Jose Pellón nació en Torrelavega, pero, como él mismo suele explicar, se hizo mayor en Los Locos, en Suances. Es el escenario de su última novela, ‘La maldición de la playa de Los Locos’, y el punto de partida de una vida que ha dado para mucho rodeado de guitarras y buscando la mejor ola.
Porque Jose Pellón ahora es escritor y fotógrafo, pero siempre ha sido surfero igual que hubo una época en la que también fue estrella del rock, al frente de la banda Melopea, referente en España a finales de los 80. Lo complicado era mezclarlo todo y por eso, cuando sintió que tenía que elegir, se quedó con la tabla y el mar: “Yo siempre elegiré el surf”, confiesa.
Tanto el surf como la música le han dado grandes alegrías, pero también han estado a punto de costarle la vida. Él tuvo suerte tanto al bajarse del escenario como al llegar a la arena, pero muchos otros no. Algunos, muy cercanos. Algunos, muy queridos.
El propio Jose rememora con Uppers un día en el que, por una imprudencia, estuvo a punto de ahogarse. “Me fui a surfear aunque todo estaba en contra y hubo un momento en que una ola tras otra me cogían y me daban una paliza, estaba muy lejos de la playa y muy jodido, así que decidí rendirme, abrir la boca y ahogarme. Entonces algo pasó, aunque yo estoy convencido de que me ahogué, y aparecí en la playa completamente hecho mierda. Soy surfista y sé lo que hay. Es imposible, ni por arriba ni por abajo, que yo llegara a la orilla solo”.
Jose cuenta que en ese momento vio a un amigo, que siempre le llamaba ‘campeón’, que le ayudó cuando su muerte era segura. Y eso le quema por dentro porque siente que él no fue capaz de salvar a su colega cuando pudo hacerlo. “Es una historia muy terrible. Lo tengo clavado en el corazón y ahí sigue. Vivo con ello y algún día tendré que hacer una expiación”, confiesa.
Del otro lado, del de la música, también tiene historias que le llevaron a ver la muerte muy de cerca. “Las drogas también llegaron al mundo del surf en los 80. En mi playa, como en muchas otras, algunos eran yonkis. Fue la época de la heroína, que barrió una generación entera. A mí me salvó el surf, me salvó de lo peor. Yo quería estar en la playa y no en las calles, donde estaban amigos míos metiéndose chutes. Mi rollo fue otro desde el principio y eso me salvó porque dicen que si te juntas con una manada de burros, acabas rebuznando”, nos explica.
Pero vayamos al origen, a la playa de Los Locos y a Melopea. “Allí se formó la banda y fuimos los primeros en España que metimos el surf en la música. Hasta entonces nadie había hecho eso y llamamos la atención hasta el punto de ser número 1 en Los 40 Principales”.
“Habíamos empezado con el punk, pero ahí casi nadie sabíamos tocar nada, hacíamos ruido y ya está. Estuvimos ahí una temporada, en el after punk, que nos fue muy bien, ganamos concursos de rock potentes y llegó un manager que nos dijo: ‘Quiero que ocupéis el hueco que hay entre Los Rebeldes, Loquillo, Alaska, Los Secretos y Radio Futura’. Y lo hicimos. Pegamos un pelotazo. Empezamos a contar el surf con rock alrededor”.
A priori, como poco, surf y rock parecen incompatibles: “Son compatibles porque los hicimos compatibles, pero teníamos muchos problemas. Volvíamos loco a nuestro tour manager y la gente que nos llevaba cuando hacíamos grandes giras. Aquello era una locura para unos chicos de la playa, que es lo que éramos”.
Como prueba, un botón: “Un verano tuvieron que suspender dos vuelos a dos sitios y dos conciertos porque había buenas olas esa tarde en nuestra playa y no cogimos el avión, no fuimos. Decidimos quedarnos a surfear ese día y el siguiente. Pero es que éramos surfistas. Si hay olas, es lo más importante, más que tocar en un concierto. Para Melopea era así”.
Jose siempre ha visto el surf como algo más que un deporte: “Es una pasión, una filosofía de vida. Todo gira en función de las marejadas. Ahora los surfistas que compiten son atletas y esas cosas que dicen. Pero nosotros éramos surfistas de playa, éramos tirados. No concebíamos otra cosa más que estar en la playa y a ratos en el local de ensayo. Eso era Melopea. Todo lo demás fue meternos en un berenjenal muy gordo, que nos desbordó. Había demasiado asfalto”.
Con él éxito llegaron también los problemas. “No digerimos el éxito bien. Lo llevábamos bien hasta que se metieron las drogas en el grupo. Dos de ellos cayeron más de lo que ya estaban y los otros dos tratamos de ser los surfistas que fuimos siempre. Pero la realidad es que eran demasiadas giras, jaleos, noches sin dormir, borracheras… Eso desestabilizó un poco la forma de ver el rock que yo tenía cuando era un chaval y quería hacerme famoso”.
