Si la Unidad de Vigilancia Lingüística fuera la Liga de la Justicia, Isaías Lafuente sería Superman. O Batman, si todavía no se ha tomado el café. Vivir en constante observación de los errores del prójimo es lo que tiene. La única manera de la sobrellevarlo es el humor. Y vaya que Lafuente lo tiene. Los 'veinte años de gazapos' que ha reunido en su último libro recuerdan a ese humor americano, tributario de Mark Twain, que es tan inteligente como desternillante, y que a través de su escritura se vuelve entrañable, coloquial, cercano.
La Unidad de Vigilancia Lingüística es un espacio semanal que dirige Lafuente en 'La ventana' (Cadena Ser) y que surgió de las entrañas del 'Hoy por Hoy' que dirigía Iñaki Gabilondo, allá por 2004. Casi 20 años después la Unidad mantiene el esfuerzo, desdoblado, de señalar tanto el error de fondo como el patinazo. No es lo mismo equivocarse ("dice el 'gremlin' que hay una diferencia entre Rusia y Estados Unidos") que marcarse un galimatías a los que nos tenía acostumbrado Mariano Rajoy y que, a decir verdad, se echan, un poquito, de menos: 'Cuanto peor, mejor para todos, y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí, el suyo... beneficio político". Gracias, Demóstenes.
Desde el ‘ciudadanos anónimos, como Francisco Guerrero’, de Francino, al ‘entre los fallecidos hay muertos’, de Gabilondo, le has sacado los colores a media España, incluidos estos ‘primeras espadas’ del periodismo. ¿Sientes orgullo y satisfacción?
En realidad, yo solo soy el seudónimo de cientos de vigilantes que son los que hacen el trabajo, la vía de transmisión de sus denuncias, siempre precisas, siempre cariñosas. Y de su observación no escapa nadie. Es más, a nuestros vigilantes les gusta la caza mayor. Prefieren pillar a la estrella antes que al becario, al académico que al iletrado, al rey que al concejal de un pequeño pueblo. Son muy justos.
¿Cuántos errores se pueden señalar en veinte años de vigilancia?
Unos 25.000. Pueden parecer muchos, pero son veinte años de vigilancias sobre un medio que transmite 24 horas diarias, casi todas en directo, todos los días del año. Pero esos miles de errores se pueden englobar en tres categorías. El gazapo puro y duro, que fue, es y será. El error consecuencia de la ignorancia, menos perdonable. Y aquel error que un día lo es y pasado el tiempo se convierte en norma o es aceptado por la norma. Estos son los que me parecen más interesantes. Alguien que estudie dentro de algunos años las transformaciones que se produjeron en nuestro idioma a caballo entre dos siglos, echará mano del archivo de nuestra Unidad de Vigilancia.
¿Algún gazapo particularmente festivo en estas dos décadas?
Me costaría escoger uno. Pero que un consejero de Cultura diga que tiene entradas para Carmina Burana, “esa gran cantante gallega”, que en una información deportiva se cuente una medalla olímpica en necrofilia, en vez de halterofilia, o que hayamos datado el estreno de Casablanca en 1492, tienen miga…
¿Y alguno especialmente sangrante?
Hemos matado a gente viva por encima de nuestras posibilidades.
¿Fuiste siempre la voz de la conciencia lingüística en redacciones y estudios? ¿Naciste kommissar o te hiciste?
Siempre he procurado hablar bien, me enseñaron a hacerlo en casa, con el ejemplo, desde niño. Y además tuve un buen maestro en Iñaki, que siempre nos inculcó el cuidado de la palabra por respeto a quienes nos escuchan y por respeto a nosotros mismos. Cuando he tenido responsabilidad sobre otras personas en equipos que he dirigido he procurado inculcar esa misma preocupación.
Te has cascado toda una ‘crónica del gazapo’ en España en 378 páginas. ¿Por qué elegiste esta forma?
