La figura de Terenci Moix (1942-2003), rescatada por la joven cineasta Marta Lallana para su documental 'Terenci: la fabulación infinita', nos hace volver la vista a la Gauche Divine catalana. Con sus contradicciones, certezas y paradojas, cada vez que se menciona, la sensación es que nunca se dijo la última palabra de este movimiento intelectual de izquierdas que surgió en Barcelona a finales de los sesenta y principios de los setenta. Durante años, sus propios protagonistas no han dejado de ajustar cuentas.
Terenci fue el escritor más querido del grupo, para muchos; el más contradictorio, para otros; y el más rico, mediático y vendido, según Marta Lallana, que le rinde tributo veinte años después de su muerte. Son memorables aquellas entrevistas en las que decía que reunía todos los dones de la naturaleza. Era un gran fabulador y conseguía ser el centro de atención. Si no, prefería quedarse en casa. Ortodoxo del sexo, se consideró el enfant terrible de la intelectualidad de la época. Aunque el personaje devoró al escritor, su exceso encajaba con el resto de los integrantes de la Gauche Divine.
Hay dos momentos que marcan el arranque de este movimiento y uno es la edición de su primera novela, 'La torre del vicis capitals', en 1968. El otro, en febrero de 1967, es la apertura de Bocaccio, la discoteca donde estas divinidades encontraron su templo y la que les dio autenticidad, más allá de imitaciones de lo que hacían otras deidades en París, Milán, Londres o Nueva York.
Madrid tenía a Francisco Umbral, Buero Vallejo o Gerardo Diego atizando la hoguera intelectual. Barcelona gozaba de una posición geográfica estratégica para recibir los aires que soplaban en Francia, algo decisivo en esos años de extraordinaria ebullición cultural y política. El país vecino era el desiderátum.
En el grupo había arquitectos, cineastas, artistas, cantantes, escritores y editores. Eran, en su gran mayoría, nens de la casa bona (niños bien), hijos de esa burguesía catalana que nunca aceptó el régimen de Franco. Todos guapos, jóvenes, brillantes, snobs fascinados por la imagen y la cultura y con un hedonismo muy marcado. "Gente de izquierdas que hace lo posible por vivir como gente de derechas", respondió el promotor cultural Oriol Regàs a la escritora Ana María Moix en 1971.
El escritor Román Gubern (1934) confesó tiempo después: "Sí, la mayoría éramos hijos de papá, pero por eso podíamos hacer cosas constructivas que no podían hacer los pobres obreros explotados".
Sería difícil nombrar a todos: Oriol Bohigas, Ricardo Bofill, Oriol Regàs, Maruja Torres, Jorge Herralde, Esther Tusquets, Carlos Barral, Beatriz de Moura, Salvador Pániker, Joan de Sagarra, Pere Garcès, Rosa Regàs, Ana María Moix, Pere Gimferrer, Teresa Gimpera, Colita, Xavier Miserachs, Vila-Matas o Juan Marsé, entre otros muchos. Es decir, la crema de la intelectualidad catalana, trasnochadores que burlaron la represión y la censura desde sus relajadas vida. Cruzaban los Pirineos, descubrían el cine de Buñuel, veraneaban en la Costa Brava y visitaban a Dalí en Port Lligat.
En 'El discreto encanto de la subversión', el profesor Luis Villamandos explica que, en pleno franquismo, fue "un soplo de aire fresco, una renovación estética que conectó a Cataluña con la Europa moderna". Tenían ganas renovadoras, cansancio de militancia política, necesidad de Europa, hartazgo de provincianismo, sopor de franquismo y altas capacidades para distinguirse con unas señas de identidad muy marcadas que empezaban en la nocturnidad de Bocaccio, sucedáneo local de la Carnaby de Londres. Se sentían europeístas, cosmopolitas y antifranquistas, pero su alegría de vivir daba a su revolución un cariz más emotivo que políticamente activista. "Sentimentalmente liberales", los definió Vázquez Montalbán en las páginas de Triunfo.
Terenci puso a su disposición su casa de Ventalló, un pueblo de l'Empordà, y se reunían por San Juan, en la tradicional Castañada de Todos los Santos, en Año Nuevo, cumpleaños y aniversarios. Allí bebían, conversaban, discutían acaloradamente e intercambiaban mucho amor.
Pero el centro de operaciones de la Gauche Divine fue Bocaccio, en la calle Muntaner, 505, de Barcelona. En la planta de arriba se hablaba y en la de abajo se bailaba. Todo lo que allí sucedía lo retrataron con absoluta precisión los fotógrafos Xavier Miserachs, Oriol Maspons y Colita. El resultado era un claro contraste con el ambiente gris y folclórico del 'Spain is different' imperante en la época. La felicidad allí olía a whisky y a desfase nocturno.