Entonces Jose decidió parar: “Cuando vi lo que era ser famoso, estar por ahí todo el día en la carretera y ganando una pasta que no sabía qué hacer con ella, disolví la banda y me quité un peso de encima. Empecé a viajar por el mundo surfeando, me hice fotógrafo de surf, empecé a escribir para todas las revistas del planeta... El problema de Melopea es que éramos surfistas metidos a rockeros y ahí algo no encaja. La filosofía de vida del surfero no es compatible con la de girar pisando asfalto. Por eso algo cortocircuitó. Después de un LP de éxito no hubo más. Se acabó”.
De hecho, el propio Pellón reconoce que necesitaba cambiar de rumbo: “La vida del rock and roll, por muy bien que te vaya, por mucho que te apunten por la calle, por muchos discos que firmes y salgas en la tele, es sota, caballo y rey: viajar, prueba de sonido, concierto, borrachera, hotel, viajar, prueba de sonido, concierto, borrachera, hotel… En el mundo del surf el tiempo cambia mañana y si no hay olas aquí, las buscas en otro sitio. Es una aventura continua. El rock and roll dejó de serlo enseguida para mí”.
Fue entonces cuando la vida de Jose, ahora sí, comenzó a girar alrededor del surf. Cogiendo olas, pero también viviendo de sus fotos, de sus artículos y de sus libros. El último de ellos, escrito está, ambientado en Los Locos, en su casa. “Lo primero que distingue a Los Locos es su idiosincrasia y su ubicación. Su forma, entre acantilados muy escarpados donde anidan las gaviotas, donde crece la uña de gato y da flores fucsias… Todo eso y, por supuesto, que hay unas olas que te mueres todo el año. Y no tiene temporadas. Siempre hay buenas olas”.
Pero lo que realmente le motivó a escribir esta novela es que “siempre han ocurrido cosas en Los Locos, ha habido expertos allí mirando a ver qué sucede en esa zona, ha habido desapariciones inexplicables, siempre ha habido muchos ahogados… Pasan cosas”.
No en vano, él mismo asegura que rara es la época en la que no tiene que sacar a alguna persona del mar: “Yo he rescatado a docenas de personas a lo largo de mi vida en Los Locos y mis compañeros también, pero hay algunos que han sufrido desapariciones inexplicables y puede que tenga que ver con que la playa está ubicada en una zona de poder”.
Quien conozca esa playa sabrá que en lo alto hay un castillo (ahora reconvertido en hotel), que es casi un personaje más de la novela. Pocos lo conocen mejor que Pellón. “Me he colado infinidad de noches en ese castillo cuando estaba en ruinas, durmiendo sobre el césped, con murciélagos arriba y con vigas tiradas por el suelo para ser el primero en bajar a la playa por la mañana. Entrábamos por las ventanas de abajo, que estaban todas tapiadas y las rompíamos con piedras. Allí hemos hecho el amor con chicas, hemos hecho fiestas, hemos hecho hogueras y hasta llegamos a hacer espiritismo invocando al barón de Peramola”.
El barón fue el responsable de la construcción del castillo a principios del siglo pasado. Una construcción que esconde algún que otro secreto. “Ha pasado una cosa muy graciosa con esta novela y es que están ocurriendo cosas inimaginables. El libro es 50% realidad histórica, basada en datos, y la otra mitad es ficción a mi antojo. Pero alguna de esas cosas que yo me he inventado puede que sean reales, como los pasadizos que unen el castillo con la playa. Hace poco vino una persona y me dijo que el barón de Peramola, que es el que mandó construir el castillo en 1904, construyó abajo una especie de bodegas y que no se sabe muy bien qué uso les daba. Ahora dicen que se cree que se ocultaron allí cuando la guerra civil”.
Jose, obviamente, se siente muy cómodo escribiendo de su hogar. El agua de Los Locos le corre por las venas y se le nota. “Escribir de mi casa me resulta muy fácil porque conozco cada piedra, cada mejillón que hay en las rocas y puedo ser muy fiel. De hecho, una chica me escribió diciendo que había leído la novela y se había ido por todos los sitios de Suances que recreo en ella”.
Y después de ‘La maldición de la playa de Los Locos’, ¿qué? Los planes de Jose, una vez más, han cambiado: “Me iba a tomar un año sabático porque de mi anterior novela, ‘La invasión de los metasurfers’, solamente había transcurrido un año y notaba que necesitaba parar una temporada de escribir libros, aunque siga con artículos y esas cosas. Pero me han dicho que van a reeditar una novela mía de hace 35 años y creo que voy a tener que rehacerla casi entera porque las barrabasadas que yo puse allí ahora no las puedo publicar. También me han encargado la biografía de Coy y, por si fuera poco, la historia del rock en Cantabria, así que ese va a ser mi año ‘sabático’”.