque no seamos totalmente conscientes de ello. Los mapas están presentes en todas las facetas del conocimiento y de la experiencia humanas. Eso es algo que quería reflejar en el libro: de qué forma lo cartográfico va mucho más allá del mapamundi tradicional, de corte occidental, y cómo se relaciona con la literatura, con el arte, con el humor, con culturas como la de los aborígenes australianos, los pueblos polinesios, los nativos americanos... Como afirmo en el libro, "un mapa trasciende las fronteras que suele representar."

Pienso en la fascinación de los niños por las historias del mapa del tesoro. ¿Hay un tesoro en casa mapa?

Sin duda. Siempre digo que llevo años trabajando con mapas casi a diario, y no hay día en que no vea algo que me sorprende o que me interesa. He estado semanas trabajando el mismo mapa, y cuando vuelvo a consultarlo veo detalles que se me habían pasado por alto. Es un caudal de información tremendo. De hecho, no es raro que los mapas, incluso los actuales, tengan "marcas de agua", elementos que no existen y son una especie de firma del cartógrafo/a para evitar falsificaciones. Si sabemos mirar, los mapas están llenos de tesoros.

Migraciones

Un capítulo particularmente interesante de tu libro es el dedicado a los Mapas Humorísticos, que son dos ideas -el mapa y el humor- que uno no suele relacionar. Hablas del caso de Lilian Lancaster y sus ‘contornos humorísticos’ de varios países. ¿Qué otros ejemplos de humor cartográfico podemos encontrar?

Esa era una cuestión importante a la hora de idear el libro, tratar ópticas que tradicionalmente no se suelen tener muy en cuenta con respecto a los mapas. Los mapas humorísticos, o más bien satíricos, fueron fundamentales en los siglos XIX y XX, aunque ya los hubo antes. En el libro hablo, por ejemplo, del mapa de Inglaterra que hizo James Gillray en 1793, y que representa el país personificado en el rey Jorge III, que defeca directamente sobre Francia; estamos ante una época muy revuelta en Europa, en la que la amenaza de una guerra entre Inglaterra y Francia estaba latente. Los mapas satíricos son un ejemplo de que no se trata solo de humor, ni de hacer reír, sino que encierran un significado mucho más profundo y serio. Son una fuente de gran interés para estudiar la situación internacional a finales del siglo XIX, como lo demuestra el mapa de Fred W. Rose que representa Rusia como un pulpo que extiende sus tentáculos sobre los países circundantes y Europa aparece defendiéndose, amenazada por el monstruo. Si pensamos en el hecho de que ese mapa tuvo un éxito tremendo en la población inglesa, que se vendía en los kioscos y todo el mundo tenía uno, nos damos cuenta de la fuerza de esa imagen en la población. Desde un punto de vista conceptual, teórico, los mapas y el humor tienen una relación muy estrecha.

Yo emigré de Perú hace veinte años y a veces uso Google Maps para visitar la calle de mi infancia. ¿A dónde te lleva a tí el mapa de su memoria?

Lo que comenta es interesante. Hay una serie relativamente reciente, 'El código que valía millones', que narra la historia real de cómo dos jóvenes alemanes crearon, a principios de los noventa, el sistema de representación cartográfica basado en los satélites de la NASA, y que luego Google copió para crear Google Earth. En una escena de la serie, los protagonistas presentan el sistema en una feria en Tokio, y el éxito llega cuando los asistentes visitan virtualmente los lugares de su infancia: una pequeña aldea, un pueblo de pescadores, etc. Aquellos sitios en los que se habían criado y que hacía mucho tiempo que no visitaban. Es una escena muy emocionante, y demuestra el poder sentimental que tienen los mapas, también los más innovadores y modernos.

En mi caso, el mapa de mi memoria me lleva tanto a lugares como a momentos. Momentos que han conformado mi vida, y que recuerdo de forma muy estrecha con los lugares en los que sucedieron y las personas con los que compartí. Me llevan a mi familia. A fin de cuentas, el espacio y el tiempo comparten el mismo lugar en nuestra memoria.