Me pareció la manera más indicada para condensar tanta información y darle un sentido narrativo. Seleccionar ha sido lo más difícil. Habría necesitado cientos de páginas más para abarcar todo el material acumulado. Pero siempre es mejor que el lector se quede con las ganas de más a que deje al libro a la mitad por saturación.
Aprender de nuestros errores no es, precisamente, el deporte nacional
Desde luego, que el espacio sobreviva después de dos décadas significa que no hemos aprendido lo suficiente. En todo caso, nuestra intención es sólo llamar la atención, despertar la curiosidad, hacer autocrítica y reírnos un poco “con” no “de” los vigilados. A partir de ahí, cada uno tiene la responsabilidad de corregir y mejorar, pero no hacemos milagros…
Como bien dice Iñaki Gabilondo en el prólogo del libro, tenía como objetivo la localización de errores, pero también los gazapos por mero patinazo. ¿Cuál de los dos objetivos te produce más placer?
Lo que me produce placer es que la gente pase un buen rato con nosotros, que cada semana aprenda algo y que eso le ayude después a mejorar, si quiere. Y lo que más placer me produce es que se acerque una pareja con un niño a saludarme y que el oyente de la sección sea el niño.
¿Cómo separas el error del, digamos, 'palabro' en proceso de evolución?
Es evidente que la lengua es un organismo vivo. Nuestro idioma secular lo crearon malhablantes del latín y aquel primer castellano se parece remotamente al que manejamos hoy, diez siglos después. El camino entre el error y la norma lo vamos trazando día a día los hablantes. Creamos nuevas palabras, las dotamos de nuevos sentidos, importamos términos de otros idiomas, nos rebelamos contra normas con las que no nos sentimos cómodos… Así ha sido, así es y así será en el futuro. Por eso no hablamos latín…
¿Cómo llevas lo del llamado lenguaje inclusivo?
La lengua nombra la realidad que nos rodea y no será eficaz si no es inclusiva. Podemos debatir sobre los instrumentos para hacerla más inclusiva, pero no debemos caricaturizar los intentos. Al final, los hablantes decidiremos sobre cada uno de ellos. Particularmente, no me gustan los constantes desdoblamientos ni el uso del femenino genérico para contrarrestar la presunta injusticia del masculino genérico. Creo que se pueden encontrar fórmulas en cada ocasión para nombrar con justicia sin llegar a la extravagancia. Y creo que si hiciéramos un castellano de nuevo cuño, junto a ellos y ellas crearíamos un práctico elles, del que tanto se ríen hoy algunos. Y algunas…
¿Te tienen miedo los periodistas?
Cuando pusimos en marcha la sección los compañeros me suplicaban que no los metiera en la Unidad de Vigilancia. Ahora es frecuente que me reprochen el tiempo que hace que no los incluyo. Aparecer en la sección se ha convertido en un signo de distinción y es un buen momento para recuperar relaciones, porque inmediatamente te llama el amigo de la infancia, o el familiar olvidado para decirte que te ha oído en la Unidad. Sería divertido saber cuantas relaciones se han reanudado gracias a estos errores.
¿Consultas la RAE cada día?
Prácticamente a diario. Por curiosidad profesional y por curiosidad personal. Es maravilloso bucear en el tesoro de nuestras palabras y ser plenamente consciente de la herencia recibida, que se fue construyendo a lo largo de milenios y de la que muchos seres parecidos a nosotros jamás pudieron disfrutar.
¿Te ha sobrevenido alguna vez un ataque de risa con algún gazapo?
Muchas veces. Y eso que antes de comenzar cada semana la sección cada gazapo lo he escuchado varias veces, pero algunos son impresionantes…
Una de rigor: ¿Quién vigila a los vigilantes?
Yo, por supuesto. Cada vigilancia pasa un control de calidad. A veces, nos pasa a todos, creemos escuchar lo que no se ha dicho o consideramos error lo que no es o lo que, siéndolo en el pasado, ya ha sido admitido por la norma.