'Olor a hormiga' o escribir sobre el miedo a la propia vejez: "Quería que las arrugas se lamieran"

  • En tiempos en que se señala la 'apropiación' de manera compulsiva, la joven autora Julia Peró le da voz a Olvido, una mujer vieja que se enfrenta a la soledad

  • 'Olor a hormiga' ha sido saludado como un debut narrativo 'duro, 'incómodo, violento y triste' por su retrato descarnado de la tercera edad

  • El libro toca aspectos poco tratados pero fundamentales de la vejez, como el deseo o lo trasgresión. Hablamos con su autora sobre sus motivaciones para escribir esa novela.

¿A partir de qué edad considera vieja a una persona alguien de menos de 30 años? Júlia Peró (Barcelona, 1995) escritora y artista multidisciplinar, tiene dudas al respecto. "Si nos amoldamos a la OMS, la vejez llega a los 75 años -dice- . Pero ¿cómo debería de sentirse alguien a los 74 años? ¿Cambiará algo radicalmente cuando cumpla un año más? ¿Le saldrán más arrugas al soplar las velas? ¿Perderá un poquito más de memoria al cruzar por el umbral de la edad?". En realidad, Julia Peró se hace todas esas preguntas no pensando en 'la vejez' sino pensando en 'su vejez'.

'Olor a hormiga', su primera novela, no es un bocado fácil de tragar para quienes empieza a atisbar la vejez como un destino cercano. Es el cuerpo. Su deterioro, su incesante camino a la desaparición. Y también su resistencia, brutal, conmovedora, al final del deseo. ¿Qué nos hace viejas? Tal vez, como dice Peró, "nos esforzamos en catalogar de forma metódica e inflexible aspectos sumamente orgánicos", tal vez, como ocurre en su novela, ser viejo es tener un gato que te trata de usted. O cocinarte, lentamente, en el pasado. "De hecho -dice la autora- Olvido, la protagonista de 'Olor a hormiga', no sabe qué edad tiene y no le importa. Y por ende a mí tampoco".

¿Cómo te explicas este miedo a la vejez tuyo, siendo tan joven?

La mayoría de la gente, joven y adulta, tiene miedo a la vejez. De hecho, este temor nace cada vez en edades más tempranas. Detectar las canas y las arrugas y querer ralentizarlas con sérums, cremas, ejercicio o litros de agua no es algo que solo me pase a mí. Tampoco preocuparse por cómo va a llegar una a la senectud: ¿necesitaré cuidados? ¿El sistema me ayudará o me dejará tirada? ¿Me cuidará alguien? ¿Recordaré el nombre de ese alguien que me cuida? Soy joven, pero soy consciente de que cada año lo seré menos y que llegará un momento en el que me convertiré en un ser vulnerable que no va a interesar a la sociedad. Es natural preocuparse. Y más aún cuando nos han inculcado desde pequeñas la necesidad de la belleza y la frescura.

¿Cuándo empezaste a imaginar una novela con esta protagonista? ¿La pensaste siempre como la narradora? ¿Por qué?

Antes incluso de saber quién viviría en el piso de Olvido, me esmeré en crear el ambiente. Los olores, la temperatura, los objetos o ese pasillo largo y estrecho fueron los primeros protagonistas de la historia. Después, colocar allí a Olvido o al gato fue muy fácil, porque casi surgieron del mismo parqué de la casa. Sí es cierto que antes de dejar hablar tanto a Olvido era el gato quien narraba la historia. Pero dar paso a la voz de la anciana para que así ella nos confiara sus pensamientos fue un gran acierto.

¿Has trabajado con gente mayor cercana a ti para componer la voz de Olvido, tu personaje?

A mis diecisiete o dieciocho años me vi obligada a mudarme con mi abuela a un piso muy parecido al que tiene Olvido. Conviví con ella y con su demencia un tiempo hasta que las trasladaron a ambas a una residencia. Esos meses fueron la semilla de la que más tarde creció 'Olor a hormiga'.

“Olor a hormiga” es un libro duro con la vejez. ‘La vejez es una enfermedad’ es una especie de tesis central del libro. ¿Has tenido la oportunidad de acercarte a otros puntos de vista que consideran a vejez como una etapa igual de feliz, proactiva o incluso creativa?

No pretendía que 'Olor a hormiga' fuera duro con la vejez en sí. Sino que fuera honesto con la mía. En el libro no hablo de la vejez del resto, sino de los miedos que tengo yo en relación a mi envejecimiento. Eso no significa que no quiera percibir la vejez como algo positivo. De hecho, uno de mis objetivos con el libro era reconciliarme con ella.

Desde Phillip Roth a García Márquez, muchos escritores hombres han escrito sobre la vejez. ¿Qué escritoras mujeres que hayan escrito sobre la vejez te inspiraron?

No he encontrado muchos referentes que hablen de la vejez. Y aún menos de la vejez femenina. Al menos no desde un punto de vista no infantilizador o romantizado. Pero toparme con los libros de Annie Ernaux, Delphine de Vigan, Anna M. Ricart o Mariona Visa fue como tener una linterna en la oscuridad.

Tu libro también es una exploración del deseo en la gente mayor y cómo se manifiesta en medio de la confusión o la sensación de deterioro… ¿Por qué te interesaba ese aspecto particular de la vejez y por qué lo enfocaste de esa manera?

Porque el deseo existe en las personas independientemente de la edad. Pero el que ocurre en la vejez no suele verse representado en el cine, el arte o la literatura. Y aún menos el deseo en la vejez femenina. La mayoría del sexo o enamoramiento representado en esos medios usa como guía la mirada masculina. Cuerpos hermosos que no se manchan, que no tienen michelines, que no tienen inseguridades ni errores. Yo quería que el sexo se oliera, que se sintiera el miedo, el rechazo, el sudor que acarrea. Que las arrugas no se escondieran, sino que se lamieran.

¿Es el deseo una cura?

Para mí el deseo no es más que deseo. A veces es liberador pero otras contraproducente. A veces es doloroso y otras, sí, curativo. Es como una herramienta y lo que importa es qué manos la usan.

 ¿Qué es lo mejor y peor de la representación de la vejez en la cultura popular según tu criterio?

Lo mejor es el optimismo, la dulcificación y la ternura con la que se representa. Lo peor también.

¿Entre el edadismo y la condescendencia hay un punto para entender a la vejez desde la juventud?

Sí. Y es más simple de lo que nos pensamos. Solo hay que tratar a la gente mayor como personas. Proporcionar un trato igual entre una misma y el resto. Tanto si son mayores como menores que una. No caer en faltas de respeto pero tampoco en falsos respetos (subir a pedestales o llamar de usted, por ejemplo).

 ¿Qué le dirías a tu yo de mayor si te la encontraras por la calle?

Le preguntaría tantas cosas… O le daría un abrazo fortísimo por haber conseguido llegar hasta allí.