El periodista Toni Vall, que publicó en 2020 'Bocaccio, donde ocurría todo', describe el ambiente: "La relación de todos con todos era intelectualmente promiscua, y los efluvios de la conversación, el alcohol y el baile les estimulaban las neuronas, la creatividad y, por qué no decirlo, también las pulsiones primarias". Para Joan Manuel Serrat, la discoteca fue "un aquelarre de gente que a última hora de la noche convocaba a los dioses de la vida y la libertad".
El nombre Gauche Divine se lo dio en octubre de 1967 el periodista Juan de Sagarra parodiando a la izquierda francesa de Sartre que conoció en la Sorbona, "la izquierda que salía a cenar y se pagaba una copa en el Ritz". Rosa Regàs, declaró en El Tiempo, que lo de Gauche Divine era "un chiste del Sagarra". También Herralde lo calificó de "etiqueta simpática".
La Gauche Divine sufrió su primera decadencia en 1971, un año marcado por el encierro, en diciembre de 1970, de algunos de sus integrantes en la Abadía de Montserrat en protesta por las condenas de muerte del Proceso de Burgos, y la exposición 'La gauche qui rit', de Colita, clausurada poco después de su inauguración.
La fotógrafa, narradora gráfica de la Divine Gauche, quiso mostrar en una muestra de 70 retratos quiénes eran, pero la palabra gauche y algunos de los nombres que allí aparecían sonaron demasiado subversivos. "Vino mucha gente, se tomaron muchas copas, pero al día siguiente la policía cerró el local. Así nació la Gauche Divine y comenzó la leyenda", contó años después Colita en un documental que grabó en 2016 el cineasta catalán Ventura Pons bajo el título 'Cola, Colita, Colassa. Oda a Barcelona'.
La fotógrafa conversa en él con nueve mujeres que marcaron la vida cultural de la ciudad, las "viejas damas indignas". Son, entre otras, la actriz y modelo Teresa Gimpera, la periodista Maruja Torres o la psiquiatra Rosa Sender. En su opinión, no tuvieron el reconocimiento que merecieron. Como dice Regàs en el documental, "este es un país de desagradecidos".
Colita, llamada así por su padre, que le contó que había nacido debajo de una col, tiene ahora 83 años. En sus entrevistas reconoce que nunca tuvieron sensación de grupo. "Si la Gauche Divine se caracterizó por algo fue porque todos nos poníamos ciegos todas las noches, pero al día siguiente estábamos trabajando. Cada cual sabría el resacón que arrastraba, pero a las nueve estaba todo el mundo en su despacho".
A partir de los noventa, algunos de sus protagonistas, ya en la cúspide de sus carreras, empezaron a hacer memoria, en ocasiones de manera muy crítica y casi siempre aprovechando el género autobiográfico o entrevistas. Juan Marsé la calificó de entelequia: "Hubo un momento en que todo el mundo se apuntaba, pero yo no sabía quiénes eran".
En 2010, Oriol Regàs recordaba en su autobiografía, 'Los años divinos', cómo en Bocaccio "las mujeres bailaban solas y sin sujetadores, liberadas de corsés y prejuicios. Los jóvenes y los no tan jóvenes dejaron de ir a misa y se acabaron las queridas, que pasaron a ser públicas amantes. Nadie se escondía ni se escandalizaba. Sexualmente éramos promiscuos, no por vicio sino por ética, pero al mismo tiempo lo pasábamos fatal si era nuestra pareja la que decidía acostarse con otra u otra".
Ana María Moix, narradora íntima y editora del movimiento, relata en 'El amor es un juego solitario', que en cierto momento ella misma y la escritora Nuria Serrahima se disputaron tranquilamente cuál de las dos se acostaría con un pintor allí presente, mientras la esposa de este era víctima de una crisis nerviosa.
En 'Noches de Bocaccio', Juan Marsé se ríe de sí mismo y de esa izquierda presuntuosa que se reunía para ligar, beber y conspirar. "Era una fantasmal y noctámbula inclinación al reencuentro, una manera de beber, un guiño de la inteligencia en horas de relajo".
Bocaccio cerró en 1985. Poco a poco, la Gauche Divine ha ido perdiendo a algunos de sus integrantes. El fallecimiento de Ana María Moix, en 2014, dejó al grupo definitivamente huérfano. Colita cree que, desde entonces, no ha habido un movimiento parecido. "Quizás el rap, pero no a nivel literario ni editorial".
Herralde definió aquella época como estimulante, "fruto de estas conjunciones astrales que a veces se dan en la vida". A la periodista Maruja Torres le dio otra visión de la vida: "Hay cosas de la resistencia de Catalunya de las que no me habría enterado sin ellos". La gracia, según dice De Sagarra en el libro de Vall, estuvo en empezar a vivir como si la dictadura no existiese, "en probar un mundo nuevo antes de que se acabase el viejo". La sentencia de Rosa Regàs en 2018 es reveladora: "Todo lo que se ha escrito sobre la Gauche Divine está mal".